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Copei en la encrucijada
por Antonio Sánchez García  
miércoles, 9 enero 2008


                                                                                                           A Luis Ignacio Planas

 

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            Este domingo 13 de enero, hace exactamente 62 años, vio la luz un partido político que haría historia y sin cuya existencia no es posible comprender a ese gran país que llegaría a ser la Venezuela que entonces despertaba a la modernidad, la libertad y la democracia. Su nombre - Comité de Organización Política Electoral Independiente -, desgraciadamente arrastrado al olvido por la fuerza de su sigla: COPEI, anunciaba todo un propósito, un proyecto de país y una vocación histórica.

 

            Enfrentado al otro gran partido de la democracia venezolana, ACCIÓN DEMOCRÁTICA, pretendía ser no sólo su contrafigura electoral. En un juego político a dos bandas, bipolar como las grandes democracias occidentales y tal cual fuera el proyecto histórico de Rómulo y de Rafael Caldera, entre otros grandes políticos nacionales los artífices de la modernidad venezolana. Quiso expresar otra naturaleza y otro rumbo. Ser, antes que un partido de extracción bolchevique, vertical y ferreamente articulado, el factor de aglutinación de lo que más tarde recibiría el feliz apelativo de “sociedad civil”. En tal sentido, pretendió desde sus comienzos ser el factor político e ideológico de articulación entre el sentimiento de modernización y libertad que latía en la Venezuela post gomecista, atribulada por su desorientación y anhelante por encontrar un destino entre las grandes democracias de la región, como Chile, Uruguay o Costa Rica, y la institucionalidad que intentaba construirse a partir de los gobiernos de López Contreras, Medina Angarita y la Junta Revolucionaria presidida por Rómulo Betancourt. Anhelo que encontrara su plena satisfacción en los inicios de nuestra democracia, luego del 23 de enero, efemérides inolvidable que debiera ser recordada en este su cincuentenario como un compromiso de honor para superar esta grave crisis - una de las peores de nuestra historia republicana - y retomar la andadura democracia de nuestra atribulada Nación.

 

            En sus albores, el COPEI, dirigido por figuras de excepción como Rafael Caldera, Pedro del Corral, José Pérez Díaz y Luis Herrera Campins, entre muchos otros, apuntaba a expresar a la clase media emergente. Sin consideración de su arraigo entre los sectores populares, cercanos por tradición y doctrina al pensamiento social cristiano. Para lo cual debió sacudirse el peso de la Falange española, que le sirviera de guía en sus primeros inicios, cuando un grupo de jóvenes universitarios dirigidos por Rafael Caldera decidió salir a combatir por la libertad de enseñanza en medio de una oleada de secularización y - ¿por qué no decirlo? -  de estatolatría y populismo. Una carga que terminaría por aplastar incluso a su máxima dirigencia, arrastrada por el torbellino del petróleo y el fiscalismo estatizante que impondría a la sociedad toda. Contrariando ese espíritu liberal originario y desdibujando lo que fueran sus mejores propósitos: defender al individuo frente al peso omnipotente del Estado y resguardar la vida civil del sargazo del caudillismo y del militarismo, los dos males congénitos de la política y la cultura nacionales.

 

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            La diferencia de los liderazgos de COPEI respecto de los otros liderazgos nacionales fue notable, si bien de una misma altura y una misma grandeza. Compartiendo todos ellos un perfil que hoy asombra y renace en la juventud que acaba de irrumpir enmarcado en el movimiento estudiantil, para modificar una vez más el panorama político nacional. Sorprende la juventud de quienes se hicieron a la ciclópea tarea de construir un partido de esas características. Rafael Caldera tenía al momento de la fundación 30 años recién cumplidos. Pero llevaba por los menos la mitad de esa vida entregado con fervor al quehacer político con una singular y obstinada vocación de Poder – su gran virtud y su más grave debilidad. Pedro Pablo Aguilar, que ocuparía la Secretaría General del recién fundado partido en el Táchira – junto a Mérida los primeros bastiones copeyanos del país – tenía tan solo veinte años. Comparativamente, un año antes, cuando Rómulo Betancourt da el golpe de estado y ocupa la presidencia de la Junta Revolucionaria no tenía más que 37 años. Con tales antecedentes, ¿quién podría cuestionar hoy el derecho de nuestros jóvenes dirigentes a aspirar a los más altos cargos de representación política del país? Aún y contrariando los límites constitucionales, ¿por qué no imaginar un primer magistrado encendido por la pasión y la genialidad de una juventud plena de ideas, de coraje, audacia y tenacidad como la que ha irrumpido después del 27 de mayo?

 

3

 

            Sumado a las luchas contra la dictadura adelantadas por AD, el PCV y URD, el COPEI participó en los grandes combates por el derrocamiento de Pérez Jiménez. Inolvidable el papel jugado por el joven dirigente Enrique Aristigueta Gramcko en la Junta Patriótica. Y más inolvidable aún el papel rector jugado por Rafael Caldera, junto a Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba en la definición del Pacto de Punto Fijo, el acuerdo político más importante y trascendente de la historia republicana venezolana. Fiel a ese acuerdo de concertación, que permitiera el milagro del paso de una implacable dictadura a una democracia moderna sin violentas rupturas ni traumas irreparables – a pesar del extravío de la izquierda marxista y la guerra de guerrillas alimentada por el castrismo cubano a poco andar la democracia – se convirtió en el otro gran partido en el sistema bipartidista venezolano. Ocuparía dos veces la presidencia de la república. Y vería nacer una brillante generación de jóvenes socialcristianos, la élite política e intelectual posiblemente mejor preparada del país como para enfrentar el desafío de la modernidad. La gran deuda todavía pendiente de una democracia que agotó sus lapsos políticos a medio camino, sin emprender la culminación de su faena: darle a la libertad política el pleno contenido de una sociedad desarrollada espiritual, cultural y materialmente, afianzada sobre su propia capacidad productiva, basada en la riqueza generada por el esfuerzo colectivo de sus ciudadanos y sobre todo liberada del ogro filantrópico del Estado Omnipotente y del poder corruptor y alienante de la fácil riqueza petrolera.

 

3

 

            No es éste el momento ni la ocasión para juzgar la responsabilidad de COPEI en la desviación del curso originario imaginado para el futuro de nuestro país por los arquitectos del Pacto de Punto Fijo. Ni su incapacidad como para haber impedido el grave retroceso histórico que hoy vivimos. Corresponde a su actual dirigencia asumir la difícil, pesada e inexcusable responsabilidad autocrítica y propiciar los necesarios correctivos. Importa destacar, sin embargo, y es importante tenerlo presente, que la más alta dirección de COPEI vivió una extraña y dolorosa contradicción: formó una de las mejores generaciones de nuevos dirigentes, perfectamente capacitados para asumir el relevo de la dirección política del país. Obra muy en particular de Rafael Caldera y de Arístides Calvani. Siendo no obstante esa misma dirección la que bloqueó el paso de esos cuadros de dirección a la jefatura del Estado. Es el grave, el irreparable daño que le infligiera el fundador del partido, Rafael Caldera, a la Nación: haber traicionado los propósitos fundacionales de su organización y haber contribuido a la emergencia de un aluvión de descrédito sobre la más alta y trascendente obra política venezolana: la democracia de Punto Fijo.

 

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            Para fortuna del país, este nuevo aniversario  de COPEI se cumple bajo auspicios los más favorables para el fortalecimiento del socialcristianismo y su refundación bajo nuevos y renovados propósitos. Siempre fiel a su destino originario: expresar a la sociedad civil, respetando su propia independencia espiritual, ideológica y política. Y servirle de plataforma para el cumplimiento de los anhelos que hoy palpitan en su seno: crear una Nación moldeada por la moralidad pública, la ejemplar honestidad de servicio y el coraje y la imaginación como para intentar la inserción de nuestro país en las grandes corrientes mundiales de la globalización y la modernidad. Tiene sobrados alicientes en algunos de sus pares que han contribuido de manera sustancial a la pujante modernización de sus sociedades: la democracia cristiana chilena y alemana o el PP español. Por mencionar sólo algunos ejemplos.

 

            En lo inmediato, debe COPEI abrirse a ese vasto conglomerado constituido por los mejores venezolanos de toda suerte y condición que a pesar de todos los intentos del régimen por subordinarlo y someterlo a sus propósitos totalitarios, no ha descansado un segundo en defender la civilidad, la libertad, la igualdad y la justicia. Sin otro impulso y otra inspiración que su propia vocación libertaria y democrática. Conglomerado que se resiste a encauzarse en las tradicionales organizaciones políticas, que siente una natural y muy comprensible desconfianza hacia los liderazgos políticos del pasado y quisiera sumarse a un esfuerzo original, novedoso e imaginativo por construir la Venezuela moderna que todos anhelamos. La única y verdadera revolución que espera por todos nosotros.

 

            Debe, por lo mismo, tener el coraje de deslastrarse de todo aquello que le impide actualizarse. Y convertirse en el gran Partido Popular venezolano, capaz de representar a los sectores de vanguardia de nuestra sociedad civil. No es posible hacerlo, sin un giro trascendental. Incluso de una auténtica refundación. Y de apostar todo su bagaje a la construcción de una verdadera y auténtica alternativa política al populismo, al estatismo, al clientelismo y al paternalismo – enfermedades congénitas de la política venezolana de las que en el pasado inmediato no supo o no quiso sustraerse. Y que hoy bajo el régimen imperante han alcanzado cotas que avergüenzan el gentilicio. Imposible olvidar que COPEI pudo ser más populista, más estatólatra y más socializante que el partido al que ha servido de contra balance. Y que llevada por esa inercia estatizante abandonó esenciales predicados de una teoría política y social fundada en el individuo, su responsabilidad y sus derechos esenciales frente al todo poder alienante y castrador del Estado. Prefirió inclinarse antes al paternalismo pre conciliar que al progresismo revolucionario de un bien entendido liberalismo.

 

            Imposible desconocer que frente a estos desafíos, la nueva y joven dirigencia de COPEI, toda ella nacida en medio de nuestra democracia, ha asumido una actitud valiente y lúcida. Ha sabido defender con hidalguía y coraje a nuestra amenazada democracia en un momento tan crucial como el vivido al anochecer del 2 de diciembre. Cuando viejos factores políticos, algunos derivados de la caduca y decadente izquierda marxista y otros salidos del propio seno del socialcristianismo, estuvieron dispuestos a ceder una vez más ante el poder alienante del terror y la complicidad, renunciando a librar una lucha frontal en defensa de la justa victoria obtenida en las urnas. Luis Ignacio Planas cumplió esa noche definitoria un papel que sólo su discreción y grandeza han guardado del conocimiento público.

 

            Si él y otros como los que hoy le acompañan hubieran estado en los altos mandos de su partido en encrucijadas semejantes de nuestro inmediato pasado, otro gallo nos cantaría. Constituyen un aval que nos da confianza. Esperamos mucho de ellos. Dios quiera acompañarlos en el cumplimiento de su honrosa misión.

sanchez2000@cantv.net

 
 

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