Soberano es quien decide del
estado de excepción
Carl Schmitt
Así parezca contradictorio, lo
cierto es que el visto bueno de la presidenta del Tribunal
Supremo de Justicia no hace más que subrayar el carácter
anticonstitucional y golpista del proyecto de enmienda y
la naturaleza ilegítima de un gobierno que pretende
eternizarse en el Poder por cualquier medio. Incluido los
seudo legales. Si hubiera actuado apegada a derecho,
hubiera desenmascarado el carácter dictatorial del
régimen, cosa que ella aprueba por razones propias a una
magistratura espuria y bastarda. El Washington Post, en
cambio, que no se halla arrodillado ante el ejecutivo como
sí lo está el TSJ, lo ha comprendido a cabalidad: no
contando con el espíritu de la letra, no tiene el régimen
otro recurso que el fraude o la fuerza. Pues además de
inconstitucional, la enmienda es impopular. Viola los
principios fundamentales de nuestra Carta Magna, violenta
los artículos 340 al 345 y pretende imponerse
desconociendo la voluntad soberana expresada de manera
indiscutible y categórica el 2D, que rechazara el
continuismo y la reelección siguiendo una ancestral
tradición nacional. Peor aún: vuelve hoy al ruedo a
redropelo de la voluntad ciudadana, que la rechaza en una
proporción de 3 a 1. Así la Asamblea, otro poder espurio y
genuflexo, – expresión del 15% de la ciudadanía – se
preste a solicitarla. Por órdenes del presidente de la
república, se subentiende. Mayor despotismo, imposible.
Se repite de manera mecánica, impositiva y antidemocrática
el improperio jurídico que condujese a la derrota del
golpe constitucional del 2D. Entonces lo subrayamos hasta
la saciedad: el referéndum viola el espíritu y la letra de
la constitución, pues pretende alterar uno de los
principios fundamentales de la Carta Magna, cual es la
naturaleza alternativa del gobierno, por un medio que le
es impropio. Sólo una Asamblea Constituyente tendría la
potestad de alterar y modificar tales principios
fundamentales. Es más: rechazada una reforma durante un
lapso de gobierno, tanto la enmienda como la reforma
estipulan que el tema en cuestión no podrá ser replanteado
durante el mismo lapso. ¿Por qué, si tanto es el empeño,
el presidente de la república no plantea la convocatoria a
una asamblea constituyente?
Por una razón muy sencilla: porque el presidente de la
república no está dispuesto a poner en juego su propio
cargo, ni los asambleistas y magistrados a jugarse el
destino en una apuesta de tan alto riesgo. Tanto el uno
como los otros son tramposos, malevos y amañados. Y no
parecen dispuestos a soltar las ubres de la corrupción y
el latrocinio que los alimenta. De allí la verdad que el
Washington Post declara a gritos: el gobierno pierde de
todas todas. Sólo mediante el fraude y el ejercicio de la
fuerza, torciendo el espíritu y la letra constitucionales,
puede amañar una victoria tan pírrica como la que
pretende. De imponerla mediante sus consabidos artilugios
– un CNE amaestrado y un Registro Electoral tan falso como
Judas – no le servirá de nada. Será la mampara de una
fuerza aparente que no asegura nada, más que el brutal
ejercicio de una política sin convencimiento, de una
legitimidad ilegal, de un derecho que se acatará, pero no
encontrará cumplimiento.
De allí la falsedad del proceso y la intrínseca debilidad
del régimen; de allí la verdad opositora y la fortaleza de
las fuerzas democráticas. Si gana el régimen, lo hará
sobre la sospecha nunca aclarada de su descarada
manipulación. Si pierde, no tomará en serio los
resultados. ¿O es que el presidente de la república tendrá
la grandeza de un De Gaulle y pondrá su cargo a la orden?
Fuego fatuo el del teniente coronel. Pura faramalla. Boxea
con su sombra. El sol le está arañando sus espaldas.
sanchez2000@cantv.net