Poseído por sus más acuciantes tribulaciones
y en medio de su terrible sordera, Francisco de Goya y
Lucientes, el gran pintor español, creó una de las obras
más conmovedoras de la pintura moderna. Con sus manos
desnudas dio forma a ese universo infernal de brujas y
demonios, monstruos y alucinaciones conocido como las
pinturas negras. Sumido en la desesperación y acuciado
por sus propios demonios no esperó a verter su
genialidad sobre el lienzo: lo hizo sobre los muros de
su quinta madrileña, “El sordo”.
De entre las terribles escenas plasmadas en
los muros de su casa, dos son particularmente
estremecedoras: en una dos campesinos primitivos y
brutales, enterrados en un lodazal, se dan de garrotazos
en un espantoso duelo a muerte. En otra, Saturno, el
Dios romano, devora a uno de sus hijos. De su boca
ensangrentada sobresale el cuerpo despedazado, mientras
el resto, decapitado, cuelga de una de sus manos como un
pelele.
No es casual que ambas escenas fueran
pintadas entre 1819 y 1823, momentos de terrible
tragedia para el pueblo español. Tampoco es casual que
susciten nuestra atención en medio de uno de los
momentos más decadentes de nuestra historia, cuando un
teniente coronel cercano al desquiciamiento, zafio y
brutal, haga cuanto está a su alcance y se le permita
para enfrentar en un duelo a muerte a las dos
parcialidades en que ha dividido a la Nación. Y en un
acceso de estupidez sin nombre esté devorando lo mejor
que aún sobrevive de entre las ruinas que le ha causado
a la república.
Provoca retratarlo como un antropófago
idiota, comiéndose a pedazos trozos de su propio cuerpo.
¿Quién lo autorizó a zamparse la Electricidad de caracas
y la Compañía de teléfonos de Venezuela? ¿Quién para
pretender tragarse a Sidor y al Banco de Venezuela?
Pretende digerir así su propio país, mutilándole de paso
sus aspectos más productivos.
La idiota antropofagia socialista se
derrumbó luego de que sus dictadores se fagocitaran a
sus mejores hombres, a sus mejores tradiciones y a sus
mejores recursos. Vomitando campos de concentración y
cenizas de millones de seres incinerados. Lo que
sobrevivió a setenta años de socialismo soviético fue
una cabeza megalítica aplastando el descarnado esqueleto
de un cuerpo devorado por la insania y la crueldad de
sus dirigentes.
Cuba será el ejemplo caribeño de ese
delirio. Tras cincuenta años de estúpido heroísmo,
Castro se va al más allá indigestado de tanta represión,
de tanta miseria, de tanta muerte. Cuba no vale nada. Y
entre nosotros Chávez hace cuanto está a su alcance por
hundirnos en la misma miseria, la misma represión y la
misma muerte. Es el perfecto antropófago idiota. Aún no
comprende que ya fue vomitado por el fervor popular y
que el pueblo que ayer lo aclamara le ha vuelto
definitivamente la espalda. Se sostiene por el estupro,
la corrupción y el crimen.
De nada le servirán sus 21 leyes
habilitantes. Tendrá que comérselas a mascadas.
Posiblemente en una cárcel de máxima seguridad. Si
todavía no se ve en el espejo trasmutado en Saturno
devorándose a sus hijos, es hora de hacérselo saber.
Terminará como se lo merece: devorado por sus propios
hijos.