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Aquel domingo 2 de diciembre un país en
extraña calma asistía al desenlace de un insólito
acontecimiento: sin estridencias y con una seguridad
casi suicida participaba desde tempranas horas en el
proceso electoral posiblemente más importante y
trascendental en nuestros casi doscientos años de
historia republicana. Teníamos la certidumbre de que la
población se expresaría abrumadoramente en contra de la
voluntad de las autoridades que, desafiando el buen
sentido y contrariando el hondo raigambre democrático de
las mayorías, pretendía sonsacarnos en buena o mala lid
la más insólita de las decisiones: nuestra entusiasta
contribución a nuestra propia degollina. En efecto,
sometido a referéndum se encontraba una reforma
constitucional que derogaba la democracia e instituía un
régimen dictatorial, autocrático y vitalicio en manos
del presidente de la república, suprimía de facto la
propiedad privada, echaba por tierra los logros de la
descentralización, establecía un sistema educativo único
bajo la nebulosa ideología totalitaria del sistema - el
socialismo del siglo XXI -, convertía a la Fuerza Armada
Nacional en el brazo ejecutor de la tiranía y rompía
vaya a saber Dios por cuanto tiempo nuestra secular
tradición libertaria.
¿Intuían los venezolanos la inmensa, la
incalculable gravedad de la apuesta en juego? Muchos de
nosotros confiábamos en la sensatez del venezolano y la
fortaleza de las raíces sembradas en la conciencia
nacional por la generación del 28. Tal como dejaban
entrever las encuestas, que reafirmaban casi sin
opiniones en contrario – el casi va a cuenta de Félix
Seijas, dueño de IVAD e inveterado agente demoscópico al
servicio del régimen – la aplastante supremacía del voto
de rechazo a la llamada enmienda constitucional. A esa
certidumbre se sumaba la resonante quiebra de la unidad
interna de la alianza oficialista, primero por parte del
partido PODEMOS, cuyos dirigentes y gobernadores se
habían pronunciado en contra de la mal llamada reforma
constitucional, luego por la disidencia expresa del
general Raúl Isaías Baduel, factotum del salvamento in
extremis del teniente coronel el 13 de abril de 2002 y
finalmente, aunque no en último lugar, por el categórico
y militante rechazo de la ex primera dama María Isabel
Rodríguez, que salía a romper lanzas por la continuidad
democrática de la Nación. Unido todo ello a la acción
militante, arrolladora, lúcida y valiente del movimiento
estudiantil y la voz de sus mejores dirigentes, el
panorama lucía tenebroso para las aspiraciones
totalitarias del régimen. ¿Qué peculiar ceguera impidió
que el tan avisado teniente coronel lo advirtiera a
tiempo?
Todos estos datos permitían presagiar un
resultado contrario a la voluntad del presidente de la
república y sus aliados más cercanos. Aunque flotaba la
duda en el ambiente: ¿se respetarían los resultados y se
acataría la voluntad mayoritaria de los venezolanos, si
estos contrariaban el proyecto estratégico perseguido
porfiada y tenazmente por Hugo Chávez desde que
insurgiera en febrero de 1992?
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Poco después de anunciarse el cierre
de las mesas de votación el rumor que circulaba en los
medios informativos aseguraba el triunfo del NO por un
margen mínimo de un 7%. Los más optimistas lo ampliaban
hasta entre un 15 y un 20%. Pero rumores en contrario
comenzaron a provocar incertidumbre en quienes seguíamos
el proceso electoral. La agencia británica Reuter
transmitía un cable anunciando el triunfo del SÍ,
prefigurando así una matriz de opinión que seguía con
extraña exactitud las pautas de la manipulación
mediática impuesta por las autoridades en las elecciones
presidenciales de diciembre de 2006 y de Agosto de 2004.
Anticipándose a la entrega de resultados parciales, el
dirigente de Primero Justicia Julio Borges aseguró que
el resultado sería fotográfico, vale decir: por algunas
escasas décimas de punto. Sembrando así la duda sobre la
victoria opositora. Y según informes confidenciales, el
mismo Borges acompañado de Teodoro Petkoff y otros
dirigentes opositores habrían recomendado reconocer el
triunfo del SÍ para evitar la grave crisis que podría
desatarse esa noche y que las autoridades, que la
propiciaban, denunciaban como un plan macabro de la
oposición para desconocer los resultados y empujar el
país a un baño de sangre de impredecibles alcances.
Así, a la conspiración de REUTER – y no cabe
otro nombre a su decisión jamás aclarada de dar a
conocer resultados inexistentes pero favorables al
régimen - se sumaba el mismo procedimiento seguido en
las elecciones presidenciales de diciembre de 2006,
cuando el propio candidato de la oposición, Manuel
Rosales, sin contar con ningún resultado verdaderamente
fiable, mareado por los exit polls del inefable Félix
Seijas manipulados desde Miraflores y contrariando la
opinión de sus más cercanos asesores se precipitó a
reconocer el triunfo de Hugo Chávez. Dejándole el
terreno libre para disponer a su antojo de los
resultados que más le convinieran.
Posiblemente se hubiera podido reproducir
con dramática exactitud la tragedia de las elecciones
anteriores desde el tristemente célebre Referéndum
Revocatorio. Cuando no hubo ni actas, ni datos ni
fuerzas ni personalidades capaces de contrariar la
atropelladora y abusiva decisión presidencial de
pasarnos a altas horas de la madrugada del lunes 16 de
agosto por las horcas caudinas de un descomunal fraude
electoral. De no haber contado la oposición con datos en
contrario y personalidades dispuestas a impedir con sus
vidas el atropello propiciado en un insólito acto de
ceguera política por Hugo Chávez, hoy nuestro país sería
la República Bolivariana y Socialista de Venezuela.
Nuestra democracia yacería hecha jirones. Bajo un nuevo
escudo de armas luciría en rojo sangre el
Patria, Socialismo o Muerte. La patria
sería la propiedad privada del teniente coronel, el
socialismo una mascarada de su autocracia y la muerte,
la de nuestra democracia. El futuro se hubiera cerrado
para nosotros y nuestra descendencia por un tiempo
imposible de predecir .
La Venezuela histórica habría llegado a su
fin.
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Contrariamente a lo que continúa
pensando un importante sector de nuestra sociedad civil,
e incluso de la dirigencia de los partidos políticos,
los expertos en procesos electorales que no supieran o
no pudieran controlar los procesos electorales
anteriores habían extraído las debidas y oportunas
conclusiones. Además de denunciar las infamantes
condiciones en que se celebraran esos pasados comicios y
el control total y absoluto del régimen sobre las
autoridades electorales, los vicios del registro
Electoral – inflado irregular e inconstitucionalmente en
más de dos millones de votantes virtuales - , las
inconstitucionales migraciones de electores, los
votantes con dos o más cédulas, el uso de tinta no
indeleble, la utilización de máquinas de votación
italianas desautorizadas para procesos electorales en su
propio país de origen, entre muchísimas otras fallas
atingentes a la elección de miembros y testigos de mesa,
electos violando todas las normas electorales, ese grupo
de expertos, científicos, especialistas en estadísticas,
políticos, ingenieros y experimentados funcionarios del
viejo CSE montaron un poderoso aparato de seguimiento y
control electoral en el más absoluto silencio, con la
mayor discreción, ad honorem y prácticamente sin medios
económicos a su disposición . Cuyo eje de gravitación
consistió en el montaje de una base de datos sobre una
porción de centros electorales capaces de reproducir con
máxima exactitud posible el promedio nacional de la
voluntad electoral. Tomando como matriz de análisis
extremo los mejores resultados obtenidos por Hugo
Chávez: los de diciembre de 2006. No importa cuan
falseados estuviesen. Si en ese micro universo
representativo un rápido conteo transmitido
telefónicamente le daba un triunfo al NO, el resultado
no podía ser otro a nivel nacional.
Así, mucho antes que el propio CNE, dotado
de un gigantesco aparato de transmisión y procesamiento
de datos, el grupo de expertos en procesos electorales
de la oposición detectó, poco después del cierre del
proceso electoral, una diferencia de 7 puntos a favor
del NO. En un cruce de información con el DIM se
verificó la exactitud del pronóstico: para los servicios
de inteligencia de la FAN la diferencia correspondía
exactamente a tales resultados. Y una oportuna
filtración a uno de los más destacados dirigentes del
movimiento estudiantil y a algunos líderes de algunos
partidos políticos fortaleció la decisión de no aceptar
ningún resultado que fuera en contra de esa certidumbre.
La maniobra montada por el gobierno y la anuencia
consciente o inconsciente de sectores de la oposición se
veía desmontada por la fuerza de los hechos. Tibisay
Lucena debió rendirse a la evidencia: la oposición, esta
vez, contaba con los resultados, extrañamente semejantes
a los suyos propios, como se lo revelaría en un lapsus a
uno de los miembros del grupo de control. Si ese sector
opositor, el movimiento estudiantil, la FAN y el inmenso
respaldo de la sociedad civil tenían las pruebas de un
eventual fraude, correr el albur de intentarlo podría
costarle la cabeza a ella, al CNE y al gobierno,
enfrentado a una eventual crisis de gobernabilidad al
más alto nivel. Y el país a un abismo que podría
desencadenar los peores fantasmas de la guerra civil.
La historia, obvio es decirlo, es muchísimo
más compleja. Dos mil actas, según unos, cuatro mil
según otros, jamás aparecieron. Todas las restantes, el
único acopio material del proceso en su conjunto, fueron
incineradas por una orden presidencial impartida el día
de la Fuerza Aérea, el 10 de diciembre. Hoy no existen
pruebas para determinar el resultado exacto de las
elecciones. Por ello, jamás se darán a conocer. Según
los expertos de la oposición, que ya trabajan para
enfrentar los comicios regionales de noviembre, la
diferencia entre los votos del NO y los del SÍ se eleva
al 4, 38%. Sin considerar el millón y medio de votos
cuyas actas desaparecieron en las fauces de las
tinieblas oficialistas. Y que de ser evaluadas podría
hacer aumentar esa diferencia hasta en un 10%. El
presidente de la república, obligado por las
circunstancias a acatar la voluntad popular, optó por
declarar “una victoria pírrica y un final de
fotografía”. El CNE respetó su deseo de una salida
"honorable". Saben sus directores y sabe el presidente
de la república, que la derrota fue monumental. De allí
su iracundia y su desesperación.
Pero ésta es historia pasada. Jamás sabremos
los resultados. Esperemos que de esa notable experiencia
extraigamos las debidas conclusiones. Ya se paga el
precio de haber escogido como candidato a la presidencia
de la república a Manuel Rosales: la persona equivocada
para representarnos en el momento equivocado tras
aspiraciones equivocadas. Esta vez debemos ser
asertivos. Y quienes tuvieron el coraje y el sentido del
honor de oponerse a las maniobras de la complicidad y la
cobardía debieran prepararse a conciencia: les esperan
tiempos muy difíciles y tormentosos. Nada nos blinda
contra el engaño, la manipùlación y el chantaje. Salvo
nuestra inquebrantable decisión de impedirlo. Nos asiste
la Constitución. Es la obligación del momento.