Dicho metafóricamente, Hugo Chávez está sangrando por la
herida. Es profunda y posiblemente de efectos letales.
Le fue causada por un pueblo democrático usando la más
límpida, la más afilada y la más hiriente de las armas
con que cuenta la democracia: el arma del voto. Que
cuando asesta una puñalada de la profundidad de la que
se le encajara a Hugo Chávez el 2 de diciembre del 2007
y el 23 de noviembre del 2008, no permite cicatrización.
Queda abierta y sangrante. Frente a lo cual no cabe otra
actitud que el noble reconocimiento de la derrota y la
aceptación de los hechos. La tercera es la vencida. Es
la fuerza del destino.
Tuvo Chávez dos actitudes posibles ante los
datos del 23 de noviembre: reconocer que la rosa de los
vientos comienza a girar en 180% y atenerse a las
consecuencias. O rechazarlos de plano negándose a
aceptar la suerte del destino. Para su desgracia, y sólo
la historia dictaminará si para nuestra fortuna, se
niega porfiadamente a seguir el camino de la sensatez. Y
en lugar de acomodarse a las nuevas circunstancias y
gobernar mal que bien hasta el 2012, tratando de ganar
entre tanto un espacio en el futuro democrático de la
república, quisiera imponernos su entronización
vitalicia, la dictadura. Un absoluto imposible. Ciego y
sordo ante la realidad ha comenzado una desaforada
carrera contra el destino. Presiente que es una apuesta
perdida. Y cae en la más espantosa desesperación. El
motivo de sus inquinas. La razón de sus desatinos.
Quiere torcer su suerte, cuando ya está echada. Clío
dictó su sentencia. La revolución está muerta, su paso
por el escenario de la historia está llegando a su fin.
Se acerca su final. Y no le queda más que el derecho al
pataleo. En eso anda.
El barril de petróleo cae como atraído por
la fuerza de gravedad. De 124 dólares en julio ya está
en 34 dólares en diciembre. De 160 millones de dólares
diarios de ingresos estamos rondando los 30 millones.
¿Cómo hacer frente a las obligaciones? Ni siquiera puede
pagar lo que se comprometiera a comprar hace apenas unos
meses. No tiene para pagar Sidor, Cemex, el Banco de
Venezuela. No tiene cómo honrar sus compromisos con
Bolivia, con Ecuador, con Nicaragua. De la farsantería y
la echonería del nuevo rico no quedan más que los
gestos. Venezuela se hunde en el descrédito. Y ahora es
cuando. Nadie impide pensar que en dentro de un mes el
barril estará rondando los 20 dólares. Cuando hace tres
meses anuncié que el petróleo caería a noventa dólares
al promediar noviembre, nadie me tomó en serio. Llegó a
cuarenta. El abismo es insondable. Se acabó lo que se
daba.
Resulta patético verlo convocar a sus
batallones para pedirles que libren una batalla perdida.
Va palo abajo. Y nadie hará nada por detenerlo en la
rodada. En la bajadita lo esperan los acreedores: 150
mil madres que lloran a sus hijos asesinados. No le
alquilo las ganancia.