A Luis Ignacio Planas
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Este domingo 13 de enero, hace
exactamente 62 años, vio la luz un partido político que
haría historia y sin cuya existencia no es posible
comprender a ese gran país que llegaría a ser la Venezuela
que entonces despertaba a la modernidad, la libertad y la
democracia. Su nombre - Comité de Organización Política
Electoral Independiente -, desgraciadamente arrastrado al
olvido por la fuerza de su sigla: COPEI, anunciaba todo un
propósito, un proyecto de país y una vocación histórica.
Enfrentado al otro gran partido de la
democracia venezolana, ACCIÓN DEMOCRÁTICA, pretendía ser
no sólo su contrafigura electoral. En un juego político a
dos bandas, bipolar como las grandes democracias
occidentales y tal cual fuera el proyecto histórico de
Rómulo y de Rafael Caldera, entre otros grandes políticos
nacionales los artífices de la modernidad venezolana.
Quiso expresar otra naturaleza y otro rumbo. Ser, antes
que un partido de extracción bolchevique, vertical y
ferreamente articulado, el factor de aglutinación de lo
que más tarde recibiría el feliz apelativo de “sociedad
civil”. En tal sentido, pretendió desde sus comienzos ser
el factor político e ideológico de articulación entre el
sentimiento de modernización y libertad que latía en la
Venezuela post gomecista, atribulada por su desorientación
y anhelante por encontrar un destino entre las grandes
democracias de la región, como Chile, Uruguay o Costa
Rica, y la institucionalidad que intentaba construirse a
partir de los gobiernos de López Contreras, Medina
Angarita y la Junta Revolucionaria presidida por Rómulo
Betancourt. Anhelo que encontrara su plena satisfacción en
los inicios de nuestra democracia, luego del
23 de enero, efemérides inolvidable que
debiera ser recordada en este su cincuentenario como un
compromiso de honor para superar esta grave crisis - una
de las peores de nuestra historia republicana - y retomar
la andadura democracia de nuestra atribulada Nación.
En sus albores, el COPEI, dirigido por figuras
de excepción como Rafael Caldera, Pedro del Corral, José
Pérez Díaz y Luis Herrera Campins, entre muchos otros,
apuntaba a expresar a la clase media emergente. Sin
consideración de su arraigo entre los sectores populares,
cercanos por tradición y doctrina al pensamiento social
cristiano. Para lo cual debió sacudirse el peso de la
Falange española, que le sirviera de guía en sus primeros
inicios, cuando un grupo de jóvenes universitarios
dirigidos por Rafael Caldera decidió salir a combatir por
la libertad de enseñanza en medio de una oleada de
secularización y - ¿por qué no decirlo? - de estatolatría
y populismo. Una carga que terminaría por aplastar incluso
a su máxima dirigencia, arrastrada por el torbellino del
petróleo y el fiscalismo estatizante que impondría a la
sociedad toda. Contrariando ese espíritu liberal
originario y desdibujando lo que fueran sus mejores
propósitos: defender al individuo frente al peso
omnipotente del Estado y resguardar la vida civil del
sargazo del caudillismo y del militarismo, los dos males
congénitos de la política y la cultura nacionales.
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La diferencia de los liderazgos de
COPEI respecto de los otros liderazgos nacionales fue
notable, si bien de una misma altura y una misma grandeza.
Compartiendo todos ellos un perfil que hoy asombra y
renace en la juventud que acaba de irrumpir enmarcado en
el movimiento estudiantil, para modificar una vez más el
panorama político nacional. Sorprende la juventud de
quienes se hicieron a la ciclópea tarea de construir un
partido de esas características. Rafael Caldera tenía al
momento de la fundación 30 años recién cumplidos. Pero
llevaba por los menos la mitad de esa vida entregado con
fervor al quehacer político con una singular y obstinada
vocación de Poder – su gran virtud y su más grave
debilidad. Pedro Pablo Aguilar, que ocuparía la Secretaría
General del recién fundado partido en el Táchira – junto a
Mérida los primeros bastiones copeyanos del país – tenía
tan solo veinte años. Comparativamente, un año antes,
cuando Rómulo Betancourt da el golpe de estado y ocupa la
presidencia de la Junta Revolucionaria no tenía más que 37
años. Con tales antecedentes, ¿quién podría cuestionar hoy
el derecho de nuestros jóvenes dirigentes a aspirar a los
más altos cargos de representación política del país? Aún
y contrariando los límites constitucionales, ¿por qué no
imaginar un primer magistrado encendido por la pasión y la
genialidad de una juventud plena de ideas, de coraje,
audacia y tenacidad como la que ha irrumpido después del
27 de mayo?
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Sumado a las luchas contra la dictadura
adelantadas por AD, el PCV y URD, el COPEI participó en
los grandes combates por el derrocamiento de Pérez
Jiménez. Inolvidable el papel jugado por el joven
dirigente Enrique Aristigueta Gramcko en la Junta
Patriótica. Y más inolvidable aún el papel rector jugado
por Rafael Caldera, junto a Rómulo Betancourt y Jóvito
Villalba en la definición del Pacto de Punto Fijo, el
acuerdo político más importante y trascendente de la
historia republicana venezolana. Fiel a ese acuerdo de
concertación, que permitiera el milagro del paso de
una implacable dictadura a una democracia moderna sin
violentas rupturas ni traumas irreparables – a pesar del
extravío de la izquierda marxista y la guerra de
guerrillas alimentada por el castrismo cubano a poco andar
la democracia – se convirtió en el otro gran partido en el
sistema bipartidista venezolano. Ocuparía dos veces la
presidencia de la república. Y vería nacer una brillante
generación de jóvenes socialcristianos, la élite política
e intelectual posiblemente mejor preparada del país como
para enfrentar el desafío de la modernidad. La gran deuda
todavía pendiente de una democracia que agotó sus lapsos
políticos a medio camino, sin emprender la culminación de
su faena: darle a la libertad política el pleno contenido
de una sociedad desarrollada espiritual, cultural y
materialmente, afianzada sobre su propia capacidad
productiva, basada en la riqueza generada por el esfuerzo
colectivo de sus ciudadanos y sobre todo liberada del ogro
filantrópico del Estado Omnipotente y del poder corruptor
y alienante de la fácil riqueza petrolera.
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No es éste el momento ni la ocasión para
juzgar la responsabilidad de COPEI en la desviación del
curso originario imaginado para el futuro de nuestro país
por los arquitectos del Pacto de Punto Fijo. Ni su
incapacidad como para haber impedido el grave retroceso
histórico que hoy vivimos. Corresponde a su actual
dirigencia asumir la difícil, pesada e inexcusable
responsabilidad autocrítica y propiciar los necesarios
correctivos. Importa destacar, sin embargo, y es
importante tenerlo presente, que la más alta dirección de
COPEI vivió una extraña y dolorosa contradicción: formó
una de las mejores generaciones de nuevos dirigentes,
perfectamente capacitados para asumir el relevo de la
dirección política del país. Obra muy en particular de
Rafael Caldera y de Arístides Calvani. Siendo no obstante
esa misma dirección la que bloqueó el paso de esos cuadros
de dirección a la jefatura del Estado. Es el grave, el
irreparable daño que le infligiera el fundador del
partido, Rafael Caldera, a la Nación: haber traicionado
los propósitos fundacionales de su organización y haber
contribuido a la emergencia de un aluvión de descrédito
sobre la más alta y trascendente obra política venezolana:
la democracia de Punto Fijo.
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Para fortuna del país, este nuevo
aniversario de COPEI se cumple bajo auspicios los más
favorables para el fortalecimiento del socialcristianismo
y su refundación bajo nuevos y renovados propósitos.
Siempre fiel a su destino originario: expresar a la
sociedad civil, respetando su propia independencia
espiritual, ideológica y política. Y servirle de
plataforma para el cumplimiento de los anhelos que hoy
palpitan en su seno: crear una Nación moldeada por la
moralidad pública, la ejemplar honestidad de servicio y el
coraje y la imaginación como para intentar la inserción de
nuestro país en las grandes corrientes mundiales de la
globalización y la modernidad. Tiene sobrados alicientes
en algunos de sus pares que han contribuido de manera
sustancial a la pujante modernización de sus sociedades:
la democracia cristiana chilena y alemana o el PP español.
Por mencionar sólo algunos ejemplos.
En lo inmediato, debe COPEI abrirse a ese
vasto conglomerado constituido por los mejores venezolanos
de toda suerte y condición que a pesar de todos los
intentos del régimen por subordinarlo y someterlo a sus
propósitos totalitarios, no ha descansado un segundo en
defender la civilidad, la libertad, la igualdad y la
justicia. Sin otro impulso y otra inspiración que su
propia vocación libertaria y democrática. Conglomerado que
se resiste a encauzarse en las tradicionales
organizaciones políticas, que siente una natural y muy
comprensible desconfianza hacia los liderazgos políticos
del pasado y quisiera sumarse a un esfuerzo original,
novedoso e imaginativo por construir la Venezuela moderna
que todos anhelamos. La única y verdadera revolución que
espera por todos nosotros.
Debe, por lo mismo, tener el coraje de
deslastrarse de todo aquello que le impide actualizarse. Y
convertirse en el gran Partido Popular venezolano, capaz
de representar a los sectores de vanguardia de nuestra
sociedad civil. No es posible hacerlo, sin un giro
trascendental. Incluso de una auténtica refundación. Y de
apostar todo su bagaje a la construcción de una verdadera
y auténtica alternativa política al populismo, al
estatismo, al clientelismo y al paternalismo –
enfermedades congénitas de la política venezolana de las
que en el pasado inmediato no supo o no quiso sustraerse.
Y que hoy bajo el régimen imperante han alcanzado cotas
que avergüenzan el gentilicio. Imposible olvidar que COPEI
pudo ser más populista, más estatólatra y más socializante
que el partido al que ha servido de contra balance. Y que
llevada por esa inercia estatizante abandonó esenciales
predicados de una teoría política y social fundada en el
individuo, su responsabilidad y sus derechos esenciales
frente al todo poder alienante y castrador del Estado.
Prefirió inclinarse antes al paternalismo pre conciliar
que al progresismo revolucionario de un bien entendido
liberalismo.
Imposible desconocer que frente a estos
desafíos, la nueva y joven dirigencia de COPEI, toda ella
nacida en medio de nuestra democracia, ha asumido una
actitud valiente y lúcida. Ha sabido defender con
hidalguía y coraje a nuestra amenazada democracia en un
momento tan crucial como el vivido al anochecer del 2 de
diciembre. Cuando viejos factores políticos, algunos
derivados de la caduca y decadente izquierda marxista y
otros salidos del propio seno del socialcristianismo,
estuvieron dispuestos a ceder una vez más ante el poder
alienante del terror y la complicidad, renunciando a
librar una lucha frontal en defensa de la justa victoria
obtenida en las urnas. Luis Ignacio Planas cumplió esa
noche definitoria un papel que sólo su discreción y
grandeza han guardado del conocimiento público.
Si él y otros como los que hoy le acompañan
hubieran estado en los altos mandos de su partido en
encrucijadas semejantes de nuestro inmediato pasado, otro
gallo nos cantaría. Constituyen un aval que nos da
confianza. Esperamos mucho de ellos. Dios quiera
acompañarlos en el cumplimiento de su honrosa misión.
sanchez2000@cantv.net