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Cometen un error político quienes
pretenden encauzar los esfuerzos de la oposición
exclusivamente por los canales electorales,
desvinculando ese proceso del grave escenario de crisis
en que nos encontramos. Ni la crisis económica, social y
política que sufrimos – la más grave desde la asunción
del chavismo al Poder y una de las mayores de nuestra
historia republicana – se deja encasillar en los cauces
de una tradicional contienda electoral. Ni las
elecciones poseen, bajo ese dato estratégico, el mismo
significado que en condiciones de normal desarrollo
político. Son, en las presentes circunstancias, un
incidente dentro de un cuadro general de agravamiento de
la situación nacional.
De allí la necesidad de considerar el
próximo proceso electoral dentro de los marcos
históricos definidos por este cuasi estado de excepción
en el que estamos ingresando. Cuyos primeros y más
graves efectos pueden traducirse en explosión social,
anarquía e ingobernabilidad. Son tan preocupantes y de
tal magnitud los factores de perturbación de nuestra
convivencia y nuestro futuro como Nación, tan acuciosos
los problemas económicos, sociales, ahora incluso
internacionales que nos acosan, que resulta imposible,
además de altamente irresponsable, cerrar los ojos y
hacer como si no sucediera nada. Aprontándose a resolver
nuestra profunda división, nuestros cruentos
enfrentamientos y nuestro creciente aislamiento
internacional por el tradicional expediente de
elecciones regionales.
Nada de lo dicho implica restarle
importancia al esfuerzo por incrementar nuestras fuerzas
sociales, reconquistar los espacios de gestión pública,
y quebrantar el Poder político absoluto de los
responsables principales y directos de esta colosal
crisis de todo orden: moral, económica, social, jurídica
y existencial que amenaza con arrasarnos. Contrariamente
a la visión apocalíptica que de dicho proceso de
recuperación de los espacios democráticos pretende
dibujar el presidente de la república, que ya interpreta
la victoria de la oposición en los próximos comicios
como si de preavisos de su condena a muerte se tratara,
tal victoria contribuirá de manera sustancial a superar
la grave crisis que vivimos.
En efecto, muy lejos de esa visión
catastrofista, sin otro objetivo real que amedrentar a
la población, la victoria opositora en esos y otros
estados y alcaldías vendría a restablecer la auténtica
correlación de fuerzas políticas a nivel regional,
repararía el grave daño que una concentración absoluta,
unidimensional y despótica del Poder han causado a la
nación, provocando entre otros factores la grave crisis
que vivimos y permitiría que un Poder compartido
propicie el cambio hacia una realidad que la historia
reclama a gritos: la transición hacia una democracia
moderna, próspera y solidaria en Venezuela.
Mayor razón para evaluar en su justa
importancia el futuro proceso electoral, imposible. Lo
cual no quita situarlo en el contexto de este virtual
estado de excepción al que parece nos encaminamos a
pasos agigantados. Y que el presidente de la república
insiste en provocar.
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La necesidad de avanzar en esos planos
simultáneos – enfrentar las elecciones y prepararse para
posibles escenarios de excepción - tiene que ver con un
hecho palmario: la dinámica de la crisis, la carencia de
parte del presidente de la república de un auténtico y
creíble propósito de rectificación y enmienda –
atribuible incluso a deficiencias estructurales de su
personalidad - y la ceguera con que procede el tren
ejecutivo ante los desafíos que enfrenta, así como la
manifiesta y creciente pérdida de respaldo popular del
régimen ante los problemas cotidianos que enfrenta la
población, particularmente la de más bajos recursos –
desabastecimiento, carestía, inseguridad – permiten
concluir sin mucho temor a equívocos que la situación se
agravará y la dinámica confrontacional no cesará.
Incluyendo esta vez eventuales explosiones sociales de
incalculable magnitud. Cada día se acrecienta la
certidumbre de que en las actuales circunstancias y con
la política rupturista y confrontacional llevada a cabo
por el presidente de la república, su gobierno
difícilmente podrá alcanzar el 2013.
Cabe preguntarse incluso si Hugo Chávez
considera planes alternativos ante la crisis y su
eventual pérdida de Poder, que lejos de asumir como un
demócrata considera atentados mortales contra su
proyecto revolucionario, que vincula indisolublemente a
su propia persona. La pérdida de respaldo internacional
a su proyecto de parte de algunos de sus aliados
moderadores – Brasil o incluso la Cuba castrista, así
suene paradójico – y su acercamiento a las
narcoguerrillas colombianas permiten imaginar muy
complejos, peligrosos y desquiciados planes de
militarizar la crisis, subiendo el grado de la
conflictividad interna y externa hasta niveles pre
bélicos. Según informes nada desdeñables, la posibilidad
de una escalada con Colombia y la militarización del
conflicto interno venezolano involucrando a factores de
las narcoguerrillas caben perfectamente en los
escenarios futuros.
En otras palabras: pisamos un terreno de
alta conflictividad. Tanto o más pre insurreccional que
el vivido por Carlos Andrés Pérez durante la fase final
de su gobierno. Mayor incluso y mucho más complejo que
el que precediera al 11 de abril del 92. Que Hugo
Chávez no es un demócrata quedó suficientemente
demostrado el 4 de febrero de 1992. Y lo ha reiterado
hasta el cansancio con su comportamiento confrontacional,
violento, represivo y excluyente, más propio de una
personalidad autoritaria dotada de inclinaciones
fascistoides que de un político educado en la dinámica
del entendimiento, el consenso y la resolución pacífica
de los conflictos. Ese es un dato esencial. Desconocerlo
o pretender ignorarlo constituye un grave error y una
falta de responsabilidad.
Hic Rodus, Hic salta. Esta es la Venezuela
en que tendrán lugar los próximos procesos electorales.
Esta, nuestra circunstancia. ¿Cómo compatibilizar una
medición esencialmente democrática como las elecciones
de concejales, alcaldes y gobernadores de Noviembre
próximo con un escenario tan complejo y excepcional?
¿Cómo invertir todos nuestros esfuerzos electorales en
el marco de esta crisis, coadyuvando a su resolución?
¿Cómo sortear con éxito los graves desafíos que
enfrentamos encauzándolos en los marcos constitucionales
y pacíficos, tan anhelados por la población venezolana?
¿Cómo imponer reglas justas, ecuánimes y transparentes
para que dicha medición electoral coadyuve a la
resolución de la crisis y no se convierta, por el
contrario, en un detonante que potencie su
destructividad?
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Sin ninguna duda, incorporando el
proceso electoral al marco general de la lucha por la
redemocratización de la sociedad venezolana, la
superación de la crisis – en todos sus órdenes - y la
construcción de un proyecto de Poder capaz de asumir el
control político, social, económico y militar del país,
liderando la construcción de la Venezuela moderna y
globalizada que los mejores espíritus y los sectores más
conscientes del país reconocen como una necesidad
histórica ineludible.
Para ello se requiere avanzar en la
resolución de varios problemas estructurales de manera
ordenada y simultánea: en primer lugar, reconstruir los
tradicionales partidos políticos – COPEI y AD – a partir
del necesario rejuvenecimiento de sus liderazgos, el
replanteamiento a fondo de sus principios doctrinales y
la superación radical de las causas que motivaran su
decadencia y pérdida de poder. Hay suficientes indicios
que señalan que se está en la vía correcta para encarar
y resolver ese desafío. En segundo lugar, avanzar hacia
la definición ideológica y búsqueda de perfil propio
entre los nuevos partidos, particularmente en PJ y UNT.
Deben superar en el más corto plazo su naturaleza
electorera y dependiente de factores de poder que los
convierten en instrumento de ambiciones personalistas.
Deben encontrar las sólidas bases de su necesaria
inserción en la representación política, doctrinal e
ideológica del país del futuro que los venezolanos
exigen y quisieran construir al más corto plazo.
Dichos factores, unidos a PODEMOS – que ha
demostrado con gran lucidez, coraje y decisión su
vocación de poder y su voluntad de contribuir al
restablecimiento de la democracia venezolana - y los
restantes partidos del espectro político venezolano,
debieran confluir en dos o tres grandes factores de
aglutinación ideológica: el socialcristianismo de corte
liberal, la socialdemocracia y el socialismo
democrático. Es imaginable, asimismo, como factor
residual de la sobrevivencia del chavismo, una izquierda
radical de proveniencia marxista. Sin duda, la
transición hacia la plena vigencia de la
institucionalidad democrática requerirá de un pacto de
entendimiento y gobernabilidad de las fuerzas
democráticas mencionadas. Que debiera ser más que un
pacto de gobernabilidad para convertirse en un pacto de
reconstrucción nacional.
En cuanto a la coyuntura, dichos factores
debieran proponer con urgencia un acuerdo de salvación
nacional para enfrentar los graves problemas que nos
acucian, sacar al país de su aislamiento y volver a
situarlo en el concierto de las grandes naciones. Un
acuerdo de emergencia nacional que de tranquilidad y
confianza a todos los sectores nacionales – estudiantes,
trabajadores y empresarios, iglesias y universidades,
entre otros -, bajo el manto de un compromiso de honor
en defensa de la democracia y la resolución pacífica,
consensuada, constitucional de nuestros conflictos.
Definiendo asimismo una línea de acción común que
rescate la independencia y credibilidad de la Nación en
los foros internacionales. Y le demuestre a la comunidad
internacional con hechos que la oposición venezolana
está en perfecta capacidad para asumir el gobierno y
restablecer el imperio del orden y las leyes en la
república.
Son medidas de urgencia de modestos
propósitos, pero que garantizarían un marco factible de
resolución a la grave crisis. Tema prioritario en ella:
las elecciones de noviembre tras de una depuración del
CNE y el Registro Electoral. El próximo proceso
electoral debe afianzar la paz e impedir que el país se
nos vaya de las manos. Como sucediera el pasado 2 de
diciembre. Su salvación es tarea de todos.