En algún momento del proceso llevado adelante por la
Unidad Popular y las fuerzas revolucionarias en el Chile
de Salvador Allende entre 1970 y 1973 se habló en las
direcciones políticas de la izquierda acerca de la
posibilidad de aliarse no sólo con el lumpen proletariado
sino directamente con el hampa. Un exceso de moralismo,
indisolublemente asociado al leninismo y al trotskismo del
que todos los sectores izquierdistas hacían gala por
entonces, cerró drásticamente la puerta a esa última
posibilidad. De la misma manera que se repudió cualquier
connivencia con el golpismo militarista, así se tratara de
un golpismo de izquierdas. Desde el PC hasta el MIR, la
izquierda chilena era profundamente dogmática y
principista. Su ideal era llevar adelante una revolución
proletaria, de trabajadores y campesinos, liderados por
partidos marxistas leninistas y ejemplarmente imbuidos de
moral revolucionaria. Sólo el MIR y un sector del PS
comulgaban con las ruedas de carreta del putchismo
guevarista y su estrategia foquista. Y trataron de
conquistar al lumpen con su frente de pobladores
revolucionarios. Pero incluso ellos se aferraban a los
principios esenciales del llamado “marxismo científico”.
Una contradicción en los términos, pues la
única revolución latinoamericana “marxista-leninista” era
la cubana, cumplida a redropelo del propio partido
comunista cubano, entonces batistiano y anticastrista. Ni
proletaria ni campesina: caudillesca y hamponil. Ninguna
sorpresa que ambos proyectos – el golpismo militarista y
la incorporación del hamponato a la lucha revolucionaria
– fueran sus claves maestras. Castro intenta el asalto al
Moncada, en clara prueba de su naturaleza golpista. Y
cuenta entre sus más cercanos a un prominente estafador,
delincuente de profesión, que con el paso de los años se
convertiría en uno de los héroes de la revolución y hasta
haría su pasantía en las serranías de El Bachiller: Tomás
Menéndez, “Tomasevich”. Que se convertiría en
guardaespaldas del abogado revolucionario preso por el
asalto al Moncada en la cárcel de Pinar del Río, donde
cumplía condena por estafa. Sin contar con un hecho
apenas revelado: Castro proviene de las bandas mafiosas
del pistolerismo cubano, los escopeteros del ABC que se
reproducen durante los 30 y 40 marcando a sangre y fuego a
la futura revolución con el estigma del sello
delincuencial.
Existen testimonios fehacientes de una reunión
celebrada en La Habana entre Castro, Hugo Chávez y algunos
funcionarios policiales del chavismo, en la cual el líder
cubano le habría recomendado a su aplicado discípulo no
meterse con el tema de la inseguridad, dado que “en tus
primeros años de lucha por imponer la revolución el hampa
te puede servir de apoyo verdaderamente imprescindible”.
Allí se habría sellado una norma esencial de
comportamiento, que se ha traducido en la masiva
incorporación de hampones y pandilleros a las filas
rojo-rojitas, que cumplieran importante función en la
represión civil de importantes manifestaciones políticas,
desde Puente Llaguno hasta Plaza Altamira. Y el
cooptamiento de bandas motorizadas como instrumentos
represivos, desde la redoma de Petare hasta los patios y
decanatos de la UCV.
Los alcaldes de Sucre y Caracas, Barreto,
Bernal y Rangel, podrían dar acusada cuenta de este
siniestro fenómeno de la alianza entre el régimen y el
hampa. El estado de la policía y el crecimiento
exponencial de los crímenes deben encontrar alguna
explicación en la economía política de la inseguridad y la
criminalidad. Y las relaciones con las FARC y las
narcoguerrillas una prueba concluyente de que para Hugo
Chávez “el fin justifica los medios”. Difícil dudar de su
disposición a utilizar todos los recursos de las
narcoguerrillas para financiar sus delirios. La historia
del juicio y fusilamiento del máximo héroe del ejército
revolucionario cubano, Arnaldo Ochoa Sánchez y su secuaz,
Tony de la Guardia, dan suficientes razones para
comprender que Castro no le ha hecho asco al tráfico de
droga, si servía al financiamiento de su revolución. ¿Cuál
será el primer recurso financiero a que echar mano si
terminan por derrumbarse los precios del petróleo?
Las milicias, ¿servirán de base de
reclutamiento para indeseables decididos a matar a cambio
del derecho al saqueo que se les asegura? Los consejos de
José Vicente Rangel el 11 de abril recomendando la bajada
del hampa de los cerros armados de todo lo que tuvieran a
mano, ¿corresponde a esa misma política criminal,
inescrupulosa, irresponsable y siniestra?
Las tropas de asalto de Adolfo Hitler
provenían de los restos de grupos armados de la extrema
derecha alemana, los Cascos de Acero. Aunque no faltaron
entre ellos hampones de alto vuelo. Como en Venezuela. A
falta de cascos de acero, buenos son los asaltantes
motorizados al servicio del régimen. Es lo propio de un
régimen lumpen y marginal, como el capo di mafia que
alimenta. Nazi-fascismo puro, pero a la venezolana.