Lo que los analistas petroleros han estado
vaticinando desde hace unos meses comienza a convertirse
en una cruda realidad: la baja de los precios del
petróleo ha echado a andar, y difícilmente será
contenida por unos productores incapaces de poner orden
en sus cuentas. Y un mundo desarrollado decidido a
frenar el empuje especulativo de los precios. En un mes,
la cotización de la cesta venezolana ha descendido en $
18, 53. Multiplicado por los barriles producidos y
exportados por PDVSA, tal cantidad se traduce en cifras
francamente alarmante. Pues si al precio de hoy el crudo
venezolano se cotiza en %107,93, téngase por seguro que
el gobierno está gastando el equivalente a $130 o $140.
Y de seguir esta tendencia, en septiembre el precio de
la cesta bien puede no sólo haber rebajado la cifra
mágica de los $ 100. Puede estar en $ 90 o incluso
menos.
Es el arma de doble filo de basar toda una
política nacional e internacional, revolucionaria y
expansionista, clientelar y populista en el maná
petrolero y la magia de precios exorbitantes. Según
analistas políticos y económicos, el gobierno de Hugo
Chávez requiere de un piso petrolero mínimo de $ 120 el
barril. Sólo con ese piso puede mantener encendidas las
calderas de su popularidad y seguir influyendo en la
región. Por debajo de ese precio, la opción es muy
sencilla: o se le sigue regalando dinero a Evo Morales,
a Rafael Correa y a Daniel Ortega o se administra la
casa y se pone atención a las propias finanzas. De no
hacerlo desde ahora mismo, la catástrofe podría
reventarle en el rostro mucho antes de lo esperado.
Pero no es sólo la política internacional
del régimen, basada en la compra indiscriminada de
conciencias, la que estaría a punto de hacer crisis. Es
la inyección desaforada de dinero al funcionamiento de
las misiones, a la compra enloquecida de armamento, al
financiamiento de la campaña electoral, al mantenimiento
de una maquinaria clientelar que ha rebasado todas las
cotas de seguridad. Pues el incremento de los gastos y
el endeudamiento fiscal, constituyen referencias
inevitables y ejercerán su potencia obstructora y
asfixiante en cuanto comiencen a hacerse públicas las
cifras rojas de nuestra hacienda.
Por todas partes se asoman los indicios de
una grave crisis fiscal y financiera. Al freno del
crecimiento – absolutamente artificial, por cierto, y
decidido en los mercados petroleros internacionales
antes que en las bases estructurales de nuestra propia
economía – se suma tanto el desabastecimiento, como la
inflación desatada y el desempleo.
Si, como todo indica, el precio del petróleo
venezolano rondara los $ 90 el barril dentro de uno o
dos meses, la crisis fiscal aumentaría exponencialmente
y el gobierno se encontraría a las puertas de un grave
colapso. Dada la influencia directa del precio del
barril sobre la temperatura social de nuestro país, todo
indica que las próximas elecciones se celebrarían en un
clima de máxima volatilidad. Y que la explosión social y
política que tantos auguran coincidiera con la
asistencia a las urnas en regiones, estados y alcaldías.
No hay que ser un genio para predecir los
resultados: una derrota aplastante del régimen y la
aparición no sólo de graves conflictos regionales, sino
de nuevos liderazgos, ajenos al poder manipulativo de
Caracas. Tiempos de borrascas en perspectiva. Sin duda
ninguna.