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De Hannah Arendt a Hugo Chávez
por Antonio Sánchez García
 
sábado, 22 marzo 2008


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            Leo el larguísimo artículo de la Sra. Young-Bruehl, biógrafa de la Sra. Hannah Arendt, sobre la Venezuela del teniente coronel Hugo Chávez y no puedo sustraerme a la pregunta que me agobia desde hace algunos años: ¿qué es más dañino al progreso, la libertad y el desarrollo de América Latina: un malvado terrorista de las FARC o un misericordioso demócrata norteamericano?

 

            Leído el artículo en cuestión sobre el telón de fondo de las críticas – particularmente francesas - a Álvaro Uribe por privilegiar el descabezamiento y destrucción de las FARC, causa de los secuestros y las narcoguerrillas en Colombia, al llamado diálogo humanitario para liberar a la Sra. Ingrid Betancourt, ciudadana colombo-francesa, así como la campaña de las primarias norteamericanas en que sale a relucir el talante misericordioso y democrático del candidato Barak Obama y sus muy particulares puntos de vista sobre el trágico enfrentamiento de culturas en el que los Estados Unidos y todo el Occidente se encuentran inmersos, no puedo más que reafirmarme en mi interrogante. Así no termine por desentrañarlo.

 

            Huelga afirmar el lado de la eventual respuesta en que me encuentro. Luego de leer las apasionantes requisitorias de Oriana Fallaci contra la práctica invasión que sufren Italia y la Europa judeocristiana por parte de la masiva y arrolladora inmigración proveniente de los países de religión islámica – con su atado de prejuicios y sus afanes casi sociopáticos por instaurar su religión, sus costumbres y sus valores sin consideración a las de los países anfitriones, he comenzado a reconsiderar toda mi formación histórica. De la cual, la invasión y posterior establecimiento de los árabes durante siete siglos en la España medieval y en gran parte de la cuenca mediterránea no deja de adquirir otros contornos menos proclives a aceptarla como un influjo civilizatorio altamente valioso y provechoso para los pueblos ibéricos.

 

        Es extraño, por cierto, que los mismos sectores radicales conformados estructural y culturalmente por la América hispana, hispano hablantes y dueños de la única cultura existente en sus países, la conformada por la colonización española en simbiosis con las indígenas preexistentes, repudien esa su única cultura por haber sido el producto de una invasión de tres siglos, mientras alaban el integrismo musulmán y se muestran dispuestos incluso a someterse a la voracidad expansiva del integrismo talibán y se asocien – mediante ese extraño vínculo del petróleo – a países abiertamente enemigos de nuestra religión, nuestra sociedad y nuestra cultura, como el Irán de Mahmud Ahmadineyad. 

 

            Es el esquizofrénico mal identitario que lastra a los radicalismos de todos los tiempos: practicar la auto mutilación como perversa e inconsciente forma de seudo liberación. Mutilarse del otro imaginario que llevamos dentro, convertido en ficticio enemigo mortal, para destruir al Yo real que somos, víctima de sus propias pesadillas. Prefiriendo, por cierto, esa sorprendente forma de liberación que es la castración de todos nuestros influjos culturales antes que la libertad individual, plena y colectiva, que no hace más que reafirmarlos, como bien lo señalara la Sra. Hannah Arendt al analizar los aspectos más sobresalientes del totalitarismo.

 

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            No es la primera ni será la última vez que un visitante de paso se sienta autorizado a desentrañar nuestros arcanos y exponerlos sin el menor rubor como mercadería intelectual de alta valía. Ni será la primera ni la última vez que un sector de la intelectualidad nacional se rinda a sus pies, en crasa muestra de colonialismo cultural. Es el vasallaje del que estamos pagando altísimos réditos: ¿no ha sido el marxismo leninismo predicado durante décadas en nuestras universidades el que ha venido finalmente a recalar en las tenebrosas playas del chavismo?

 

            Repite la Sra. Young Bruehl todos los lugares comunes con que la progresía intelectual norteamericana y europea legitima desafueros como los del teniente coronel y su barbarie. Llevado al extremo del absurdo se remiten a la vieja conseja de que las diferencias sociales, la pobreza extrema y las injusticias de los países subdesarrollados se deben a los abusos de los ricos contra los pobres, y a los desafueros de los poderosos contra los débiles. A su manera, laten en sus observaciones justificaciones semejantes a las que brindaban coartadas a los abusos del totalitarismo nazi contra la comunidad judía. ¿Cuántas veces no hemos escuchado recriminaciones contra su ancestral religiosidad, su reparo a integrarse, su rechazo a fundirse real y verdaderamente con las comunidades sobre las que habrían flotado, siempre distantes y ajenas? Es la mascarada argumental con que se victimiza a los victimarios y se les da carta blanca para cometer sus fechorías: ¿si los culpables son los ricos y los poderosos, por qué no arrasar sus instituciones de la faz del planeta? Farruco Sesto no encontraría argumentos mejores contra la Cuarta República y los firmantes del Pacto de Punto Fijo.

           

De tal dialéctica misericordiosa no pueden menos que surgir suficientes coartadas que legitiman la bestial dictadura castrista: la culpa por 50 años de totalitarismo castrista la tuvieron Batista, la burguesía cubana y los Estados Unidos, de ninguna manera Fidel Castro, el Ché Guevara y los cubanos que se le sometieron  o la izquierda y la progresía mundial que los han divinizados. Lo mismo para cualquier otra dictadura populista. Culpable por la barbarie del peronismo ha sido la oligarquía agro exportadora argentina. Y desde luego la mayor de todas las mascaradas: detrás de los intentos indigenistas, piqueteros, narcoterroristas y caudillescos por construir dictaduras totalitarias en América Latina se esconde la mano negra del conquistador español. La culpa de todo la tiene Hernán Cortés. Y así hasta el infinito. En esta dialéctica misericordiosa siempre hay un culpable originario, que libera de culpa al culpable actual y oculta en las sombras la responsabilidad última de los depredadores reales y la complicidad de la propia ciudadanía. ¿O es que los países caen en las garras de la barbarie por razones exógenas? Desde luego, siempre a flor de labios y aparentemente irrecusable, la más cómoda de todas las culpabilidades: el imperialismo yanqui.  

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No han bastado todas las pruebas en contrario aportadas por la oposición venezolana y suficientemente corroboradas por escándalos públicos y notorios, como la ingerencia de los aparatos de seguridad cubanos en nuestros asuntos, el escandaloso financiamiento de campañas electorales para comprar aliados a los afanes expansionistas del teniente coronel y la irrebatible colusión del régimen con las narcoguerrillas colombianas y los sectores extremistas de todo el mundo para terminar de aclarar las turbias aguas de la opinión de la intelligentsia europea y norteamericana. La Sra. Young Bruehl es el más craso ejemplo. Poco importa el contacto esclarecedor que tuviera con sociólogos, historiadores y economistas venezolanos durante su breve estadía. Que algo le habrán explicado de los orígenes de nuestro particular totalitarismo militarista y caudillesco. ¿O es que sus anfitriones  comparten las explicaciones con que conforma su buena conciencia de intelectual progresista? 

 

Todavía hoy, con las tripas del autocratismo chavista sobre la mesa de disección de la prensa internacional, los hechos del 11 de abril de 2002 van a dar al saco de la banalización. No se trata de una proeza mediática y argumentativa de los aparatos de manipulación del régimen. Que tiene, hasta el día de hoy, presos sin juicio a los inocentes y libres y condecorados a los homicidas, mientras se niega a aceptar el establecimiento de una Comisión de la Verdad y no pierde ocasión para repetir la letanía del golpe y acusar de golpistas a quien quiera se le oponga. Con un éxito notable de opinión y naturalmente la complicidad de las conciencias bienpensantes del planeta. Golpe es golpe, ¿quién puede dudarlo? Se trata, antes que de un éxito de Izarrita, nuestro Goebbels bolivariano,  de la comodidad intelectual y la babosería moral del demócrata misericordioso, del cual la Sra. Young Bruehl nos provee una prueba inigualable. También ella habla del “golpe del 11 de abril”, sin tener la más mínima idea de lo que verdaderamente ocurrió en ese aciago día. Por poner un solo ejemplo.

 

  Hora es de que historiadores, sociólogos, politólogos, juristas y criminalistas venezolanos entreguen estudios y pruebas fehacientes de la verdad de esos hechos. Y demuestren el carácter totalitario del aparato jurídico del régimen y la falacia universalizada por los aparatos de manipulación del chavismo. Como es hora de desenmascarar el totalitarismo chavista, así no cumpla con los moldes de eficacia científica y paranoica del totalitarismo nazi y del totalitarismo comunista, incluido el castrista cubano. Para determinarlo, no necesitamos ni de Hannah Arendt ni de la Sra. Young-Bruehl. Debemos afianzarnos en el estudio de nuestras propias determinaciones.

 

Mucho más útil a nuestros combates por la libertad y la democracia que las definiciones de Hannah Arendt sobre el totalitarismo hitleriano son las que nos aportan Laureano Vallenilla Lanz y todo el positivismo historicista, además de los importantes estudios de nuestra tradición historiográfica y su reflexión acerca de nuestros sargentones totalitarios.  No puedo menos que mencionar a Germán Carrera Damas, a Manuel Caballero y a Elías Pino Iturrieta. Pero hay muchos más en el ámbito de la politología, la sociología política, la psiquiatría y la antropología cultural. No quiere esto decir que haya de prescindirse del aporte de la cultura universal a nuestra cultura. Pero es en nuestra propia capacidad de desvelamiento y reflexión que radica la posibilidad objetiva y real de desenmascarar y salir del monstruo.

 

Es hora de emanciparnos de tutelajes gratuitos. No vaya a ser cosa que se repita una vez más lo que con la Sra. Young Bruehl: ir por lana, y salir trasquilados.

sanchez2000@cantv.net

 
 

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