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Cuando nos reuniéramos con Enrique Krauze en
un cordial desayuno criollo en casa de Simón Alberto
Consalvi, ninguno de nosotros podía augurar lo que
estaría sucediendo exactamente un año después en nuestro
país. Ni que de esa reunión nacerían dos muy
importantes iniciativas: un maravilloso libro sobre Hugo
Chávez, sin duda alguna la obra más importante escrita
hasta hoy sobre este extraordinario proceso político, y
un movimiento civil que se convertiría en referencia
obligada de la vida política nacional: el Movimiento 2
de Diciembre Democracia y Libertad. Como lo recuerda en
su libro, y ya lo habíamos olvidado, fue él quien tuvo
la feliz ocurrencia de señalarnos que esa fecha tenía
resonancias magnéticas y podría servir de nombre a un
gran movimiento de opinión. Su propuesta no cayó en saco
roto.
Simón Alberto Consalvi nos convocó a Elías
Pino Iturrieta, a Elsa Cardozo, a Germán Carrera Damas,
a Nelson Rivera, a Frank Viloria y a mí a desayunar en
su casa del Alto Hatillo con el afamado historiador
mexicano Enrique Krauze, a quien no conocíamos
personalmente. No transcurrían 48 horas desde el
histórico triunfo del NO del 2 de diciembre y los ánimos
estaban exultantes. Krauze, un intelectual de aspecto
anglosajón cercano a los 60, todavía joven aunque de
hablar reposado y ávido de conocimientos sobre el
apasionante proceso que vivimos los venezolanos, había
sido tocado por la fascinación del trópico caraqueño.
Ese golpe de magia que seduce a primera vista y genera
lazos de apasionada relación, casi siempre
indestructibles, como lo sabemos quienes lleguemos de
paso y nos anclamos para siempre.
Fue en muchos aspectos un encuentro
inolvidable. Acabábamos de derrotar por primera vez de
manera inapelable al monstruo invencible, que se
revolvía indignado de despecho y se aprestaba a lanzar
su bautismo escatológico sobre una inobjetable y limpia
victoria electoral. De las brumas de la confrontación
emergía la figura fulgurante de un joven universitario a
la cabeza del renacido movimiento estudiantil, Yon
Goicoechea. Krauze no se resistió ni quiso resistirse al
embate de nuestro entusiasmo. Se fue cargado de libros,
de consejos, de apreciaciones sobre pasado, presente y
futuro de nuestro atribulado país. Del intercambio de
opiniones entre la situación mejicana y la venezolana
recuerdos dos momentos particularmente memorables.
“Están ustedes viviendo un despertar y puede que el
amanecer les ande rondando muy cerca”, recuerdo haberle
oído. “Nosotros los mejicanos, en cambio, puede que
estemos entrando a lo más profundo de nuestra noche.” Ya
nos despedíamos y como compromiso a futuro nos dijo,
para nuestro asombro, “de lo que aquí suceda dependerá
el destino de Centroamérica, de México y de América
Latina”. Le suscitó particular admiración el despertar
de un sentimiento auténticamente democrático y liberal
en nuestra sociedad. Y prometió encontrarse cuanto antes
con los estudiantes para conocerlos personalmente, pues
un movimiento estudiantil situado ideológicamente en las
antípodas del guevarismo castrista – que abruma a la
juventud universitaria de un extremo a otro de nuestro
continente, particularmente en México - le pareció un
fenómeno absolutamente insólito.
2
Por esa misma fecha, la Fundación
Bicentenario Simón Bolívar de la USB en la que
compartimos anhelos Pompeyo Márquez, Inés Quintero y
otros intelectuales venezolanos y cuya Secretaría
Ejecutiva me honro en ocupar tuvo la feliz iniciativa de
proponerle al Consejo Universitario la concesión del
Doctorado Honoris Causa a Mario Vargas Llosa, sin duda
ninguna el escritor latinoamericano más prestigiado en
el mundo entero. Las razones estrictamente formales
tenían que ver con la celebración del cuarenta
aniversario de la fundación de la USB. Las razones
intelectuales son de tanto relieve, que ni siquiera es
necesario volver a recordarlas. Pero nos parecía aún más
trascendente su enconada lucha por la libertad y la
democracia en un hemisferio en que los intereses de
ambos valores se encuentran a la baja. Más aún: defender
la democracia y la libertad desde una irrestricta
defensa del pensamiento liberal convierte a Vargas Llosa
en una auténtica rara avis del escenario intelectual y
artístico latinoamericano. Es un hecho incuestionable:
ni la democracia ni la libertad, ni muchísimo menos el
liberalismo, cuentan con buena prensa en nuestra región.
Asolada desde el siglo XVIII por el virus del mesianismo
enciclopédico y enferma de caudillismo desde los tiempos
del descubrimiento y conquista. Caudillismo acoplado
desde la aparición del fenómeno castrista a los devaneos
insurreccionales que ya constituyen parte consustancial
de nuestro folklore político.
Dada la atribulada confusión política e
ideológica que nos aqueja, tener entre nosotros a Mario
Vargas Llosa, así fuera por algunas horas y en el marco
de un evento estrictamente académico, no podía ser más
fructífero. El Consejo universitario no tardó en
concederle el Doctorado Honoris Causa y cursarle la
invitación formal para que viniera a recogerlo. La fecha
escogida fue el lunes 8 de diciembre. Cartas van cartas
vienen, mediante la grata asesoría de Rocío Guijarro,
gerente de CEDICE, el hecho cierto es que don Mario
Vargas Llosa, Premio Rómulo Gallegos de novela – se lo
entregó en su momento nuestro querido Simón Alberto
Consalvi – se encuentra desde ayer en Caracas. Y
coincide su presencia, vaya casualidades del destino,
con la venida a Venezuela de Enrique Krauze, quien nos
acaba de presentar su última obra. Un deslumbrante y
polifacético trabajo biográfico, ideológico, crítico y
periodístico sobre el fenómeno de nuestra tardía
modernidad, el teniente coronel Hugo Rafael Chávez
Frías. Actual presidente de la república por la gracia
del destino. Una obra de la que me atrevería a afirmar,
parafraseando a nuestro querido Julio Cortazar, que
será, sobre el tema que aborda, “todas las obras la
obra”.
Helos aquí: Enrique Krauze y Mario Vargas
Llosa, una vez más en Caracas. Un hecho de singular
significación, dado que el amanecer que vaticinó Enrique
Krauze parece asomarse por sobre las cimas del Ávila,
nuestro señorial emblema. Y si en su visita anterior el
marco socio-político estuvo puesto por la derrota del
Referéndum Constitucional propuesto por el presidente de
la república, la visita actual se cumple cuando aún no
se apagan las luces de artificio de la celebración del
23 de noviembre. Los tiempos se anuncian buenos. La
visita de nuestros queridos amigos se cumple bajo los
mejores augurios.
3
Una gran dosis de liberalismo: es lo que
necesita América Latina, a la que tanta falta le ha
hecho desde su Independencia. Comenzando por Venezuela,
que tocada por la desgracia de fastuosos ingresos
fiscales – el mal del petróleo – se hizo a la aventura
del siglo XX prisionera de la estatolatría y el
clientelismo populista más desaforados. Si en alguna de
las naciones de América Latina ha dominado el ogro
filantrópico de que hablaba Octavio Paz, una de las más
lucidas conciencias de la modernidad latinoamericana – y
Enrique Krauze, su mejor discípulo, sabe de qué hablamos
– ha sido precisamente en Venezuela. Incluso su mejor
producto histórico, que no son ni la independencia ni
Simón Bolívar, sino la democracia popular y Rómulo
Betancourt, no pudo sustraerse al influjo paralizante de
los presupuestos fiscales, abultados de manera grosera e
inconsciente por el baile de los millones del barril
petrolero. Con sus secuelas de clientelismo y
corruptocracia.
La benéfica influencia del liberalismo
anglosajón de Andrés Bello sobre la sociedad chilena aún
se hace sentir. Sirvió a la estructuración del Estado y
a la clara delimitación de sus facultades frente al
poder del individuo y las iniciativas privadas. En un
sano intercambio de esferas de influencia. Pues Bello,
antes que el conservador de que denostaran los pelucones
chilenos, fue un ejemplar pensador liberal. Libre de
ataduras y de atavismos iberoamericanos gracias a su
larga y dolorosa pasantía por la Inglaterra de comienzos
del siglo XIX. Y a su experiencia en la administración
colonial bajo el gobierno de Emparan, uno de los más
sorprendentes caso de liberalismo hispano. Sin la
tradición política e intelectual sentada por Bello en
tierras chilenas no cabrían estadistas de tanta alcurnia
y templanza como Ricardo Lagos o Eduardo Frei Ruiz
Tagle. La furia de los elementos quiso privárnoslo. Y
él debió morir lejos de su Catuche natal. El precio que
hemos pagado es incalculable.
Ciertamente: dispusimos de un Cecilio Acosta
a mediados del XIX y de un Alberto Adriani un siglo
después. Fueron voces aisladas en medio del bullicio de
las turbamultas. La obra a su muy peculiar manera
liberal de Rómulo Betancourt debió tropezar con el
paternalismo preconciliar de Rafael Caldera. Y la
ausencia de referentes liberales ante las presiones de
la socialdemocracia y del socialcristianismo obstaculizó
la emergencia de un pensamiento y de una acción que
reivindicaran el libre mercado y la iniciativa privada,
en el plano económico, y la tolerancia y la solidaridad
en el plano político.
De esa resonante ausencia – Uslar Pietri
prefirió la literatura a la política y dejó vacante un
liderazgo que desde mediados de los cuarenta reclamaba
por una referencia liberal ilustrada en nuestro país -
y de la decadencia de la social democracia y del
socialcristianismo venezolanos surge esta crisis
terminal. Y el desaforado despliegue del más brutal
clientelismo populista. Y bolivariano, para mayor Inri.
4
Venezuela, como nuestra región en su
conjunto, vive hoy la grave disyuntiva de los tiempos de
la globalización. O nos modernizamos, adecuándonos
estructuralmente a los requerimientos de la economía
global, o permanecemos prisioneros de la catalepsia de
la regresión. Es la forma actualizada de la vieja
disyuntiva entre civilización o barbarie que estuviese
en los orígenes del pensamiento liberal en América
Latina..
El proceso que vive Venezuela constituye el
colmo del absurdo: vivimos la revolución más
reaccionaria de nuestra historia, para nuestro mal tan
llena de revoluciones. Si de algún amanecer cabe la
palabra, es del despertar de la conciencia individual,
de la reivindicación plena de los derechos del sujeto y
la decidida intervención de todos los grupos de presión
para acotar el área de influencia del Estado y ampliar
tanto como nos sea posible el de la influencia de la
libre iniciativa. Requerimos tanto libre mercado como
nos sea posible. Y como tan bien señalan los pensadores
liberales, tan poco Estado como haya menester. Ese es
nuestro mayor desafío.
La presencia de Enrique Krauze y de Mario
Vargas Llosa entre nosotros no constituye ninguna
coincidencia. Expresa el excelente síntoma de los nuevos
tiempos: la apertura hacia nuevos horizontes históricos.