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No ha sido un recibimiento triunfal, con trompetas y
atabales, guardias de honor y entorchados, caballerías,
bandas marciales, gallardetes y timbales. Como tanto le
gustan a nuestro presidente de la república cuando de
recibir a sus hermanos del alma se trata: Evo Morales o
Daniel Ortega. Tampoco un encuentro de comitivas
almidonadas, efusiones y abrazos, sonrisas satisfechas e
intercambio de corazones, como cuando recibe a la Sra.
Cristina Fernández de Kirchner. Ni siquiera de
palmaditas en la espalda, maletines de acuerdos y
saludos victoriosos hacia la inhabitada distancia,
cuando por aquí se aparece un dignatario de mayor
alcurnia armado de voracidad crematística, como Lula.
Las cámaras brillaron por su ausencia y los enjambres de
ávidos reporteros gráficos se quedaron con sus lentes
fríos. Nunca un encuentro de presidentes fue más
discreto, distante y desmarañado. La hora de estas
relaciones es menguada. Preferible el bajo perfil
disfrazado de cálida hermandad.
Habrá cien mil razones que expliquen el segundo plano de
Maduro y el sorprendente relieve asignado por el
despelotado protocolo presidencial a Alí Rodríguez
Araque, nuestro hombre en La Habana. Como la insólita
desaparición de Ramón Rodríguez Chacín, el funcionario
más relevante del régimen y privilegiado contacto con
las FARC, hoy en desgracia. Y la reaparición de un
auténtico bacalao de estos tormentosos diez años de
golpismo revolucionario: el ex comandante Arias
Cárdenas. En regímenes como el chavista, tan cercano en
su faramalla protocolar a los sistemas totalitarios, las
presencias y ausencias, los puestos de honor y los
segundos planos deben ser interpretados de acuerdo al
estado de la situación y el ánimo del Mandamás. Un
Izarrita de rostro enjuto y cabizbajo, mirando al suelo
para no figurar en la fotografía y situado en lontananza
precisamente por responsable de Telesur y por lo tanto
malversado por los servicios de inteligencia del
Ejército colombiano para tenderle la celada
hollywoodense a alias César, dice más que mil palabras.
Se le deben haber revuelto los intestinos pensando en el
reconcomio que le hierve la sangre. Los falsos
reporteros de la Operación Jaque se hicieron pasar por
subordinados suyos, hasta en sus chalecos reporteriles.
¿Los habrán comprado en la esquina caliente?
Entretanto, el Canal 8 decía lo suyo. O callaba.
Impermeable a los buenos modales que merece una visita
de Estado, por más discreta que ella sea, la fea señora
que animaba el programa del canal “de todos los
venezolanos” a la hora del arribo de Uribe a Paraguaná
no dejó pasar la ocasión sin leer supuestos comentarios
de indignados oyentes que le recomendaban a su
presidente cuidarse de la perfidia neogranadina.
Diplomática manera de expresar el odio que rebulle en
las entrañas del régimen contra el presidente
colombiano. Contrafigura grosera y reiteradamente mal
tratada por el presidente Chávez durante estos últimos
siete meses y a quien la razón de Estado y las próximas
elecciones regionales obligan a tragar muy grueso. Por
primera vez en su vida, Chávez se ve en la obligación de
seguir al pie de la letra los consejos de Rómulo
Betancourt a quien pretenda navegar en las aguas
procelosas de la alta política: estar dispuesto a
zamparse un burro atravesado, con pelos, cascos y
cascarrias. Sin soltar un solo eructo. Gajes del oficio.
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Imposible peores momento para una visita obligada,
aunque imprescindible como para encerrar a los fantasmas
de Raúl Reyes en el desván de la conveniencia y cerrar
la caja de Pandora de sus laptops. Uribe, como lo acaba
de demostrar ante los gobiernos de Suiza y Francia,
dispone de un verdadero arsenal de documentos
comprometedores, archivados en esas computadoras de Raúl
Reyes y dosificados a cuenta gotas por los servicios de
inteligencia colombianos. Bastó que Sarkozy asomara sus
garras, el Quai D’Orsay exhibiera su izquierdismo
tercermundista y que una Ingrid Betancourt súbitamente
reconvertida en una gauchiste del Barrio
Latino llamara a la concordia entre Uribe, Chávez y
Correa reclamando la mediación de Lula da Silva “tan de
izquierdas como yo misma”, para que la cancillería
colombiana diera a conocer un comunicado de Raúl Reyes a
sus compañeros del secretariado de febrero de 2007 en
que deja en claro la disposición de los gobiernos de
Suiza, España y Francia a sacar a las FARC de la lista
de grupos terroristas y reconocerle estatus de
beligerancia, atropellando todos los acuerdos de la
Unión Europea en contrario. Y en donde tales
representantes habrían llegado al colmo de caracterizar
al presidente colombiano como “un loco”.
Por cierto: poco le duró a la Sra. Betancourt el
agradecimiento al presidente Uribe. Bastó su señora
madre, la inefable Yolanda Pulecio, y un lavado cerebral
del Quai d’Orsay para que tomara distancias y se
aproximara a Chávez, con quien, según éste, habría
parlamentado durante una buena media hora. ¿Razones de
Estado? Las declaraciones de la Sra. Betancourt
expresadas al calor de su emotiva liberación, surgían de
un escenario dramáticamente partido en dos frentes: las
FARC o la libertad, Marulanda o Uribe. Desde el otro
lado del Atlántico las cosas como que adquieren otras
connotaciones. Ahora las FARC pueden pasar a jugar un
papel en el tablero político del personal ajedrez de la
Sra. Betancourt, la izquierda colombiana y los intereses
del gobierno francés.
Cosas de la política. Al que no le guste, que se vaya a
su casa.
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¿Qué ha sucedido entre tanto para que “el
farsante, el mentiroso, el mafioso, el criminal, el
oligarca, el cobarde, el traidor, el cínico, el
paramilitar, el narcotraficante, el peón y el lacayo
del imperio”, con quien “no tendré nada
que hablar hasta el día de mi muerte” haya
vuelto a ser al cabo de pocos días un interlocutor
fiable, un hermano del alma por el que “en el
fondo, muy en el fondo del corazón”(sic)
siente un verdadero afecto? ¿Y su gobierno haya
pasado de ser un “un gobierno paramilitar y
subimperialista” a ser un
gobierno amigo? No importa la respuesta. Lo que queda
meridianamente claro, una vez más, es que por la boca
muere el pez.
¿Habrá olvidado un pereirano tan tozudo y tenaz, tan
rico en rencores y tan pobre en olvidos, presidente de
un país berraco como el colombiano, las ofensas
recibidas del presidente venezolano? Dicen los
colombianos de sus paisanos de Pereira, de donde es
nativo el presidente de Colombia, que los pereiranos
suelen ser tremendamente taimados. Lo que en el argot
lugareño no significa solamente emperrado sino astuto,
listo, precavido y dispuesto a esperar pacientemente por
el cobro de las ofensas y el pago de los rencores, que
jamás echan al olvido. Hasta mosquitas muertas y
pisabajitos son estos berracos pereiranos. Con quienes
más vale mantener una prudente distancia y evitar
tenerlos de enemigos. En pocas palabras: la antípoda a
la naturaleza llanera del teniente coronel.
Extrovertido, suelto de lengua, temperamental y
explosivo y, por lo mismo, fácil víctima de sus
terribles y cambiantes humores. Y carente de toda
moderación y auto control.
Ayer se controló. Tragó grueso. Y debió amarrarse la
lengua, pues debió hablar con el mayor comedimiento de
que es capaz. Un hombre de suyo tan hablachento e
hiperbóreo. Quienes le conocen de cerca y pueden
adivinar su parpadeo, como diría Carlitos Gardel,
aseguran que estuvo profundamente contrariado. Que debió
ejercitar un arte del que no es un maestro, como si lo
es Uribe: decir no lo que siente sino lo que debe. Pues
hasta en sus mentiras es nuestro presidente verborreico
y tumultuoso, desaforado y suelto de lengua. Hoy se fue
por las ramas, citó a Miranda sin que viniera a cuento y
no se salió del libreto al que lo mantuvo atado un
testarudo Álvaro Uribe. Quien sólo se refirió a su
interlocutor como “el señor presidente de la
República Bolivariana de Venezuela”, mientras
Hugo, el confianzudo, le llamaba Álvaro aquí, Álvaro
allá. Hasta temí que en un arrebato de hipocresía
llanera lo llamara Alvarito y le palmoteara la espalda.
No se atrevió a tanto. El pereirano se las trae.
Así, no llegó tan lejos. No porque el protocolo se lo
impidiera, sino por el rencor y el odio que le brotaba
por los poros. Habrá vuelto a su hotel rumiando una de
sus homéricas arrecheras, pateando cuando trasto se le
atravesara en su camino. Y soltando más de un hipo por
el burro escociéndole las tripas.
4
Un gesto de reconciliación y vagas promesas de amor
eterno. Más nada. Se habló de un tren y recordé aquella
mítica canción de los cuarenta: “Santa Marta,
Santa Mar tiene tren, Santa Marta tiene tren pero no
tiene tranvía…”. A ver si la petrochequera da
para tranvías y montañas. Un derrotado con
la lengua anudada y un visitante victorioso que debe
haberle dicho a Juan Manuel Santos, su segundo de a
bordo: vine, vidi, vinci. Izarrita no
habrá dormido del reconcomio. Arias Cárdenas habrá
ganado algunos puntos. El comandante Simón ya le habrá
telegrafiado los resultados del furtivo encuentro a su
amo Fidel Castro. En aporrea.org estarán echando llamas.
La oposición, entre tanto, seguirá hilando sus babas. La
pelota continúa del lado rojo-rojito. Que no espere que
el pereirano le resuelva el desastre. Ese es pura
competencia nuestra.