uienes
creyeron de buena fe en la voluntad de enmienda del
presidente de la república se están llevando un tremendo
fiasco. Hugo Chávez es incapaz de enmienda alguna: su
naturaleza y su psicopatía lo empujan a la
confrontación, a la violencia, al abismo. De allí la
estafa de las tres R. Para Chávez, narcisista
sociopático y con un irrecuperable trastorno de
personalidad, la realidad no existe: sólo existe Él. La
oposición es una entelequia y su rechazo al proyecto
hegemónico el 2D una fantasmagoría. Elevado por su
megalomanía a las siderales alturas de un semi Dios no
ve más allá de sus narices. Ha llegado así a convertirse
en una suerte de King Kong adorado por los sectores más
retrasados de la sociedad venezolana, incapaces de
sentir verdadero amor por algo más que sus bolsillos,
sus estómagos o sus pulsiones.
La iracundia con que reaccionó al verse
rechazado el 2 de diciembre lo llevó a considerar que la
voluntad de millones y millones de ciudadanos
venezolanos era un montón de excremento y la nación una
poceta. Luego, aconsejado por sus más sensibles y
lúcidos asesores, como Heinz Dieterich, intentó la
enmienda de una rectificación. Aparentó acatar la
voluntad mayoritaria del país, que según su muy peculiar
y egolátrica versión “no estaba madura para el
socialismo”. Pero su otro yo, aquel demonio que se
posesiona de su quebrantada personalidad, el King Kong
que lleva en las entrañas, lo llevó a amenazarnos con un
“por ahora”. Creyendo que los 16 años que nos separan de
su criminal felonía del 4 de febrero y los nueve de su
desastroso gobierno de incapaces y mediocres habían
transcurrido en vano.
Intentó luego sacar las castañas con las
patas de las FARC. Y se encontró con Álvaro Uribe, un
político de verdad verdad, un estadista exitoso y un
probado general en jefe que en Santo Domingo lo redujo a
su auténtica estatura. Ante el nuevo fracaso aparentó
olvidarse de sus ambiciones imperiales y decidió
concentrarse en las próximas elecciones y ganarlas,
aparentemente en buena lid. Pero el pequeño King Kong
que lleva dentro lo obligó a convertirlas en un
enfrentamiento de vida o muerte. Carente del más mínimo
espíritu democrático – contrariamente a lo que afirma su
cortesano mayor, el corruptísimo JVR – aseguró que luego
de perder las gobernaciones la victoriosa oposición iría
a por su cabeza. Y seguro de perder espacios
estratégicos – Zulia, Carabobo, Caracas, Mérida, Falcón,
Trujillo y vaya a saber Dios cuántas gobernaciones y
alcaldías más – tiró a la basura todas sus promesas de
rectificación y enmienda y decidió imponer a lo mero
macho lo que ya no puede ni podrá jamás por las buenas:
acelerar a fondo, despreciar la mayoritaria decisión
popular y obligarnos a pasar por las horcas caudinas de
sus decretos. Esperando, en el peor de los casos, una
conmoción pública que le permita decretar un estado de
excepción y suspender sine dia todo proceso electoral.
En el mejor de ellos, someternos como si estuviéramos
catalépticos.
Vuelve así a empujarnos al borde del abismo.
A chantajearnos con sus golpes de pecho y sus bufidos
mediáticos. Pero se equivoca si cree que encontrará a
quienes le lleven la cabeza de la libertad para calmar
sus iras y saciar sus apetitos salvajes. Venezuela no es
la isla prehistórica de la saga del gorilón sentimental.
Ni sus ciudadanos, una manga de infelices en taparrabos
que requieran ofrendarle la grandeza de su historia para
calmar sus primitivas furias ancestrales.
¿Qué hacer? Enfrentarlo con templanza y
grandeza. Preparar paciente y tenazmente todas las vías
necesarias para sacarlo del Poder que ya usurpa, pues
hace lo que nadie le ha autorizado a hacer.
Desconociendo de manera flagrante y alevosa la
constitución y la sagrada y soberana voluntad popular.
Legalmente, señalando sus atropellos a la carta magna.
Electoralmente: uniéndonos cuanto antes, refrenando los
apetitos y mezquindades de los falsos liderazgos,
imponiendo a los mejores candidatos a lo largo y ancho
del país. Socialmente, calentando las calles de
Venezuela para respaldar el proceso electoral, exigiendo
desde ahora mismo un pronunciamiento del CNE para que
convoque de una vez por todas formal y
constitucionalmente a la realización del próximo proceso
electoral. Y pagándonos lo que aún nos adeuda: el
resultado definitivo de nuestra victoria del 2 de
diciembre.
Luchamos contra la barbarie. Luchamos por la
civilización. Luchamos contra una dictadura. Luchamos
por la libertad. En juego está el destino de la patria,
de ninguna manera la nómina de una gobernación o una
alcaldía. Que lo sepan de una vez quienes pretenden
erigirse en los líderes de la libertad, la justicia y el
progreso. O corren, o se encaraman.