“Existen
características muy claras que permiten, sin mayor
dificultad, plantearse una estructura de personalidad de
tipo sociopática y narcisista. Se trata de personas que
están diseñadas biológicamente para violar las normas;
no ejercen la lealtad; no actúan con la verdad; tienen
vidas afectivas sumamente inestables; en su estructura
no hay sensibilidad; no hay arrepentimientos; tienen que
vivir permanentemente en el conflicto; no saben vivir en
paz con los demás; y son muy manipuladoras.”
Franzel Delgado
Senior sobre Hugo Chávez Frías
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Contaba el general Usón que en el escaso
tiempo en que sirvió al jefe del estado como ministro de
finanzas no hubo manera de conseguir que asumiera alguna
determinación: se negaba sistemáticamente a tomar
decisiones. No le interesaba gobernar, sino
dominar. Chávez es el juguete de ese, su máximo
capricho – el Poder por el Poder. Un
personaje influenciable por aquel que logre dominarlo
espiritualmente. Lo fue, antes que nadie, por Luis
Miquilena, quien lo sacó del desierto en que vegetaba y
lo empujó al Poder, financiándole de paso la jugada.
Para llegar a Miraflores no puso más que su desaforada
ambición, su carisma y su verbo encendido y mesiánico,
productos sin duda de un grave desajuste emocional que
con los años mostraría sus peores y más graves facetas.
Las de un narcisista paranoide, exaltado por la euforia
o hundido en la más negra depresión. Y que sólo podía
llegar al Poder en brazos de un país aquejado asimismo
por una grave patología social y sumido en una crisis
política terminal. Aguantando en él tanto como le diera
el cuerpo: a punta de litio. Ahora, según sus propias
palabras, mascando pasta de coca. Un caso clínico.
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Desde que Miquilena renunciara a sus
intentos por civilizarlo situándolo a la altura de un
auténtico jefe de estado de una democracia progresista –
a fines del primer trimestre del 2002 y a escaso tiempo
de la rebelión popular del 11 de abril, que terminara
por catapultarlo ominosamente del poder- el papel que
jugara hasta entonces fue asumido por Fidel Castro. Con
la consiguiente fractura respecto del proyecto político
originario con que llegara al Poder en 1998. Desde
entonces, Castro fue no sólo su consejero más cercano,
sino el verdadero factor detrás del trono. Más aún: el
padre sustituto ante la grave falencia de un arquetipo
normativo. Si en esa grave circunstancia el general Raúl
Isaías Baduel le aseguró el respaldo y la fidelidad de
la Fuerza Armada Nacional, Castro se encargó de su
seguridad y de la agenda política para enfrentar el
vendaval de descontento popular que lo llevara al
Referéndum revocatorio el 15 de agosto del 2004. Los
aparatos castristas de control social le inventaron e
implementaron las misiones para que remontara la cuesta
de su popularidad y pusieron en práctica la inflación
masiva y fraudulenta del REP mediante la misión
identidad. Del CNE – convertido en el instrumento
crucial de su sobrevivencia - se encargaría una pieza
hasta entonces aparentemente neutral, apoyado y
favorecido por los factores de la izquierda democrática,
fundamentalmente el teodorismo: el psiquiatra Jorge
Rodríguez. Bien visto entonces incluso por sectores anti
chavistas comprobados.
Del menudeo político se encargaría el
vicepresidente José Vicente Rangel desde La Viñeta. Es
gracias a sus gestiones que se logra frenar el impulso
abstencionista, que sacudiera las bases del régimen el 4
de diciembre, cuando más del 80% de los electores se
negaran a participar de las elecciones a la Asamblea. Y
se reencauzara la acción opositora por la vía electoral,
encontrando un candidato de consenso, el gobernador
Manuel Rosales. Reelecto y legitimado luego por las
declaraciones del candidato opositor y sus gestores,
todo parecía marchar sobre ruedas como para intentar el
asalto definitivo al bastión del poder, tirar caretas a
un lado y montar el régimen totalitario que ha sido su
sueño de siempre, suficientemente fortalecido e
inspirado por su padre putativo y empujado por su nuevo
rol de árbitro político mundial.
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“Si esta llamada
revolución tuviese alguna posibilidad de enmienda, la
opción de que se mantuviera sería mucho mayor. Pero,
como desde el punto de vista de la psiquiatría no hay
ninguna posibilidad de enmienda, dada la estructura de
personalidad del Presidente, que es inmodificable, esta
revolución seguirá hacia el despeñadero.
Indefectiblemente, desde el punto de vista de la
ciencia, Chávez tiene algo seguro en su futuro, que es
la soledad.”
Franzel Delgado
Senior
Es entonces cuando se sacude el lastre de
José Vicente Rangel y asume una decisión suicida:
dirigir en solitario los asuntos de Estado. El hombre
incapaz de tomar una decisión por cuenta propia y de
afrontar espiritual y emocionalmente situaciones
críticas sin el respaldo de experimentados consejeros se
hacía a la etapa más compleja y difícil de su proyecto
político sin una mano derecha. Castro agoniza y quienes
han asumido el control fáctico de la isla le son
adversos. Baduel le da la espalda. Chávez termina por
ser el único responsable de sus decisiones.
Lo demás es historia sabida: basta revisar
la bitácora de éste su año más horrible y posiblemente
el que lo llevará mucho más temprano que tarde al
abismo, para comprender que Chávez es su peor y más
letal enemigo. El propio Chacumbele. Las estaciones de
su via crucis las programaría él mismo, sin consultar
con nadie: despedir a José Vicente Rangel, imponer el
partido único, dar por caducada la concesión a RCTV,
apostar todos sus haberes – maletines incluidos – a la
desestabilización de la región, enemistarse con Raúl
Isaías Baduel, pretender socavar la autonomía
universitaria y provocar al estudiantado, imponer un
referéndum para una reforma constitucional arrastrando
en el empeño a la Asamblea e intervenir en los asuntos
internos de Colombia.
Todos esos pasos terminarían en resonantes
fracasos. La estratégica derrota electoral del 2-D
echaría por los suelos un envión de 15 años: establecer
una autocracia vitalicia. Aquel día para él nefasto
perdió esa partida. Y con ella, todo el poder acumulado.
Lo que le queda no son más que ruinas. Todo,
absolutamente todo lo que venga después no es más que su
epílogo: la historia de su inevitable caída. El propio
hundimiento. Su tardanza no depende de él: depende de la
oposición. Un cambio notable: Hugo Chávez está a la
defensiva y no tiene ya otro objetivo que su propia
preservación.
4
En esos sus primeros quince años de vida
pública – del 2F del 92 al 6-D del 2006 – fue un
auténtico Rey Midas de la política venezolana: cuanto
tocaba se trocaba en victoria. Extrañamente, luego de
culminar la última etapa de su ascenso a la autocracia
vitalicia los hados le volvieron la espalda y el destino
cambió dramáticamente. Tal fue la pava que el éxito del
6-D le acarreó, que valdría preguntarse si los dioses no
se habrán puesto de acuerdo para, como en las tragedias
griegas, cegarlo definitivamente a un paso del Poder
Total: esa sí fue una victoria pírrica. Carente de
Baduel y de Rangel Vale, de Fidel Castro y Luis
Miquilena creyó que todos sus éxitos eran producto de su
genialidad y que bien podría hacer lo que aspiraba a
hacer desde sus tempranos tiempos de cadete en la
Escuela Militar: zamparse de un solo bocado a la
democracia venezolana, tragarse su pueblo y asentar una
dictadura sólo comparable con la de Juan Vicente Gómez.
Dios, dice el refrán, ciega a los que quiere perder.
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En resumen, Chávez ha asociado grupos
dedicados a la violencia y otros comportamientos
criminales a una democracia latinoamericana, y asociado
su agenda a la de ellos”.
The Washington Post, 16 de enero de 2008
A mes y medio de su estratégica
derrota naufraga en un mar de calamidades. Avanza y
retrocede, tantea y se devuelve, busca adecuarse a los
mejores consejos, y luego de aparentar cordura e
intentar una sensata rectificación vuelve a internarse
en el ojo del huracán del más ciego extremismo. Como un
poseso. Lo de las FARC y Colombia roza el extravío y
justifica las aprehensiones de quienes lo consideran
mental y espiritualmente incapacitado como para cumplir
con las tareas propias de un gobernante. Chávez, según
todos los indicios, pareciera querer copiar el
comportamiento de un desquiciado. Si es que no lo está
ya.
Si hasta hace un año tuvo – o tuvieron sus
más cercanos e influyentes asesores – la insólita
capacidad de convertir sus derrotas en victoria, hoy
demuestra una insólita capacidad para convertir sus
victorias en derrotas. No termina de probar las mieles
del éxito – como en el caso de las rehenes liberadas por
su mediación – y ponderar el gesto de acercamiento de
Álvaro Uribe, cuando ya está jugando la peor de sus
cartas: solicitarle a quienes le acompañaron en su
“misión humanitaria” le respalden en su solicitud al
mundo civilizado para que le reconozca beligerancia a
las narcoguerrillas. Comete así el peor y más grave de
sus errores: identificarse con uno de los grupos
terroristas más despreciables del mundo. Y desenmascarar
sus vínculos con quienes no sólo cometen reiterados y
contumaces actos de violación a los más elementales
derechos humanos, sino que protegen y practican el más
vil y aberrante de los comercios de la globalización: el
del narcotráfico. Arriesga en una sola jugada ser
considerado él mismo como un terrorista y el suyo un
gobierno forajido.
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Se acerca, por la fuerza de las
cosas, el momento en que la oposición deje de ser un
factor pasivo y asuma la responsabilidad por la
conducción del proceso de recambio hacia una transición
democrática en Venezuela. Este gobierno, bajo la insania
de su cabeza visible, no está ya capacitado para
afrontar la concatenación de sucesos que tanto en los
planos económico sociales, como políticos e
internacionales podrían ponerlo al borde del precipicio
en el corto o mediano plazo. Hemos llegado al punto en
que una sola chispa podría bastar para encender la
pradera. Y vernos de frente con un Caracazo inmensamente
más destructivo y peligroso que el del 27-F. Con efectos
destructivos sobre personas y cosas infinitamente
mayores que los desgraciados provocados por los sucesos
de entonces.
Es la grave, la inmensa responsabilidad que
pesa sobre todos los factores de la oposición. No es le
momento para cálculos mezquinos sino para pensar en
grande. El acuerdo unitario firmado este 23 de enero y
el decálogo de principios esenciales que lo articula
constituyen un excelente inicio hacia la conformación de
un Pacto de Unidad Nacional para la reconstrucción de
Venezuela. En juego no está una parcialidad o un
partido. En riesgo está la sobrevivencia y el futuro de
la Patria.
Dios quiera iluminarnos.