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El propio Parque Jurásico de la
experimentación política latinoamericana: en eso ha
venido a dar nuestra pobre Venezuela. El museo del
horror del caudillismo más trasnochado y extemporáneo
del planeta. La pesadilla interminable. Como si un
espíritu maligno hubiera decidido mediante extraños
procesos criogenéticos volver a revivir momias y
dinosaurios políticos, las pobres y desventuradas
cenizas de Cipriano Castro vuelven a tomar forma en la
desaforada figura del teniente coronel Hugo Rafael
Chávez Frías, última criatura del Doctor Frankenstein.
Pues no es Bolívar el antecedente directo o
lejano de Hugo Chávez. El único y verdadero antecedente
del actual presidente de Venezuela es Cipriano Castro,
el desventurado caudillo tachirense nacido en Capacho
que a la cabeza de sesenta hombres y secundado por su
compadre Juan Vicente Gómez descendiera en una
fulgurante campaña desde las alturas andinas encabezando
la revolución restauradora, atropellara de manera
inclemente las huestes del desafortunado presidente
Ignacio Andrade, se hiciera con el poder en 1899 y
gobernara hasta 1908, cuando una grave dolencia renal
acuciada por sus desafueros alcohólicos y carnales lo
obligara a entregarle el poder a Gómez para ir a
operarse en Berlin con un afamado nefrólogo de fama
mundial.
Un par de años antes de esa desgracia y
temiendo a su sombra, el avieso y siniestro Juan Vicente
Gómez, del que ya comenzara a pensar lo peor, decidió
ponerlo en aprietos ordenándole a sus secuaces que
promovieran su inmediato regreso al Poder, del que se
había alejado en un simulacro de renuncia. Es un
divertido y cómico sainete de la pelafustanería política
nacional conocido como LA ACLAMACIÓN. Hacer como que se
distanciaba del Poder para volver a ser recibido en
gloria y majestad.
Corrieron los jalabolas de comienzos de
siglo – los Diosdado Cabello y los Juan Vicente Rangel de
entonces - a rogarle, a pedirle, a arrodillársele
solicitándole en todos los tonos y lenguajes al
enloquecido monito bailarín que aceptara ser una vez
más el presidente de todos los venezolanos. Para
beneplácito de la nación y progreso de la humanidad. Con
uno de sus brotados y melancólicos ojos urgía Castro a
los suyos pidiéndoles que presionaran para su aclamación
y con el otro ojo espiaba a su compadre. No fuera a
sorprenderlo in fraganti con alguna malévola sonrisa que
delatara la inmunda traición que incubaba en su pecho.
Por supuesto: Gómez fue a verlo y le rogó
que no se fuera, que aceptara ser aclamado, que era el
más grande de entre todos los venezolanos desde Simón
Bolívar, incluso mayor, etc., etc., etc. La misma
inmundicia de siempre, hoy reiterada por Nicolás Maduro,
Cilia Flores, Mario Isea, el negro Aristóbulo, Jorgito
Rodríguez y esa pléyade de pelafustanes y ladrones que
nos desgobiernan. Se salieron con la suya: arcos
florales, bandas de música, coros y fanfarrias y la
pobre Venezuela provinciana y polvorienta aclamó una vez
más al Cabito, reconocido urbi et orbi como una suerte
de mico burlón, farsesco, bullanguero y bailador. Una
vergüenza internacional. El propio Hugo Chávez. Aunque
con algunas notables diferencias que paso a enumerar:
1) El
coraje. Castro no era hombre de esconderse en el museo
militar y arrodillársele a un obispo para que le salvara
la vida. Era embraguetado, osado y valiente.
2) El
antiimperialismo. Antiimperialista de verdad y no de los
dientes afuera, Cipriano Castro no andaba estirándoles
la mano a los Estados Unidos, ni a ingleses ni a
alemanes hablando mal de ellos a sus espaldas. Se
enfrentó a las grandes potencias de su tiempo con todos
sus apéndices. Que los tenía y no eran de utilería. Así
terminaran alejándolo del Poder.
3) Mujeriego.
No alquilaba top models de color por un millón de
dólares para presumir de hombría sino que se dejaba
acariciar por hijas, esposas y hermanas de los
innumerables jalabolas que lo rodeaban. Que por un
negocio eran capaces de meterle a la virgen María por
entre las piernas. Que no es lo mismo, pero es igual.
Hay muchas más hermosas características que lo
distinguen de su tardía reencarnación. Tantas, que el
propio José Rafael Pocaterra, que lo odió en vida como
nadie, sintió de verdad su muerte. Había terminado
queriéndolo. No creo que suceda lo mismo con el
impresentable. Se nos ha ido convirtiendo en una
auténtica garrapata. De esas que se afincan a chupar
sangre y no hay quien se las arranque. Nunca segundas
partes fueron buenas. Así sean infinitamente más
devastadoras.
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¿Quién hubiera creído en diciembre de 2006, después que
alcanzara el cielo de su popularidad y dizque arrasara
con siete millones y medio de votos, que hoy por hoy
andaría limosneando firmas para ver si le resulta su
última estafa? ¿Quién que perdería el 30 por ciento de
esa votación y se hundiría en la humillación de ver
naufragar a sus dilectos: Aristóbulo, Jesse Chacón y los
ojos de sus ojitos, Diosdado Cabello? ¿Quién, que su
alabardero de profesión, el rey del canal de la infamia,
terminaría en Carabobo con las tablas por la cabeza?
Exactamente es lo que ha sucedido tras lo que bien
podríamos denominar el annus horribilis de su historia
política. Tan se creyó sus éxitos, que despachó a José
Vicente Rangel, desoyó los consejos de su agónico padre
putativo, mandó a los quintos infiernos a Heinz
Dieterich Steffan y se hizo a la tarea de triturar a la
oposición. Alguien le leyó alguna solapa de las obras
escogidas de Antonio Gramsci y le susurró al oído que
debía despachar a RCTV para coronar su éxito electoral
con la instalación definitiva de su “hegemonía”. Según
Gramsci: Poder estatal blindado de consenso. Así, el 27
de mayo de 2007 cerró RCTV, se robó sus instalaciones,
usurpó la señal y se la encargó a una buena señora que
de televisión sabe tanto como yo de mandarín.
Desde entonces no da pie con bola. Metió sus narices en
Colombia y salió chamuscado. Impuso el PSUV y se le
fueron todos sus aliados. Cerró RCTV y renació el
movimiento estudiantil. Explotó una disidencia y desde
su salvador in extremis – el general Baduel - hasta su
ex cónyuge María Isabel saltaron la talanquera. Se jugó
la vida a las elecciones regionales, asegurando a quien
quisiera oírlo – y no quedó más remedio ante la más
abusiva y descarada utilización de los medios
encadenados de la historia – que ganaría todas las
gobernaciones y alcaldías, perdiendo las cinco
gobernaciones más emblemáticas de la república: Miranda,
Carabobo, Zulia, Nueva Esparta, Táchira y, por si fuera
poco, la Alcaldía Metropolitana.
Cualquier ser humano en sus cabales, cualquier político
con dos dedos de frente y sentido de la oportunidad,
cualquier estadista en apuros se hubiera detenido a
reflexionar y hubiera concluido que el horno no está
para bollos. Pues en política, exactamente como en el
amor, cuando el amor se acaba, SE ACABA.
En tal caso, lo lógico y sensato era reunir lo que le
queda, guarecerse del chaparrón y esperar a que escampe.
Posicionándose del terreno que le pertenece hasta ahora
por derecho propio. Un 30% del electorado nacional, el
primer partido de la república, una sólida base para un
futuro movimiento de masas. Vamos: la AD del siglo XXI.
Para su infinita desgracia y nuestra inmensa suerte,
Chávez ni es lógico ni sensato. De modo que ha decidido
seguir de largo por sobre el abismo, como los muñequitos
de Cartoons Network. Decidió jugarse a Rosalinda, cuando
la suerte le ha dado vuelta la espalda. Terminará
despaturrado. Apuéstelo.
Quiere guerra con las manos amputadas. En medio del
fragor se olvidó del derrumbe de los precios petroleros.
Y cree que en el colmo de la astucia puede utilizar sus
últimos cartuchos para asegurarse la reelección. No se
da cuenta que viene aguas abajo, que así se asegure un
decreto que le garantice un gobierno vitalicio, el Poder
ya le está gangrenando las manos. Que lo mejor que
podría hacer sería soltar el timón y darle el testigo a
quienes tendrán que sortear los peores escollos de
nuestra atribulada navegación.
¿O es que quiere perder y así tener el pretexto para
saltar por la borda? Todo es posible en este engendro de
Cipriano Castro. Se aproxima el tiempo de su eclipse.
Que disfrute, si le resulta, de esta miserable
aclamación. Que le aproveche.