Convertir a las víctimas en victimarios y a
los invasores en invadidos: esa es la clave mágica del
propagandismo totalitario. Lo postuló por primera vez la
pensadora judeo-alemana Hannah Arendt al desentrañar la
hipócrita dialéctica del totalitarismo fascista: culpar
a los judíos de males de los que eran sus principales
víctimas. Y encontrar así el pretexto para
exterminarlos. Incineró a seis millones y por poco los
extirpa del planeta. Culpable no era Hitler, ni las SS
ni la GESTAPO: era el pobre abastero de la esquina. Su
pecado: practicar otra religión que la dominante.
Incendió el Reichstag: culpó a los comunistas. Invadió
Polonia. Culpó a los polacos. Perdió la guerra. Culpó a
los alemanes.
Es la dialéctica de la siniestra hipocresía
que hoy emplea Hugo Chávez frente al legítimo derecho de
los colombianos, de su presidente Álvaro Uribe y de sus
Fuerzas Armadas de combatir a quienes subvierten el
orden y le declaran la guerra – armas en la mano y con
todo un ejército – al estado de derecho en la vecina
república. Permite de manera absolutamente descarada la
invasión de nuestro territorio a sus aliados de las
narcoguerrillas colombianas. Y sirve de cómplice al
presidente del Ecuador Rafael Correa en su indignado
reclamo por la muerte de Raúl Reyes a 1.800 metros de la
frontera con Colombia. Pero ambos, Chávez y Correa
silencian de manera ostentosa la invasión practicada por
sus aliados de las FARC a sus respectivos territorios.
Arde en indignación el teniente coronel y
amenaza con desatar la guerra contra Colombia si su
ejército osa tocar el santuario de las FARC en
territorio fronterizo venezolano. Y envía tropas, carros
de combate y aviones a resguardarlos de un posible
ataque desde territorio colombiano. Cerrando de paso
nuestra embajada en Bogotá. Pero no se indigna por la
presencia de Raúl Reyes en territorio ecuatoriano. Ni
alza la voz contra los comandantes de las FARC que han
establecido campamentos para sus tropas en la Guajira
venezolana y se pasean a lo largo de nuestras fronteras
como Pedro por su casa.
¿Quién tiene la razón: las narcoguerrillas
de Marulanda y Raúl Reyes que le han declarado la guerra
al Estado y a la sociedad colombianas o el presidente de
la república de Colombia, reelecto con una abrumadora
mayoría de sus electores y que en su guerra de Estado
contra las narcoguerrillas cuenta con el respaldo casi
unánime de su ciudadanía? ¿El estado vecino con quien
mantenemos lazos históricos de vecindad o las
narcoguerrillas que amenazan con su disolución? Guarda
Hugo Chávez un minuto de silencio por la muerte de un
terrorista y forajido, sus voceros se refieren al jefe
de las FARC como al “Señor” Raúl Reyes, a las FARC como
“Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército
Popular”, exigen se les reconozca carácter beligerante y
descalifican la cruzada del gobierno colombiano contra
sus insurgentes como si se tratara de “una guerra
privada de Álvaro Uribe”. Goebbels no lo haría mejor.
¿Por qué no reclaman Hugo Chávez, Nicolás
Maduro, Cilia Flores, el ministro de la defensa y
quienes tienen el deber y la obligación por velar por
nuestra soberanía por la invasión de los irregulares
colombianos a nuestro territorio? ¿Por qué no le ponen
freno a sus desmanes, secuestros, asesinatos y cobro de
vacunas en nuestros estados fronterizos? ¿Por qué les
brindan respaldo, les proveen de identidad, los alojan
en Fuerte Tiuna? Porque forman parte del tinglado
político del expansionismo chavista. ¿Por qué no lo hace
Rafael Correa? Porque recibe precisas instrucciones de
Hugo Chávez, a quien le debe su presidencia.
De allí la gravedad que reviste la
desaparición de Raúl Reyes para el expansionismo
chavista. Es un golpe mortal a su delirante proyecto de
la Gran Colombia. Que se vaya despidiendo. Encontró en
Uribe la horma de su zapato. Y en nuestro pueblo el
vengador justiciero que lo sacará más temprano que tarde
del poder que envilece. Le está llegando su hora. De
nada le servirá su indignación.