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lo visto, más que el ministro El Troudi, Müller Rojas,
el comandante Soto Rojas o Guillermo García Ponce,
administradores del más rancio marxismo-leninismo-guevarismo
en el seno de la coalición de gobierno, la voz cantante
en la fijación de la línea político-ideológica del
régimen la está llevando Heinz Dieterich, el
germano mexicano que dicta las pautas de lo que es y no
es el socialismo del siglo XXI.
Ya antes de la derrota estratégica del 2 de
diciembre venía previniendo Dieterich del daño
irreparable que el militarismo autocrático y la derecha
endógena – Chávez de un lado y Diosdado Cabello, del
otro – le habían causado a la revolución bolivariana. En
su análisis materialista y dialéctico, los errores en la
conducción política del proceso llevados a cabo por el
chavismo durante todo el año 2007 – la esclerotización
de la conducción revolucionaria, el desprecio por la
participación popular, la subordinación de la jefatura
de la revolución al poder omnímodo e irrecusable de un
solo hombre y los crasos errores en materia de gestión
de la política económica, dirigida antes por el
voluntarismo de inexpertos adoradores del caudillo que
por profesionales conocedores de las implacables leyes
del mercado – conducirían inevitablemente al aislamiento
del gobierno, a la pérdida de su popularidad, al quiebre
de la unidad interna y al desfallecimiento de la
capacidad de liderazgo presidencial. Lo cual, acompañado
de la crisis económico-financiera y la pérdida de
respaldo internacional podrían conducir a la caída no
sólo del gobierno de Chávez, sino al de los gobiernos de
Ecuador y Bolivia. Que de la del fidelismo en Cuba, ya
no había nada que agregar a la cruda realidad de los
hechos.
Dieterich adelantó incluso las fechas de la
debacle: entre el 2008 y el 2010. Todo hace presumir que
su análisis, de una crudeza difícilmente tragable por el
narcisismo presidencial, ha pecado antes de moderado que
de exagerado. Corresponde a la más estricta verdad de
los acontecimientos. Si bien Dieterich ve la debacle de
la revolución bolivariana desde su particular
perspectiva marxista, considerando que las causas se
deben a factores exógenos que apuestan al fracaso del
chavismo y la alternativa es el triunfo del imperialismo
norteamericano. Imposible esperar de su peculiar ceguera
dogmática que vea la auténtica realidad: la capacidad de
rechazo del pueblo venezolano, comprometido con su
libertad y ansioso por la prosperidad y el desarrollo
que sólo le puede ser garantizada por un gobierno atento
a la realidad de la globalización y capaz de comprender
que sin libre mercado, sin libre iniciativa y sin el
concurso de todos los productores y ciudadanos, no hay
posibilidad alguna de progreso en Venezuela. Ni en
ninguna parte del mundo.
Angustiado por la crisis interna del
chavismo, la partida de PODEMOS y la ruptura del general
Baduel y María Isabel Rodríguez, puntales de la
estabilidad del régimen, pero sobre todo alarmado por la
victoria estratégica de la oposición democrática el 2 de
diciembre pasado, Dieterich recomendó un inmediato
frenazo al desaforado voluntarismo caudillesco del
teniente coronel y la búsqueda de un inmediato
entendimiento con el general Baduel, factotum de la
estabilidad del régimen desde el 11 de abril hasta el 2
de diciembre. En lenguaje marxista-leninista, recomendó
la recomposición de una alianza pluriclasista como la
que permitiera el triunfo electoral de Chávez en
diciembre del 98. Y en lo económico una suerte de NEP,
la Nueva Política Económica implementada por Lenin luego
del triunfo en la guerra civil. Abrirle las puertas de
par en par a la empresa privada.
Poco caso le hizo Chávez. Antes que un
frenazo, decidió dar un salto al vacío. Empujó con más
bríos la constitución de su partido único e implementar
una serie de leyes y medidas para lograr por la puerta
trasera lo que no pudo de frente mediante el plebiscito
del 2D. El resultado es catastrófico para sus
aspiraciones: debe asumir ahora lo que un analista ha
llamado, con toda razón, un “curriculazo”. E incapaz de
resolver el cuello de botella económico en que se
encuentra – desabastecimiento crónico, carestía, crisis
monetaria e inflación desatada – se ve en la obligación
de llamar a un entendimiento con el empresariado
nacional. Nada gana con llamarla “burguesía” y
etiquetarla según el trasnochado nominalismo marxista.
“Burguesía” o empresariado, al caso da lo
mismo: sin la industria y la economía privada, el país
se hunde en la miseria. Sin respetar las leyes del
mercado, no hace más que apretar la soga que amenaza con
ahorcarlo. Es bueno que lo haga: que baje el moño,
reconozca la fragilidad del respaldo con que cuenta,
reconozca que está al borde del abismo y se abra a la
perspectiva de dejar el gobierno y prepararse para el
futuro. Por ello: deberá llamar más temprano que
tarde también a los factores definitorios de la
oposición y pactar un compromiso de gobernabilidad. Las
próximas elecciones le dan un pretexto magistral.
Le adelanto algunos puntos de la agenda que
necesita pactar para salvar lo poco salvable que aún le
queda: cese de las persecuciones judiciales y
liberación de todos los presos políticos, amnistía
general, fin de las inhabilitaciones, revisión del REP e
integración de la oposición a su dirección nacional,
constitución de una comisión de la verdad para tratar
los asuntos más polémicos que nos dividen. Nunca
es tarde cuando la dicha es buena. Prepare una honrosa
retirada. Como bien decía un gran poeta: el arte es
largo, la vida es breve. Piense en la política: un arte
infinito.