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Los idus de Febrero
por Antonio Sánchez García
domingo, 3 febrero 2008



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Jamás refrán alguno tuvo más vigencia: “de esos polvos salieron estos lodos”. Pues el golpe de Estado del 4 de Febrero de 1992 empujaría a la sociedad venezolana al abismo en que hoy se encuentra y prefiguraría todos los horrores de esta verdadera tierra arrasada en que Hugo Chávez, la camarilla militar de su entorno y la izquierda golpista que les acompañan han convertido a la que algún día el intrépido navegante bautizara con el genérico de “tierra de gracia”. Desde ese nefasto 4 de febrero que mañana se rememora, más valdría llamarla “tierra de desgracias”.

Leo el imprescindible documento del entonces ministro de la defensa general Fernando Ochoa Antich[1] y no puedo menos que conmoverme por la magnitud y la profundidad de la conspiración militar de un numeroso grupo de militares traidores que protagonizaran el aciago golpe de estado del 4 de febrero de 1992. Precedida, como él mismo lo señala en la introducción a su importante escrito, de una feroz campaña mediática de descrédito contra el entonces presidente constitucional Carlos Andrés Pérez y su gobierno. Tal campaña, obvio es decirlo, fue acompañada de un grave deterioro de la credibilidad democrática entre los distintos sectores de la sociedad venezolana: es causa y efecto de la profunda crisis moral, económica y política que resquebrajara los cimientos del más importante proyecto político de la Nación después de la independencia: la construcción de una democracia moderna en un país invertebrado, asolado por dictaduras, inestable desde su propia gestación y víctima de caudillos, militares y déspotas que protagonizaran la mayor cantidad de insurrecciones, alzamientos y revoluciones imaginables.

Pues la grave felonía comandada por el actual presidente de la república no se cumple en el vacío de una sociedad desprevenida: corona graves desajustes económicos, serios conflictos sociales y una desafección de los sectores más ilustrados del país respecto de nuestras instituciones democráticas y nuestro destino histórico. Será una mácula indeleble en nuestra memoria reconocer entre los promotores directos o indirectos del golpismo venezolano a ilustres intelectuales – Arturo Uslar Pietri, Maiz Vallenilla y Juan Liscano, entre muchos otros -, importantes juristas – Ramón Escobar Salom -, políticos fundacionales – Rafael Caldera –, directores de periódicos – Alfredo Peña - y casi sin excepciones la élite empresarial, mediática, intelectual y política del país.

Sin ese caldo de cultivo de la irresponsabilidad nacional que dejara al descubierto las tripas de una democracia decadente, sostenida fundamentalmente por los tributos del ingreso petrolero y las granjerías acordadas a todos los sectores nacionales, pero particularmente a las clases medias y los sectores más acomodados del país por un dólar a 4.30 – la más barata de las mercancías entonces en curso – Hugo Chávez no hubiera podido dar su golpe de estado ni muchísimo menos llegar a la presidencia de la república para arrastrarnos al abismo.

Ha sido el instrumento, no la causa. Aunque terminaría siendo el responsable directo de una década de desastres. Los efectos de su insania apenas alcanzan nuestra conciencia. Gracias a la imperdonable irresponsabilidad nacional Venezuela ha sido convertida por una banda de miserables comandada por un irremediable narcisista sociopático en una tierra arrasada. Una grave herencia para los que vendrán.

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Pues este régimen tiene los días y las horas contadas. El banal, mendaz y estrafalario repertorio de mañas, trucos y tejemanejes con los que Hugo Chávez y su camarilla han pretendido distorsionar la percepción de los venezolanos respecto de su historia, su presente y su futuro ha alcanzado ya su nivel de agotamiento. Las mentiras del fabulador de Sabaneta no convencen – si es que alguna vez la convencieron – ni a su madre. Se le agotó el cheque en blanco de las esperanzas que le depositaran los pobres de Venezuela. Su arsenal político está en bancarrota.

Esa es la primera constatación que dejan los resultados de su derrota del 2 de diciembre. Sin duda considerablemente mayor que aquella reconocida por el CNE y pactada con las fuerzas opositoras, algunas de las cuales hasta estuvieron dispuestas a reconocerle el triunfo mañosamente adelantado a través de las agencias noticiosas a su servicio. No faltaron los mercaderes de siempre, pretendiendo convencer de la necesidad de dar por buenos los primeros resultados para evitar males imaginarios. Sólo la firmeza inquebrantable de algunos jóvenes dirigentes políticos y la disposición a luchar con su vida manifestada entonces por el movimiento estudiantil venció el tinglado de los derrotados de siempre e impuso la verdad. Que el CNE se ha negado hasta el día de hoy a darnos a conocer. ¿Cuál si no esa certidumbre es la razón de tanto sospechoso ocultamiento por parte de las autoridades del CNE, que después de dos meses aún nos deben los resultados definitivos?

A esa grave distorsión de la verdad y la lógica – alabar como mar de la felicidad a una miserable isla torturada y sometida, heroizando al criminal despótico y despiadado que la somete; convertir en héroes a los asesinos que siguieron sus órdenes en Puente Llaguno mientras encarcela a quienes cumplían con su deber protegiendo una marcha pacífica; acusar de golpistas, él el golpista mayor, a inermes ciudadanos que jamás han pisado un cuartel; robarle la señal y las antenas a un canal de televisión esgrimiendo argumentos falaces y reclamando derechos inexistentes; y así hasta culminar defendiendo a los más despreciables terroristas de Occidente – le corresponde la perversión del gentilicio. Ha desmoralizado, humillado y pervertido el sentido de nación de un pueblo generoso, alegre y desenfado, sumido desde hace nueve interminables años en una auténtica neurosis colectiva.

Y ha venido a sembrar el odio, la división y la deslealtad entre quienes supieron en el pasado estar unidos por sobre clases y grupos, siempre del lado del más débil y desprotegido. Cobijando a los perseguidos por las dictaduras militares y sirviendo de asilo a los que escapaban de guerras y conflictos. Para venir a convertirnos en propulsores de dictaduras totalitarias. Venezuela, desde aquella aciaga madrugada de hace 16 años, es un país sometido a las más insoportables presiones políticas y espirituales imaginables. Nos hemos enfermado como Nación por efecto de las perversiones presidenciales. Como bien lo señala Franzel Delgado Senior, quien ha descrito todas estas aberraciones en función del carácter narcisista y sociopático de quien nos desgobierna, Venezuela no puede ser comprendida y analizada hoy sin el concurso de la psiquiatría.

Así algunos funcionarios de rango menor de este gobierno de iniquidades, abusos y violaciones pretendan prohibir mencionar el alarmante nivel alcanzado por tales aberraciones. La verdad, así les duela, los desenmascare y los acorrale, tiene su hora. Ya está sonando.


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Feliz coincidencia y señal de los nuevos tiempos que se avecinan la de los demócratas colombianos convocando este 4 de febrero a una marcha mundial contra las FARC, después de Fidel Castro y el castrismo los principales aliados del presidente de la república y su régimen en nuestra región. Precisamente el mismo día en que los venezolanos miramos al pasado con horror y con angustia. Mientras tratamos de unirnos con lucidez, inteligencia y desprendimiento en una cruzada para liberarnos de la opresiva gestión del gobierno más inoperante, ineficiente, corrupto y desalmado que recuerde nuestra historia republicana.

La irracionalidad vociferante que ha dominado la vida pública venezolana de esta última década ha querido celebrar la cobarde felonía del martes 4 de febrero de 1992 como si se hubiera tratado de los fastos fundacionales de una nueva república. Irrespetando a la civilidad y deshonrando la institucionalidad militar, este régimen de oprobios ha honrado a quienes quebrantaron un juramento de honor a la bandera, a la patria y a la constitución usurpando los bienes con que se había provisto la república para defender su soberanía, empleándolos en la destrucción de nuestra frágil tradición democrática, asesinando personas y destruyendo preciados bienes públicos y privados.

Si ese golpe cruento y destructivo pudo ser conjurado - en gran medida gracias al coraje del entonces presidente constitucional de Venezuela y a los todavía leales sectores uniformados de unas fuerzas armadas en proceso de desintegración - , no es menos cierto que sus efectos fueron demoledores. Violando la más elemental lealtad con nuestra institucionalidad, oportunistas políticos, intelectuales irresponsables, comunicadores ambiciosos y desconsiderados se confabularon para terminar de derribar los muros de contención y abrirle los portones del Poder al golpismo militarista, demagógico, caudillesco y despótico representados en la figura del teniente coronel Hugo Chávez y su camarilla, hoy gobernantes.

Recién ahora vienen muchos de esos mismos sectores y personalidades civiles y uniformadas responsables de esta década ominosa a comprender el gravísimo mal del que se hicieron cómplices y gestores. El bloque dominante se resquebraja en rechazo a la desmesurada ambición de Poder del felón del 4 de febrero. Sus mejores compañeros le dan la espalda. Otros incuban en las sombras la traición que están prontos a cometer. Sus subordinados se enriquecen a manos llenas conscientes de que el disfrute del poder se agosta, vislumbrando en el más cercano horizonte el tiempo del enjuiciamiento y la rendición de cuentas. No faltan los que ya conocen el amargo despertar del ensueño y prefieren la colaboración con la inclemente justicia norteamericana a la que están sometidos que el cómplice silencio de los culpables.

Chávez sabe que su oportunidad histórica ha agotado sus plazos. Que su caída es inevitable. Y que el precio de su salida será difícilmente negociable. Dado el carácter de su desequilibrio emocional y el agotamiento de sus jugadas políticas, lo espera un futuro nada halagüeño. Como bien lo señalan todos los especialistas en la materia, el mejor de los destinos imaginables es una espantosa soledad. Del peor no queremos ni pensar. Mucho menos desearlo.

Son los Idus de este 4 de febrero, cuando ya doblan las campanas.

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[1] Fernando Ochoa Antich, Así se rindió Chávez, La otra historia del 4 de febrero. Los Libros de El Nacional, Caracas, 2007.

sanchez2000@cantv.net

 
 

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