Heinz
Dieterich no sabe en qué palo ahorcarse: si en el del buen
sentido político o en el de la elucubración ideológica. En
sus últimos escritos sobre la situación venezolana ha dado
muestras del primero. En su reciente artículo sobre las
desventuras y desastres de Evo Morales cae
vertiginosamente en el mundo maravilloso de Marx y Engels
en el reino del sol.
Olvida Heinz Dieterich que ni Chávez ni Evo representan
revolución socialista alguna, no están a la cabeza de
partidos de la vanguardia proletaria ni representan las
fuerzas sociales que permitirán la expropiación de los
expropiadores facilitando así el colosal despliegue de
inexistentes fuerzas productivas. Detrás de Chávez están
las masas venezolanas menos evolucionadas, en cualquiera
de sus sectores productivos, ni le acompañan la
inteligencia gerencial y tecnológica de la Venezuela
moderna, en cualquiera de sus ramas. Se sostiene
exclusivamente sobre el poder de los ingresos petroleros
de que los provee el imperio mismo y de las fuerzas
armadas, amaestradas a sus fines de dominación gracias al
gigantesco poder corruptor de ese dinero que brota de la
tierra sin deberle una gota de esfuerzo a nadie.
Detrás de Evo, una folklorizante y retardataria
reivindicación indigenista muy digna de un film de
Spielberg sobre el cuaternario, pero absolutamente incapaz
de poner en movimiento las fuerzas del desarrollo, la
prosperidad y la justicia en Bolivia. Que están del otro
lado de la acera. No tiene más respaldo que un sector de
la población indígena, la trasnochada izquierda radical
boliviana y el dinero de Chávez, aunque ni es suficiente
ni siquiera cuenta con sus fuerzas armadas. Recientemente
las fuerzas armadas venezolanas se negaron de plano a
fungir de tropas mercenarias en el altiplano boliviano. En
este capítulo específico, Evo está entregado a sus propias
fuerzas. Por más que Chávez bravuconee con la estropeada y
muy manida consigna del Ché de crear muchos Vietnam. San
Ernesto supo de manera lacerante un día de octubre de hace
cuarenta años que tal consigna era una burrada.
En cuanto al imperio: bien lo dijo Jorge Quiroga cuando
señaló que Hugo Chávez, padrastro del indigenismo cocalero
boliviano, recibe cada 24 horas $150.000.000,00 (ciento
cincuenta millones de dólares) para utilizarlo en lo que
le de su real gana. Aplastar su oposición, anestesiar a su
clase media y satisfacer necesidades primarias de sus
seguidores. Inclusive luchar contra el imperio. Pues la
oposición partidista venezolana parece sufrir de una
profunda catalepsia política y no está en capacidad de
impedírselo. La OEA tampoco. Insulza mucho menos.
Y entro aquí al nudo de la cuestión. Que el 85 % de los
santacruceños haya votado por la autonomía no tiene que
ver con Mr. Danger ni con las multinacionales ni siquiera
con Lula da Silva o Tabaré Vásquez. Tiene que ver con las
profundas e irrevocables aspiraciones de los
santacruceños. Que no le fueron a pedir permiso al
Departamento de Estado ni a Heinz Dieterich ni a los
fantasmas de Karl Marx, Karl Liebknecht o Rosa Luxembourg
para convocar su referéndum. Un hecho muy similar al que
llevó a bastante más de un sesenta por cierto de los
venezolanos – tras nueve años de “formación de cuadros”,
dislocamiento de las instituciones y fractura de las
fuerzas armadas – a rechazar la reforma constitucional del
2 de diciembre. Y no necesitarán el permiso de Condoleeza
Rice para darle una soberana paliza en las próximas
elecciones regionales. Es, mi muy estimado Dr. Dieterich,
la fuerza de los tiempos. O dicho en hegeliano: asunto de
la cosa misma.
Para ver la realidad se requiere quitarse del cerebro las
telarañas ideológicas del marxismo fundacional, echar por
tierra los antifaces acomodaticios de construcciones
semánticas que no dicen nada y mirar al futuro. Evo cayó
en el mismo delirio que Chávez, Correa y Daniel Ortega:
pegarse al retrovisor y poner el carro de sus países en
retroceso. La oposición boliviana ha decidido apostar al
futuro e imaginarse un país integrado a la realidad global
del siglo XXI. Exactamente como lo hicieran Brasil y
Chile. Y ya se ven los resultados: se han convertido en
tremendas potencias regionales. Asunto que hubiera sido
absolutamente imposible con Salvador Allende, así Nixon se
hubiera chupado el dedo. Como también lo está haciendo el
Perú. Como terminarán haciéndolo todos los países hundidos
en la ensoñación de Cuba, la princesa durmiente. Que para
despertar de un siniestro encantamiento de medio siglo
tendrá que tirar al tacho de la basura al castrismo-guevarismo
y abrirse a la realidad real: la de las fuerzas del
progreso y el desarrollo que mal que bien anidan en su
seno. Al parecer en eso anda Raúl Castro, tratando de
despertarlas. Pues los cubanos no quieren seguir leyendo
el Qué Hacer de Lenin, el libro rojo de Mao ni el verde de
Kadaffi, ni muchísimo menos las obras completas del Ché
Guevara. Prefieren comprar computadoras, adquirir
celulares, afiliarse a Internet y si reciben suficientes
dólares de sus familiares mayameros, pasar una noche en un
hotel cinco estrellas de Varadero. Y zamparse por primera
vez en sus vidas un buen bistec. Así nos asombre: los
pueblos quieren sacudirse del monstruoso Estado
centralizador, ese asfixiante boa constrictor, como lo
llamaba Marx, el lúcido. Y ser felices en esta vida, no en
próximas reencarnaciones.
Todo lo demás es chatarra ideológica. Basura marxista útil
para recordar a la Escuela de Frankfurt y a la teoría
Crítica. La DIAMAT, querido Heinz Dieterich, se quedó en
los polvorientos anaqueles de la Tercera Internacional. No
la revivirán un teniente coronel golpista y unos
indigenistas trasnochados. Como diría Hegel: Wahrheit ist
konkret. En buen romance: la verdad es concreta. La
realidad también.
sanchez2000@cantv.net