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Nueve años ha tardado el presidente
Hugo Chávez en obtener uno de sus más codiciados
propósitos: convertirse en problema prioritario en la
agenda del Departamento de Estado y del Pentágono. Una
de sus mayores angustias – ser ignorado y/o despreciado
por el presidente George W. Bush – comienza a encontrar
satisfacción. Por primera vez el Estado norteamericano en
la voz de sus principales voceros e instituciones – el
Comando Sur, el Departamento de Justicia, el Departamento
de Estado y la Casa Blanca – vuelven su mirada con
atención al “problema Chávez” y deciden enfrentar lo que
consideran una cuestión de sobrevivencia regional. La
pesada maquinaria norteamericana, renuente a dejarse
entorpecer por asuntos menores como un teniente coronel
fabulador y golpista, por folklórico y pintoresco que
aparente ser, ha comenzado a girar en dirección al Caribe.
El teniente coronel puede darse por plenamente satisfecho:
ya está en la mira y es blanco del poderío imperial. Uno
de sus más temibles portaaviones nucleares, el Harry S.
Truman, se pasea frente a las costas de la zona, poniendo
en entredicho con un mero "efecto demostración" y sus
ochenta y cinco aviones de combate el recién adquirido
potencial aéreo de procedencia soviética de que dispone la
revolución bolivariana y el patético estado del apresto
operativo de su Fuerza Armada Nacional, como quedara
lamentablemente de manifiesto en el reciente conflicto con
Colombia. Más importante aún y de efectos más letales: la
justicia norteamericana desnuda las implicaciones del
régimen y su presidente en el lavado de dinero, el tráfico
de drogas y el respaldo a las narcoguerrillas y el
terrorismo, minuciosamente testimoniadas en los Laptops de
Raúl Reyes. Goliat asoma sus garras.
Posiblemente no esté Hugo Chávez plenamente
consciente del terreno que pisa provocando no sólo a los
Estados Unidos, sino también a los países de la región y a
la Unión Europea. Incluso a Cuba, preocupada por mejorar
sus relaciones con los Estados Unidos e iniciar una
transición que le permita reincorporarse con plenos
derechos a la comunidad internacional. Incluyendo, desde
luego, a la OEA. Pretender asumir la vieja estrategia
castrista de cohesionar y galvanizar sus desconcertadas
filas, en desbandada luego del fracaso electoral y
plebiscitario del 2 de diciembre, provocando un
enfrentamiento sin retorno con los Estados Unidos y
convirtiéndolo en el tema prioritario de la sobrevivencia
de su régimen, denota una crasa ignorancia de la verdadera
correlación de fuerzas que se impone en nuestro país, al
mismo tiempo que una desquiciada aventura que puede
costarle su cabeza. Pues no es, como lo fuera en el caso
cubano, una revolución la que se enfrenta al Imperio, sino
un precario gobierno arrinconado entre la espada de su
inoperancia y la pared de sus propios desaguisados.
En cuanto a la situación interior: más se
parece el gobierno de Hugo Chávez al de los últimos
estertores de Isabelita Perón y el brujo López Rega, que
se extinguiera sin pena ni gloria empujado al abismo por
una corrupción galopante y una ingobernabilidad
aterradora, que al del Fidel Castro de Playa Girón. Y
mientras Castro podía contar con la Unión Soviética,
Chávez no cuenta con otro respaldo que el de Irán y
Bielorrusia. Que hasta la Cuba de Raúl Castro comienza a
tomar sus distancias. Un caso de lamentable miopía
política podría estar empujándolo al abismo. Será el único
culpable de su muy probable caída.
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Sería muy lamentable que el presidente de la
república confundiera su actual situación, según revelan
todas las encuestas la más precaria desde que sufriera la
rebelión popular del 11 de abril, con la que viviera la
revolución cubana al momento de la total ruptura de
relaciones con el gobierno de los Estados Unidos.
Venezuela no ha vivido una transformación revolucionaria.
Antes por el contrario, ha acentuado su dependencia
económica y cultural respecto de los Estados Unidos. Y su
gobierno, lejos de haber promovido una profunda
transformación de nuestros parámetros culturales, que nos
han atado durante gran parte del siglo XX y en particular
desde la conversión de nuestra sociedad en una sociedad
petrolera al llamado “american way of life”,
los ha incentivado hasta extremos grotescos.
En todos los órdenes de la vida nacional, la
insólita bonanza petrolera vivida durante estos últimos
ocho años ha fortalecido dichas tendencias. La
redistribución del ingreso no se ha traducido en un cambio
de parámetros socio-culturales: ha fortalecido y
desfigurado aún más los ya existentes. La tradicional
ausencia de socialización en la solución de nuestros
problemas estructurales ha continuado imperando en su
improvisado tratamiento. No se ha traducido en la mejoría
de los servicios y necesidades del venezolano, ni en la
socialización de las soluciones. Un caso ejemplar lo
constituye el servicio de transporte público. En lugar de
mejorar las redes viales, construir y diversificar nuevos
medios de transporte y promover la construcción de mejores
carreteras y vías alternas garantizando al mismo tiempo
una red de servicios públicos para los usuarios, se ha
promovido la compra salvaje de automóviles. A precio de
ganga y a costillas de nuestras reservas internacionales.
Sin otra intención que anestesiar y/o comprar la anuencia
de las clases medias. No lo ha conseguido, evidentemente,
pero la vida cotidiana se ha convertido en una verdadera
tortura.
Tampoco la educación, la salud, el deporte y
la cultura han encontrado un trato alternativo, novedoso y
transformador. Las misiones terminaron en el mayor
abandono y su gestión está marcada por el despilfarro, la
corrupción, la inoperancia y el fracaso. En lugar de
atacar el problema sanitario de raíz, mejorando los
establecimientos existentes y construyendo grandes centros
de medicina integral para todos los sectores de la
población, se ha enriquecido aún más a las empresas
aseguradoras y se ha copado la disposición de asistencia
de las clínicas privadas. En cuanto al ocio, dólares
preferenciales para un turismo masivo y compras suntuarias
para esas mismas clases medias han desangrado esas mismas
reservas, profundizando la irresponsabilidad colectiva y
el escapismo ciudadano.
Todo lo cual ha sido acompañado del más
perverso y fatal de los mecanismos de salvaguarda del
funcionariato estatal: una corrupción absolutamente
desaforada. ¿Dónde han ido a parar las gigantescas
comisiones de primas de seguros, que según todos los
indicios de un tradicional 3% han ascendido incluso más
allá del 20%? Hablamos de cientos de millones de dólares
anuales. Sobre los cuales planean comisionistas – de la
misma estirpe y condición que los presos de La Florida -,
ministros y altos funcionarios. Basta imaginar la prima
cancelada a la respectiva aseguradora privada en todos
estos nueve años por el Ministerio de Educación, el mayor
y más grande instituto estatal de América Latina, para
asombrarse del monto que se ha extraviado en los
vericuetos de sus ministros y máximos responsables.
¿Alguien ha pedido cuentas? ¿Alguien las ha dado?
Imaginable el panorama ante un contralor mucho más
preocupado por inhabilitar a posibles candidatos
opositores que en vigilar e impedir el saqueo de la
hacienda pública.
Si tan lamentable es el estado de la
salud y la educación, ni imaginarse el de la seguridad
pública. Basta leer la crónica roja de los fines de semana
para comprender que Venezuela ya no es la de antes. Es
infinitamente peor. ¿Cómo se ha comprado la aparente
neutralidad de las fuerzas armadas si no es poniendo a sus
mandos en el "cuánto hay pa'eso"? Un escenario dantesco,
patético y muy lamentable. ¿Revolución bolivariana? Ya te
aviso, chirulí.
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Si los parámetros socio-culturales
continúan atados a nuestras peores lacras y el venezolano,
siguiendo las pautas impuestas desde el alto gobierno,
sigue aferrado a sus atávicos malos hábitos – consumismo,
egoísmo, irresponsabilidad ciudadana, hedonismo,
escapismo y un materialismo grosero y desconcertante – las
instituciones están por los suelos. Todas pervertidas por
la traición a sus funciones en aras de someterse a la
voluntad omnipotente del caudillo. Desde la Justicia a las
Fuerzas Armadas, todas las instituciones del Estado se
encuentran carcomidas por la desintegración moral, la
irresponsabilidad pública y la corrupción generalizada.
¿Puede una sociedad envilecida a tal grado por
una gestión de la máxima irresponsabilidad como la
ineficiente, inoperante y prepotente ejecutoria del
presidente de la república y sus más cercanos funcionarios
enfrentarse a un grave estado de excepción como el que
podría provocar el convertirnos oficialmente en un estado
terrorista y/o forajido? ¿Puede la Venezuela quebrantada
en su fibra más íntima y fracturada en su atribulada
esencia hacer frente a un aislamiento internacional como
el que provocaría tal declaratoria?
Sólo la irresponsabilidad suicida de un
desquiciado podría empujar a nuestra patria a un estado de
gravedad semejante. Sólo quien confunde sus propios y
mezquinos intereses con los altos intereses de la Nación
podría pretender sacar partido de un aislamiento
semejante. Sólo un hombre poseído por la mayor
irracionalidad y la más bastarda ambición podría querer
desencajar nuestra precaria organización social,
económica, cultural y política desatendiendo el llamado a
concertar con todos los sectores nacionales –
empresariales, políticos, académicos, eclesiásticos,
laborales, estudiantiles y profesionales – para
restablecer la normalidad ciudadana y recuperar la plena
vigencia constitucional de nuestra quebrantada
institucionalidad.
Vivimos la peor crisis de nuestra historia. Si
no encauzamos todos los esfuerzos en dirección a una
normalización de la vida pública nacional, como lo
proponen ya distintas fuerzas sin distingos de color
político, y no recuperamos el buen nombre y el prestigio
de la república en el concierto de las naciones, podríamos
estar al borde de nuestra desintegración. Como ya ha
sucedido más de una vez en nuestro lamentable pasado.
Es el momento de la reflexión, para facilitar
la acción. Es el momento de la unidad, para enfrentar el
presente. Es el momento de la verdad para resolver el
futuro.