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El presidente de la república no estaría
metiendo los dedos en todos los avisperos y aventando
toda esta espesa humareda, ni estaría conjurando golpes
de estado y acusando de imaginarios magnicidios a
honorables ciudadanos venezolanos si no estuviera tan
desesperado por el tremedal en que se encuentra. Ve
golpistas y magnicidas hasta en la sopa. Bien dice el
refrán: cada ladrón juzga por su condición. ¿Qué esperar
de un golpista reo y confeso, que el 4F se hizo a la
tarea de asesinar al entonces presidente de la
república? Corre de un lado al otro pretendiendo apagar
los fuegos que él mismo ha invocado y no hace más que
avivarlos. Pone a sonar todas sus fanfarrias de guerra
para espantar los demonios de su derrota, y no hace más
que espantarse él mismo. Ante el próximo 23N le sucede
lo que al dueño del circo en desgracia: le están
creciendo los enanos. Está en el peor momento de su
carrera. Y al parecer, de esta debacle no lo salva
nadie. Huele a Hitler en marzo de 1945 en su Bunker de
Berlín. Der Untergang.
Mientras invita a los rusos a desenterrar el
hacha de guerra, el petróleo se le derrumba sin remedio.
Ya perforó el piso de los $100. Mientras amenaza con
misiles de alcance medio, le bombardean el más
importante de los campamentos de las FARC, el de las
finanzas. Con un millón de dólares en efectivo y miles y
miles de archivos: más pruebas al canto de su colusión
con las narcoguerrillas. Sin contar con las escandalosas
revelaciones del caso del maletín, en el que aparecen
implicados un ex vicepresidente de la república y el
recién estrenado ministro de interior y justicia.
Mientras recibe una avanzadilla rusa, se fortalece la
candidatura McCain-Palin. USA Today y Gallup
les dan a los republicanos 10 puntos sobre Obama. En el
Falcon Crest barinés hasta la policía le
da la espalda. El portaviones se hunde
irremediablemente. l.
Recurre al viejo expediente goebbeliano de
abrir sus letrinas y salpicar a todos quienes le rodean.
Si pudiera, ya habría inaugurado sus campos de
concentración. Provocar a los norteamericanos parece
imposible, seguros como están que sin los 50 mil
millones de dólares de intercambio comercial la
revolución bolivariana se muere de mengua. Y sin los
dólares contantes y sonantes que le proveen los yanquis
días tras día hasta su madre lo mandaría a los quintos
infiernos. Cosa nada nueva en ella.
Para su inmensa desgracia a Chávez se le
acabó el encanto y al pueblo se le acabó el amor. Y él,
divorciado de varias contiendas, debiera saber que amor
que se acaba no lo resucita ni un santo milagrero.
Tan aislado está, que comienza a comprar
armas con la condición de maniobras conjuntas. Como si
Putin asustara a George Bush. Y los rusos a los
venezolanos. Chávez no tiene literalmente de qué palo
ahorcarse. Y si la oposición lo entiende de una buena
vez, debiera revolcarlo el 23N.
Es lo que ya se asoma. Al mono inflable que
pasó a mejor vida el 2D no hay quien pueda volver a
levantarlo. Ahora es cuando. Le teme a un modesto
programa de televisión y a sus propios periodistas. Le
teme a un movimiento ciudadano conformado por notables
personalidades de impecable trayectoria democrática,
como el M2D. Cómo irá a reaccionar cuando el pueblo
termine por decirle: ¡Basta! Es el comienzo del fin.
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Fuite en avant – huída hacia
delante – llaman los franceses a la estrategia
desesperada que está aplicando Chávez. Lo que no hizo en
diez años – cuando tenía todo el viento a su favor -
quiere hacerlo en diez días – cuando tiene el sol a su
espalda. Y cree que si desata un vendaval de leyes
totalitarias y mete preso hasta el gato, podrá quedarse
en Miraflores per secula seculorum. Ilusiones de
paralítico. Demuestra que se le acabó el olfato. Así no
logrará detener la caída: la precipitará.
Por eso el desespero: las 26 leyes, las
amenazas de clavarnos otro paquetazo, la
entrega a los rusos, las estatizaciones a mansalva,
pretender revivir los juicios de Moscú: todo a la
carrera, improvisado y a última hora. Mientras comienza
la merma de las reservas internacionales, descienden
dramáticamente los ingresos petroleros y el sistema
comienza a hacer agua por todos sus rincones. Le
amenazan: una inflación desatada, desabastecimiento,
crisis fiscal y la permanente amenaza desde el viernes
negro: una maxi devaluación que conmueva las ya
resquebrajadas bases económicas de este frágil sistema
rentista y nos vuelva a lanzar a las playas del
naufragio. Recesión con inflación. Nada nuevo, por
cierto: es el destino de esta montaña rusa petrolera que
arrastra a nuestro sistema financiero del cielo al
infierno y que siempre termina por catapultarnos a los
abismos. Sucedió con Pérez, sucedió con Herrera, sucedió
con Lusinchi y sucedió con Caldera. Con la diferencia
que el barranco de esta locura no tiene precedentes. Y
la sistemática destrucción de la república, tampoco.
Podrá imponer las leyes e incluso
estrangular la constitución y, en el colmo del desvarío,
echar por la borda su mascarada democrática y
entronizarse a la cabeza de un régimen autocrático,
despótico y dictatorial. Suficientemente enmascarado de
socialismo y travestido de izquierda castro marxista.
Todo ello será superficial, postizo, carente de las más
mínimas bases y, por lo mismo, condenado al fracaso al
corto plazo.
Lo cierto es que pudo haber hecho una
revolución y no la hizo. Pudo haber echado las bases de
una nueva sociedad. No las echó. Pudo haber encabezado
una transformación profunda, contando a su favor con la
mayor cantidad de poder jamás detentada por presidente
venezolano alguno, con la sola excepción de Juan Vicente
Gómez, y los más fastuosos ingresos petroleros de toda
nuestra historia. No hizo más que agravar y profundizar
los males estructurales de nuestra deteriorada sociedad.
Al cabo de esta década malbaratada, perdida
y dilapidada, no queda más que el malestar por la
borrachera mal digerida. Y su delirante y errático
comportamiento suicida. En los hechos no hizo nada de
todo lo que pudo haber hecho por ignorante, por inculto,
por incapaz, por corrupto, por mediocre. Se envaneció en
su soberbia y su petulancia y se dejó carcomer por el
cáncer de la corrupción, de la adulancia, del
aprovechamiento. Fue devorado por sus propios fantasmas.
Más se preocupó por construir y mantener el pedestal de
su gloria que en construir las obras que lo
justificaran. Hoy, ídolo con pies de barro, yace
acorralado por feroces problemas. Dios se apiade de sus
desvaríos
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Nada nuevo bajo el
sol. Con esta malhadada revolución bolivariana sucedió
exactamente lo que ha sucedido con todas las
revoluciones venezolanas. Escuchemos el testimonio de un
ilustre historiador, Luis Level de Goda, quien
escribiera en 1893, al calor de la revolución legalista
de Joaquín Crespo: “Las revoluciones no han producido
en Venezuela sino el caudillaje más vulgar, gobiernos
personales y de caciques, grandes desordenes y
desafueros, corrupción, y una larga y horrenda tiranía,
la ruina moral del país y la degradación de un gran
número de venezolanos.”
Cuarenta años
antes y recién salido de la tragedia de la Guerra
federal, uno de los más preclaros venezolanos de todos
los tiempos, Cecilio Acosta escribiría: “Las
convulsiones intestinas han dado sacrificios, pero no
mejoras; lágrimas, pero no cosechas. Han sido siempre un
extravío para volver al mismo punto, con un desengaño de
más, con un tesoro de menos.”
Es el sino que parece condenar a nuestro
país a reiterar sistemáticamente sus periódicas
catástrofes. Fracasos cada vez más profundos y más
graves, pues asolan a un país más complejo y enfrentado
a mayores y más grandes desafíos. No somos ni un país
rural, ni una masa inculta y analfabeta ni en extrema
pobreza, como a fines del siglo XIX. Somos un país que
ha transitado grandes cambios y dotado de suficientes
medios materiales y humanos como para emprender la gran
cruzada por la modernidad, la globalización, el
desarrollo. Un país objetivamente capacitado como para
sacudirse el lastre de su regresión militarista y su
barbarie caudillesca para aspirar con toda legitimidad a
colocarse a la cabeza de nuestra región en su esfuerzo
por ingresar al exclusivo club de las potencias
intermedias, como ya lo han logrado Brasil y México,
como ya lo están logrando Chile y Colombia. Como pronto
lo logrará Perú.
Es el desafío que enfrentamos. Sacudirnos el
lastre de barbarie, incultura, corrupción e inmoralidad
que nos mantiene paralizados y asumir el liderazgo en la
cruzada por la emancipación de nuestras taras
ancestrales. Ese debe ser el marco normativo de nuestra
acción social y política. Librar la gran revolución
cultural del siglo XXI que una a nuestra gente tras el
objetivo de la prosperidad, la creación, el desarrollo,
la globalización. Dentro del más estrictos apego a los
marcos democráticos y constitucionales.
La primera tarea consiste en enfrentar el
maléfico poder del engaño y la mentira. Chávez pretende
ser el adalid en la lucha contra el imperialismo yanqui
y mantiene unas relaciones de dependencia con los
Estados Unidos que se traducen en un intercambio
comercial de más de cincuenta mil millones de dólares.
Acusa a los opositores de ser “pitiyanquis” mientras
todas sus exportaciones petroleras se orientan a
satisfacer la demanda norteamericana y los ingresos a
satisfacer el consumo interno gracias a las
importaciones desde los Estados Unidos. Jamás, en casi
doscientos años de historia, fue Venezuela menos
soberana y más dependiente de los Estados Unidos que
hoy. Jamás estuvo más sometida a la bota de los
capitales yanquis. Jamás regida por mayores pitiyanquis.
De allí la necesidad de volver al seno del
pueblo para dirigirlo en la lucha por su emancipación.
De allí la necesidad de desenmascarar la mentira de un
régimen profundamente falaz y engañoso y prepararnos
para la gran lucha de liberación nacional. En esa
cruzada, debemos poner a nuestro pueblo de pie y
convocarlo a librar y ganar la primera gran batalla:
recuperar alcaldías y gobernaciones para la democracia,
la verdad, la libertad. Es el categórico imperativo del
momento.