Sólo tú, estupidez, eres eterna.
Antonio Gramsci
1
El presidente de la república estará
desconcertado ante la milenaria experiencia de los
poderosos: el tiempo todo lo corroe, la historia es
despiadada. Imposible detenerlo, ni con enmiendas
constitucionales. Ni el reloj de sol ni nuestros
modernos artilugios que miden el transcurso inexorable
de la vida con precisión milimétrica son tan expresivos
como el reloj de arena: cae el tiempo desde sus
metafóricas alturas convertido en minúsculas partículas
de arena devorado por Cronos, el dios insaciable que
nada perdona.
Diez años han transcurrido. Diez años de
ilusiones y promesas, de bravatas y amenazas, de
omnipotencia e impunidad. Tuvo el modesto teniente
coronel Hugo Rafael Chávez Frías, nacido hace poco más
de medio siglo en la modesta vivienda de un polvoriento
pueblo de los llanos, el fuego de la historia cual
prometeico caudillo decimonónico fuertemente aferrado
entre sus manos. Como a todos los triunfadores, la
suerte le sonrió. Las masas se postraron a sus pies ante
el desconcierto y la tribulación de los antiguos
detentores del poder. Jamás venezolano alguno, con la
excepción de los excepcionales tiempos de guerra que
elevaron a la gloria a Simón Bolívar, tuvo tanto Poder a
su arbitrio y disposición como lo tuviera él. Todos los
poderes, sin excepción alguna y como nunca antes en
nuestra historia, le fueron sumisos, obedientes y
sometidos. Ha sido un dictador de facto. Perfectamente
travestido por el birrete y la toga de la falsa
legalidad. Ha sido presidente del Ejecutivo, jefe máximo
del Tribunal Supremo de Justicia, Alto Contralor de la
República, Defensor del Pueblo y presidente de la
Asamblea Nacional. Ha movido los hilos de todas las
instituciones del Estado como un titiritero a sus
muñecos. Ha sido tan omnímodo, que nadie, mucho menos
él, creyó que abandonaría algún día el sillón de
Miraflores, convertido en trono de una insólita
monarquía republicana. La reencarnación de Fernando VII.
Dos siglos de historia republicana fueron
triturados entre sus dedos. Sus acólitos y seguidores,
considerándolo una suerte de mágico Demiurgo, lo
consideraron tan genial y poderoso como para cambiar el
destino de los pueblos y la historia del universo. Los
precios del petróleo, metáfora de la riqueza en tiempos
de la globalización, subieron – según todos ellos – no
debido a los trastornos y caprichos de ciegos e
inevitables procesos económicos, sino gracias a la
voluntad prometeica del teniente coronel. Brincó de los
siete dólares a que los dejara Rafael Caldera a los 145
dólares que alcanzaran en julio pasado no por causa del
empuje del capitalismo chino e hindú, de la emergencia
de nuevas y potentes economías industrializadoras o de
la desquiciadora voluntad especulativa de los jefes de
las finanzas globales, sino por expresa y tenaz voluntad
de Hugo Chávez. Si alguno de sus segundones hubiera
tenido un mínimo conocimiento de la historia de nuestros
pueblos indoamericanos no lo hubiera relacionado con
Bolívar sino con Quetzlcoatl, el Prometeo del panteón
maya. Puro deslumbramiento.
2
Pero la verdad, como decía Hegel y no
cesaba de recordarlo su lejano discípulo Bertolt Brecht,
es concreta. El toque de mágico encantamiento cesó, la
princesa abrió los ojos y el tiempo el implacable
terminó por hacer su silencioso trabajo de zapa. ¿Qué
dirá el tristemente célebre general Müller Rojas, ese
derrengado y decrépito soldado de la república, otrora
lameculos del oficialismo lusinchista y hoy anciano
corifeo del chavismo más exuberante, ante el brutal
derrumbe de los precios del petróleo? ¿Él, el general de
todas las derrotas, a cargo de dirigir las mesnadas de
la enmienda? ¿Qué comentarán en sus corrillos
cuarteleros los golpistas de siempre, Cabello y Chacón,
hoy derrotados despojos de lo que un día fueran, ante la
impotencia del caudillo mayor, que no puede evitar el
deslave de los precios de la niña de sus ojos? ¿Qué dirá
el hombrón de PDVSA, alcahuete mayor de ese
prostibulario antro del robo y la impudicia, ante la
evaporación de sus monumentales ingresos? ¿Qué dirán los
consentidos del caudillo, proxenetas de esta vergüenza
nacional que asentaron sus reales en Bolivia, en
Ecuador, en Argentina, en Nicaragua o en Honduras
gracias al financiamiento de sus campañas por la mano
rota del presidente de una nación llamada Venezuela?
¿Qué dirán los últimos asomados al festín de Baltazar,
como Oscar Arias, ante el retraso con que llegaron a las
migajas? ¿Qué pasará por la tenebrosa cabeza de un José
Vicente Rangel o de su protegido in partibus, José
Miguel Insulza?
Los cubanos, aprovechados mayores e
inveterados de todo poderío externo – fueron los últimos
mohicanos del imperialismo español, del imperialismo
norteamericano, del imperialismo soviético y del
imperialismo venezolano – ya se vuelven hacia mejor
sombra. Corren a entregarse a los brazos de Lula da
Silva y su neo imperialismo brasileño mientras comienzan
a lamerle la mano a Barack Obama. Son la perfecta
expresión de los nuevos vientos que corren. Porque o
brincan o se encaraman. Y en esas cabriolas del
oportunismo de la acera de enfrente son los verdaderos
genios. Los propios argentinos del Caribe, como los
bautizara Ibsen Martínez.
El mundo se sacude en sus cimientos, los
ensueños de la globalización despiertan de la estafa con
la cefalea de la borrachera y la Venezuela de la farsa y
los laureles de plástico, las espadas de cartón y las
charreteras de ferretería, la Venezuela bolivariana,
irresponsable, ridícula y homicida comprende de pronto y
como bajo los efectos de un mazazo que se acabó el
carnaval, se evaporaron los miles de miles de de miles
de millones de dólares y en los restos de la sobremesa
no quedan más que un río de sangre -ciento cincuenta mil
homicidios -, las ruinas de una economía devastada, la
vergüenza ante una justicia del horror, el asco ante
unos diputados genuflexos y el insondable misterio de la
mediocridad, la humillación y el detritus del contralor,
la defensora del pueblo, la fiscal general y su
universal obsecuencia.
¡Qué vergüenza esta década ominosa! ¡Qué
envilecimiento éste el del chavismo! ¡Qué porquería el
destino de estos diez años tirados al vertedero de la
historia! Y pensar que alguna vez fuimos el orgullo de
América.
3
Si Shakespeare mostró la perversión
sobrecogedora del poder de la Inglaterra de su tiempo y
si Stalin, Hitler y Mussolini coronaron tanta impiedad
con los espantosos desastres de sus totalitarismos, ¿por
qué habríamos de asombrarnos de la estulticia, la maldad
y el servilismo puestos de manifiestos bajo el reinado
de esta monarquía de pacotilla? El balance, tras esta
década tirada al basurero, debiera servirnos de profunda
reflexión. El resultado no puede ser otro que la lógica
admonición: no repitamos nunca jamás esta amarga y
dolorosa experiencia. No entreguemos el control de la
república a militarotes zafios y brutales, estúpidos y
vanidosos. Que los militares vuelvan a sus cuarteles y
den cuenta de los desastres que prohijaron. ¿Para qué
los ejércitos si el resultado ha sido esta década
ominosa?
Esa es la primera experiencia que debemos
extraer de este balance: reformular de manera diáfana y
rigurosa la relación entre civiles y militares. Han
pecado ambos por acción u omisión. Ningún alto mando de
esta república está exento de culpa. Haber permitido que
se anidara en los cuarteles el virus del golpismo, de la
corrupción y la lenidad es un pecado mortal que no tiene
excusa. Y que el poder civil haya mirado de soslayo y no
haya tenido el coraje y la inteligencia de hacer sentar
su autoridad sobre el consorcio uniformado, de manera
franca y responsable, es otro de los pecados mortales de
nuestra decadente democracia.
La segunda enseñanza es aún más grave y
dolorosa: ¿por qué permitió la sociedad civil ese
desbarrancamiento de nuestras instituciones? ¿Por qué
cobijó, aupó y premió al golpismo, preparándole el
camino para el asalto al Poder? ¿Por qué se dejó seducir
y avasallar por la fatuidad, la ignorancia y la
prepotencia de un soldado mediocre y ambicioso? ¿Por qué
se hizo cómplice de tantas iniquidades?
La tercera enseñanza va a cuenta de los
partidos políticos, presos de las ambiciones de élites
mediocres y descastadas. Convertidos en agencias de
empleos y usufructuadores de la fácil y gratuita riqueza
petrolera olvidaron las enseñanzas de sus fundadores,
descuidaron sus responsabilidades y obligaciones y se
dejaron atropellar por arribistas, farsantes y recién
llegados. Los políticos no lo hicieron peor. Una
diputación y una presidencia del Congreso vendidos al
mejor postor, ¿fue eso una tradición parlamentaria?
Quien crea que el desastre que vivimos tiene
fácil reparación se equivoca. Responsables somos todos.
Sacar a Venezuela del marasmo y volver a construirla con
idoneidad, ética y hondo sentido patriótico no será un
juego de niños. Si el balance sólo se remitiera a la
oscura noche del chavismo, no sería más que un drama. Si
comprende la responsabilidad global de todos los
sectores nacionales, es una tragedia.
Así duela en las entrañas: este es un
balance trágico. Como para no olvidarlo entre la espuma
de las navidades y el champán de la noche vieja.