empacho.
1.
m.
Cortedad, vergüenza, turbación.
2.
m.
Dificultad, estorbo.
3. m.
Indigestión de la comida.
1
Este 3 de diciembre hará
exactamente un año de la fecha en que el teniente coronel
celebrara su segunda reelección. Algún día la historia nos
explicará si ese tercer triunfo, logrado con la mágica
diferencia de más de 20 puntos por sobre su competidor, el
gobernador zuliano Manuel Rosales, correspondió a la
estricta, escueta y cruda verdad de los hechos. O si fue
el producto de una poderosa maquinaria de manipulación,
del inocultable intervencionismo de que hicieron gala las
autoridades de gobierno y del más descarado ventajismo
electoral jamás visto en la historia democrática de la
república. Incluso de un fraude monumental, como sostiene
con poderosas razones e irrebatibles pruebas documentales
un grupo de expertos en la materia.
En todo caso: la
vertiginosa aceptación de los resultados por parte de
Rosales y sus más cercanos aliados, así como la inesperada
buena pro dada por ellos a un proceso que nadie en su sano
juicio podría calificar bajo ningún aspecto de ejemplar,
constituyó un terrible baño de agua fría sobre un
electorado ilusionado con la esperanza de ponerle un fin
pacífico y democrático a la pesadilla que vive desde hace
más de ocho años. La oposición, golpeada más por el desliz
de su ocasional liderazgo que por el propio Chávez, cayó
en un trance casi cataléptico y se sintió succionada por
un insondable agujero negro. Chávez parecía blindado
electoralmente como para reinar en Venezuela por los
siglos de los siglos. O por lo menos hasta cuando las
fuerzas lo acompañaran. Que es igual a decir eternamente.
Hasta esa fecha, el
teniente coronel se había manejado en la arena
internacional con un sorprendente e insólito desparpajo.
Es cierto: había mostrado sus modales un tanto
barriobajeros frente a importantes personalidades del jet-set
político internacional, como los chilenos Ricardo Lagos y
José Miguel Insulza, el mexicano Vicente Fox, el peruano
Alan García, el inglés Tony Blair o la norteamericana
Condoleeza Rice. Pero lo había hecho cuidando de no
quebrantar totalmente las normas y quedar desembozadamente
al descubierto. Se permitió incluso un ataque artero,
brutal y desconsiderado hacia el presidente de la Nación
más importante del planeta, en su propia casa, y ante un
auditorio tan calificado como el que se reúne en una
Asamblea General de las Naciones Unidas. Pero en términos
generales había salido bien librado de todas esas
escaramuzas verbales. Contando, por supuesto y como no
podía ser menos, con la anuencia de la izquierda
democrática mundial. ¿Quién no se encanta en Europa, en
África o en América Latina ante un muchachón deslenguado
que le canta las cuarenta a George Bush, ridiculizándolo
en plena capital del Imperio? El odio y el resentimiento
hacia los Estados Unidos es el más eficaz de los medios
con que cuenta un aspirante a dictador de izquierdas.
¿Quién no siente un oculto placer al saber que un
malhablado teniente coronel de un país apenas
significativo por sus reservas petroleras se atreve a
considerar al Imperator un burro, un borracho y un
estúpido con efluvios sulfurados?
2
Ese 2 de diciembre de hace
un año los fabricantes y administradores de mitos ya
habían llegado al país con sus cámaras, sus laptops y sus
móviles satelitales convencidos de los aplastantes veinte
puntos de ventaja a favor del presidente. Un aceitado
lobby del más alto nivel había logrado el milagro de
convencer a los principales medios impresos, televisivos y
radiales del mundo que Chávez era un candidato invencible.
Nadie quiso recordar que, entre una cosa y la otra, el
presupuesto en mercadotecnia empleado para crear una
matriz de opinión favorable a sus anhelos de ocupar una
silla temporal en el Consejo de Seguridad de la ONU se
elevó a los mil doscientos millones de dólares. Tan
convincente fue el esfuerzo, que terminó por convencer al
propio candidato opositor. Que aquella noche no hundió la
cabeza y gritó “trágame tierra” porque así no estuviera
dispuesto a dar la cara por lo menos debía salvar algo de
imagen. La necesitaba para volver a ponerse al frente de
su gobernación y capear el temporal del disgusto de sus
electores. Correr a aprobar lo reprobable fue el precio
que debió pagar por jugar a contendor y no salir triturado
del intento.
Todo el mundo – sin
consideración de las condiciones de tan aplastante
victoria - dio por hecho un triunfo irrebatible y
definitorio. Chávez se las creyó todas. Y dejando de lado
toda precaución decidió dar el zarpazo final y
definitorio: tanto a nivel internacional, como en lo
interno. Internacionalmente decidió aliarse al terrorismo
internacional para enfrentarse al Imperio, sin importar si
se trataba de
Ahmadineyad
o del propio Ben Laden;
expandirse por las viejas naciones bolivarianas –
Colombia, Ecuador Perú y Bolivia – y torcerle el pescuezo
al eje Washington - Ciudad de México – Lima - Santiago de
Chile, luego de neutralizar con contratos, corruptelas y
maletines atiborrados de dólares a muy importantes
funcionarios de los gobiernos de Argentina. Uruguay y
Brasil. Cuyos presidentes – Lula, Tabaré Vásquez y el
matrimonio Kirchner - guardan el más discreto silencio
frente al totalitarismo que se nos viene encima. No se
hable del Sr. José Miguel Insulza, secretario general de
la OEA por gracia del teniente coronel.
En lo interno y apenas
preocupado por eventuales desajustes, decidió que era hora
de reproducir de una vez por todas el sistema totalitario
cubano, avanzando hacia la armadura de una asociación
estratégica con Cuba y la constitución de un solo país, el
que, ya agónico Fidel, no podía ser menos que el suyo
propio: su particular Gran Colombia. Lanzó entonces el
proyecto de una nueva constitución que amarrara y
terminara por pavimentar su creación imperial antillana. Y
para no encontrar tropiezos en tan descabellada aventura,
creyó llegado el momento para saldar viejas deudas y
cobrar cruentos agravios: luego de haber arrodillado a
Cisneros y a los restantes empresarios televisivos fue a
por la cabeza de su más peligroso contendor, Marcel
Granier. Primero ofreciendo comprar RCTV por una suma
estratosférica. Luego, ante el rechazo incondicional de
sus propietarios, cayéndole a saco y apropiándose
ilegalmente de sus instalaciones. A Globovisión la
perdonó, por ahora, ante su limitado campo de influencia.
El país parecía estar, por
fin, en sus manos. El sueño de la infancia comenzaba a
cumplirse. Se sentía un Bolívar redivivo.
3
La ambición rompe el saco.
Tan seguro se sintió del respaldo ciudadano, que optó por
quitarse toda máscara y soltarle los perros a todos sus
aliados. Y así, el 8 de enero asomó una reforma
constitucional que terminaría por concentrar en sus manos
todos los poderes: centralización absoluta y reelección
vitalicia. Con un agregado que supuso el peor y más grave
de sus errores políticos: reelección indefinida sólo para
él y para más nadie. Vociferando ante el mundo que él, el
más poderoso de los venezolanos de todos los tiempos –
incluido Bolívar – se dejaba de mojigangas y se disponía a
asaltar el Poder en el más puro y totalitario de los
estilos. Llamó al asalto totalitario: “socialismo del
siglo XXI”.
El mundo contuvo el
aliento. Sus aliados también. Y para que no le
alebrestaran el gallinero pretendió el montaje de un
partido único: el PSUV. Imponiéndoselo a todos sus
conmilitones de acuerdo al más castrista de los guiones.
Creyendo que la oposición era un desierto en ruinas
imaginó que podía montar el castillo de arena de su
dictadura y apoderarse del ansiado botín sin el menor
contratiempo. Fue tan lejos en sus delirios imperiales,
que creyó posible coronarse incluso presidente de Cuba,
apartado el despojo moribundo de Fidel Castro de un
manotazo y comprados con cien mil barriles de petróleo
todos sus lacayos. Ya tenía a Bolivia y a Ecuador en sus
faltriqueras. Auxiliado entonces por una astuta senadora
colombiana con pretensiones presidenciales y los acezantes
mastines de las FARC se hizo a la insólita faena de
desbancar al presidente Uribe y montar un gobierno de
transición que le alfombrara el arribo al Poder al anciano
Marulanda – si es que aún vive. O a cualquiera de sus
secuaces. Otra satrapía a su servicio.
Ese era el sueño, esos los
pasos por convertirlo en realidad. Se olvidó de un ínfimo
detalle: en estas lides los pueblos también cuentan. El 27
de mayo le nació una oposición inesperada y de efectos
inmediatos y letales, como lo comprobaran todos los
caudillos venezolanos, desde Bolívar hasta Pérez Jiménez:
el movimiento estudiantil. Meses después, un monarca de
impolutos antecedentes democráticos lo mandó callar. Y el
presidente del país vecino que pretendió humillar
creyéndolo otro pendejo más lo revolcó por el fango, como
se lo merece. Para rematar, hoy 2 de diciembre de 2007 su
pueblo le indicará la puerta de salida. Pierde de todas
todas, así vuelva a montar su fraude. Ya nadie le cree sus
victorias, salvo sus más incondicionales lacayos. Perdió
la partida.
Dios quiera le quede algo
de sentido común, decencia y amor patrio, si es que alguna
vez los tuvo. Y acepte con hidalguía el amargo trago de su
tercera gran derrota. De lo contrario le espera un futuro
nada envidiable. En el mejor de los casos, terminar como
Abimael Guzmán o Vladimiro Montesinos. En el peor,
emulando a Mussolini. Que se mire en ese espejo: verá el
mapa de su destino.
sanchez2000@cantv.net