"Todo gobierno que no se apoye en las leyes, es
un gobierno despótico,
llámese como se llame".
Daniel Webster
Que el gobierno del teniente coronel Hugo
Chávez ha dejado de ser un gobierno democrático para
convertirse en un gobierno de facto, no hay quien pueda
discutirlo. Y si algunos insisten en mirar de soslayo –
como el Secretario General de la OEA, el Coordinador del
MERCOSUR o los gobernantes de los países de Hispanoamérica
– las 26 leyes habilitantes promulgadas vía decreto
violentando todas las normas jurídicas y constitucionales
y la lamentable y ominosa decisión del Tribunal Supremo de
Justicia atropellando la propia Constitución para
inhabilitar a los candidatos detentores de las
preferencias populares por instrucciones directas del
presidente de la república deberían bastar como para
ponerlos ante la crasa evidencia: Hugo Chávez es un
dictador y su Estado la versión a la venezolana del
totalitarismo fascista. Así su barniz de izquierdas, su
verborrea populista y seudo revolucionaria y la petro
chequera les sirvan de camuflaje para comprar anuencias,
confundir a los incautos y darles una coartada a los
cómplices. Pruebas palpables e irrebatibles de la miseria
política que aqueja a ciertas élites latinoamericanas,
dispuestas a venderse al mejor postor y prescindir del
respeto a los más elementales principios de la soberanía
popular.
Lo que unos y otros quisieran pasar bajo
cuerda es que lo que fuera aplaudido como la gracia de un
desenfado y extrovertido teniente coronel golpista
comienza a convertírsenos en una cruenta morisqueta: la de
un déspota militarista, corrupto, ineficiente y represor.
Nuestro país se halla en ruinas, su economía,
absolutamente desquiciada, sus instituciones pisoteadas,
escarnecidas, humilladas y sometidas al arbitrio despótico
de un autócrata y la población entregada inerme a la más
espantosa criminalidad, al desempleo, a la inflación y al
hambre. Venezuela es hoy por hoy una república devastada.
Sufriendo la que sea posiblemente la más grave crisis
existencial de su historia bicentenaria. Sin otra
perspectiva futura que el despotismo presidencial o la
violencia. Que ya se avizora, nutrida por el descontento
popular y la multiplicación de las manifestaciones y
protestas que se han convertido en hechos cotidianos a lo
largo y ancho de nuestro atribulado país. Venezuela vive
una auténtica tragedia.
Si la ficción del llamado Estado de Derecho ha
saltado hecha pedazos por la imposición dictatorial de 26
leyes que contravienen el espíritu y la letra de la
constitución así como la mayoritaria voluntad popular
expresada el 2 de diciembre pasado en el rechazo absoluto
a la pretendida reforma constitucional – que hoy se
contrabandea ante el cómplice silencio de los encargados
de velar por la vigencia de la constitución -, la
naturaleza democrática del régimen ha sido desmentida de
la manera más fehaciente por la violenta negación del
pluralismo y los derechos humanos – esencia de un Estado
democrático moderno - , de los cuales, junto al derecho a
la vida, su máxima expresión ciudadana es el derecho a
elegir y ser elegido. Que el Tribunal Supremo de Justicia,
una vergonzosa cofradía de lacayos al obsecuente y servil
servicio del autócrata, haya convalido tanto las
inhabilitaciones como la promulgación absolutamente
irregular, anormal y sobre todo inconstitucional de los
decretos leyes en materias de estricta competencia
constitucional, demuestran una verdad a gritos: los
ciudadanos venezolanos vivimos bajo un régimen de facto. Y
el presidente de la república actúa bajo el excepcional
imperio de su voluntad personal, estatuida por sobre la
constitución y las leyes. Hugo Chávez es un tirano. Su
gobierno, una dictadura.
Sólo la criminal irresponsabilidad de una
parte de la sociedad venezolana, mantenida en la
marginalidad política, espiritual y moral por el populismo
más desenfrenado, y la apatía de quienes debieran
levantarse como un solo hombre para denunciar la iniquidad
imperante hacen posible la permanencia de un déspota como
Hugo Chávez en el Poder. Sólo la anuencia y la complicidad
de una región que ha renunciado a la defensa de los más
sagrados principios de la convivencia democrática, pueden
soslayar los imperativos categóricos de sus compromisos
políticos y constitucionales, como la aplicación inmediata
de la Carta Democrática de la OEA o el Tratado de Ushuaia.
La miseria de Venezuela es el espejo de la miseria de
América Latina. La complicidad de los actuales gobernantes
con el déspota militar venezolano es una pesada deuda a
futuro. Tarde o temprano deberá ser saldada.