“Es un grave error creer
que la democracia se limita al voto y que el triunfo en
elecciones da derecho al ganador para hacer lo que
quiera. Una auténtica democracia, como la que sostiene
nuestra Constitución, reposa en el respeto de mecanismos
institucionales que, lejos de ser obstáculos para el
buen gobierno, garantizan la legitimidad de los actos
administrativos.”
LA NACIÓN, BUENOS
AIRES
Habituados al abuso
como sistema y al despotismo como práctica, los
venezolanos hemos terminado por creer que nada ni nadie
podría detener la marcha del chavismo en América Latina,
esa forma extravagante y muy sui generis de
neopopulismo despótico que parece querer
imponerse en nuestra región como coartada para recubrir
la grave crisis de gobernabilidad que afecta, mal que
bien, a todos los países de la región. El comportamiento
del Senado argentino y la valerosa actitud del
vicepresidente argentino y presidente de la Cámara,
Julio Cobos, vuelve a poner las cosas en su sitio. Todo
no parece perdido.
La crisis argentina
se corresponde, guardando las debidas distancias
históricas y socio-políticas, a la grave crisis que vive
Venezuela y a la que sacude la región, desde México a la
Patagonia. Enfrentados al desafío impuesto por la
modernidad y la globalización, prácticamente todos los
países de la región han retrocedido ante la disyuntiva y
han pretendido hacer como los sicópatas ante sus crisis
de personalidad: caer en la regresión y volverse a sus
infancias. El populismo, en sus distintas vertientes –
otrora de derechas, hoy reciclado en su más brutal
esencia por las izquierdas - viene a ser el lapsus de
nuestras elites. Y la coartada de nuestra maltrecha
identidad.
El caso de México
es paradigmático. La histórica derrota infringida al PRI
con la elección de Vicente Fox auguró la alborada de la
modernidad en un país sometido durante setenta años a la
paternalista, corrupta y caudillesca administración de
esa insólita suerte de bolchevismo mexicano, madre de
todas sus corruptelas y perversiones. El esfuerzo de su
ciudadanía duró lo que el entusiasmo del enterramiento.
El gobierno de Fox se agotó en el esfuerzo de su propia
elección y terminó cayendo preso de sus errores. Echando
por la borda la ciclópea tarea liquidar no sólo a un
partido, sino a su sistema de dominación. No faltan los
analistas mexicanos que confiesan ver en las ejecutorias
de Felipe Calderón la restauración del priismo como
sistema.
El esfuerzo chileno
de la Concertación, una obra de ingeniería política
verdaderamente admirable, fracasa en manos del retorno a
las viejas prácticas politiqueras de la izquierda
chilena y la Democracia Cristiana. Que vuelven por sus
fueros. No del populismo a la Chávez, que una figura tan
impresentable y un sistema tan corrupto como el suyo
chocan con las determinaciones más profundas de la
tradición histórica chilena, pero sí al clientelismo
cupular y al tribalismo como forma de organización. El
naufragio de la Concertación parece inevitable. No se
hable de los casos verdaderamente patéticos y
vergonzosos de Nicaragua, Bolivia y Ecuador, convertidos
en satrapías del teniente coronel venezolano.
La decisión del
Senado argentino puede llegar a constituirse en una
piedra de tranca a tanto desafuero y a tanta
irresponsabilidad por parte no sólo de la devaluada
monarquía de los Kirchner sino de los partidos y
representantes políticos de la región. El problema de la
crisis de gobernabilidad podría hacerse relevante ya
como la crisis de los liderazgos. Y poner a la orden del
día la necesidad de reformular la política y los
partidos, demandando con urgencia la emergencia de
nuevos liderazgos y nuevas organizaciones.
América Latina está
ante ese, y ningún otro desafío. Modernizarse. Echar por
la borda la ferretería ideológica de izquierdas y
derechas tradicionales, sepultar de una buena vez la
estatolatría y el clientelismo populista y avanzar hacia
la modernización de sus sistemas políticos. O seguirá
condenada al fracaso.