A William Echeverría, ejemplo de dignidad
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Si un presidente venezolano ha
disfrutado de las mieles del unánime respaldo informativo
y ha ascendido al poder en andas de una matriz de opinión
puesta a su favor por los medios impresos, radiales y
televisivos, ése ha sido sin duda ninguna Hugo Chávez. Fue
el consentido de tirios y troyanos. Todos los anteriores,
desde Rómulo hasta Caldera II, contaron con unos medios
relativamente indiferentes. Incluso: refractarios. No se
ha tratado de una cuestión personal. Se ha tratado de una
tradición. La política ha sido vista desde el cristal
mediático y la óptica periodista como una fuente de
conflictos, de abusos y corruptelas. De allí la autonomía
e independencia mediática, siempre dispuesta en contra de
los gobiernos de turno. De allí también el rencor político
con que el establecimiento político se acercó a los
medios. Herrera, ducho en los entresijos del periodismo y
periodista él mismo, navegó sin grandes contratiempos en
las procelosas aguas de los medios de comunicación, pero
no gozó de especial complacencia. Lusinchi pasó con más
pena que gloria, repudiado por sus presiones editoriales y
su chantaje cambiario: el dólar preferencial como
instrumento de censura. Caldera ha odiado a los medios y
ha vivido quejándose de incomprensión y desamor. Su tara
congénita. De Carlos Andrés Pérez no se hable: fue
literalmente crucificado en el mercado mediático.
Los medios y muchos de los periodistas que hoy
se rebelan contra esta inclemente ofensiva contra la
libertad de expresión fueron quienes llevaron la voz
cantante en contra del entonces presidente de la
república. Y contribuyeron de manera decisiva a la
construcción de un nuevo mito político: el vengador. Hugo
Chávez recibió así el mayor espaldarazo que político y
figura alguna recibieran en la historia de la república de
parte de periódicos, estaciones de radio, canales de
televisión. Chávez, el consentido. ¿Cuántos de los
periodistas críticos de hoy estuvieron tras del montaje
del Chávez victorioso y triunfador? Entonces fueron
venerados por el consentido: hoy son execrados,
vilipendiados y zaheridos. ¿Entonces?
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La glamorosa luna de miel de Chávez con
los medios continuó funcionando mucho más allá de toda
sana medida. Chávez copó todos los titulares, todas las
portadas, todos los espacios estelares. Fue el hombre
rating, el mago de la palabra y la imagen, el genio de la
comunicación. El espectáculo principal de la política,
cuando la política se convirtió en espectáculo. Adonde
fuera, allí le seguía un enjambre de reporteros,
camarógrafos, comentaristas y opinadores de oficio: era el
primer hombre espectáculo de nuestra historia. No
necesitaba ordenar cadenas televisivas: la televisión
venezolana se había encadenado motu propio a quien le
diera todos los puntos del rating: una auténtica vedette
nacional.
En andas de los medios, Chávez pudo imponer
todos sus proyectos, concentrar todos los poderes, arrasar
en todas las elecciones. Insatisfecho con tanto respaldo,
decidió promover su propia empresa de espectáculos y montó
Aló Presidente. Utilizó los medios más allá de toda sana
medida y encadenó el país a su imagen, a su palabra, a su
semejanza. La relación proporcional del uso de los medios
ha sido de 20.000 a 1 favorable a Hugo Chávez. Ningún
hombre público venezolano ha invadido los hogares de
manera más implacable, acuciosa y arrolladora que Hugo
Chávez. Ha sido el convidado permanente, obligado e
inevitable de nuestros hogares. Convirtió la nación en un
gigantesco y multifacético espejo de si mismo. Como en un
cuento de hadas, se introdujo incluso en nuestros sueños.
E insatisfecho con la caducidad de la imagen televisiva y
la palabra radiada, reprodujo su retocado rostro en miles
y miles de gigantescos anuncios publicitarios. Chávez con
niños, Chávez con viejecitas, Chávez con trabajadores y
obreros. Chávez estadista, Chávez líder, Chávez maestro de
juventudes. No hay barrio, poblado, aldea, pueblo o ciudad
de Venezuela que no esté tapizado de gigantescas vallas
publicitarias de este extraño producto de mercantilismo
político llamado Hugo Chávez. De pronto, Venezuela se
convirtió en una caja de ilusiones. En una
empresa-ficción. En el confesionario, el altar y el
púlpito de Hugo Chávez. Fue entonces, ante tanta desmesura
y tanto culto a la personalidad, que comenzó a aparecer el
monstruo demagógico, despótico y autocrático, delirante e
irracional que algunos temíamos. Aliado, para mayor INRI,
con Fidel Castro y poseído por el delirio de montar un
paraíso rojo-rojito al estilo cubano.
Es el momento en que se produce el divorcio.
Los medios habían divinizado a un vengador para mejorar
nuestra maltrecha democracia y se encontraban de pronto
con su sepulturero. Despertaron súbitamente del embrujo y
comprendieron la pesadilla real que se ocultaba tras el
cuento de hadas. Chávez era la manzana envenenada. Detrás
de los millones y millones de espejos enchufados a
nuestros hogares se ocultaba la amarga, la triste, la
cruenta y sangrienta verdad. El reino de la felicidad era
una patraña sin otro sentido que eternizar en el Poder al
vengador, convertido en déspota. Al reivindicador
convertido en verdugo. Al entertainer convertido en
sepulturero. La revelación fue inmediata: su imagen era un
bluff. El producto ofrecido con su ambigua sonrisa y su
falsa seriedad de pastor de almas una vil estafa.
Y tal como sucede en la vida real, al amor
total y a la entrega sin compromisos comenzó a suceder el
despecho por una promesa incumplida, la insatisfacción por
saberse usado, el rencor y el odio por tanta traición,
tanto engaño y tanto castigo. Los fabricantes de sueños e
ilusiones, los administradores de la verdad, los
reporteros de la denuncia y la esperanza comenzaron el
paciente y prolijo desmontaje de la operación mediática
que lo encumbrara a las alturas. Ahora comenzaron a
mostrar la verdad desnuda del personaje, sin maquillajes
ni artificios. La matriz de opinión se aventuraba por
otros derroteros. Comenzaba a voltearse a favor de un
cambio de gobierno, de un regreso a las tradiciones
democráticas, de un fin a la incuria, el abuso, la
corrupción y el miedo. El maquillaje se derretía como
fundido por tanto candelero.
Chávez perdía los medios. Y con ello se hundía
en el descrédito. El mago estaba al desnudo. El hechizo se
esfumaba para siempre.
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Como la bruja del cuento de hadas no
resiste la tentación de hacer añicos el espejo que se
niega a considerarla la más bella del reino, Chávez no ha
resistido la tentación de liquidar a RCTV. En rigor, el
canal que más hizo por ayudarlo en su ascenso al poder. Y
el que más caro le ha cobrado su traición. Mientras
sufría de la cómoda prisión de Yare, Por estas
calles cautivaba a los hogares venezolanos
inoculando el deseo por un cambio radical. Sentando una
pauta asumida e imitada luego por todos los medios. Con
contadísimas y muy honradas excepciones, ninguno de ellos
alertó acerca de la inmensa, la infinita gravedad que se
cernía sobre Venezuela. El grave riesgo de un retorno a
los peores fantasmas de nuestro pasado: el caudillismo
militarista y autocrático que él personificaba. Una deuda
lo suficientemente pesada como para tenerla presente.
Para inmensa fortuna de la democracia que vive
tan profundamente en nosotros, ha comenzado a ser saldada.
De una manera que honra al gremio periodístico y a algunos
medios que no han aceptado arrodillarse ante la dictadura.
Como quedara demostrado en esa maravillosa marcha
ciudadana, ejemplarmente cívica, profundamente reflexiva y
pacífica que se celebró este 27 de junio, día del
periodista, cuando decenas y decenas de miles de
venezolanos desfilaran en defensa de RCTV y la libertad
de expresión.
Muchos, muchísimos de quienes marcharon este
miércoles estuvieron entre quienes le abrieron con inmensa
generosidad sus corazones al teniente coronel. Muchos le
prestaron su desinteresado auxilio en momento de penurias,
cuando atravesaba el desierto de la soledad. Muchos le
dieron su voto cuando respaldado por la izquierda, la
ultra izquierda y la ultra derecha y escudado en el
caballo de Troya de una alianza lideraba por el MAS
decidió entrar al poder por la puerta ancha de las
elecciones presidenciales. No sólo en esas, sino en muchas
otras de sus elecciones. Y no satisfechos con darle
solamente su voto, muchos de ellos pusieron su pluma, su
palabra y su oficio a la orden de su gobierno.
Tienen, por lo tanto, un doble derecho moral a
exigirle respeto y a apostar por un cambio de gobierno. Y
ya han logrado el milagro de comenzar a cambiar la matriz
de opinión. Que hoy luce irreparablemente negativa para el
presidente de la república. Nacional e internacionalmente.
¿Se puede gobernar con una matriz de opinión tan adversa?
Algunos gobernantes lo han logrado. Han terminado sus
períodos bandeándose entre los extremos de la represión y
la compra de conciencias. O han debido dejar el Poder
abrupta y sorpresivamente, como Fujimori. Lo que es
absolutamente indiscutible es que con esta matriz nacional
e internacional tan negativa, no hay régimen que se
sostenga indefinidamente ni revolución que pueda imponerse
ni a la larga ni a la corta. A no ser al precio de la más
feroz represión. Paradójicamente es entonces cuando más se
aproximan al abismo. Que casos como el de Fujimori y
Milosevic sirvan de ejemplo: cuando los medios nacionales
e internacionales inician una cruzada, no hay autócrata
que la resista. Cuando el movimiento estudiantil le pone
la proa a una dictadura, no hay satrapía que se sostenga.
Y Chávez se haya acorralado por los grandes medios del
mundo y el estudiantado venezolano. Imposible imaginar una
situación más compleja y difícil para el otrora consentido
de los medios de comunicación. Y sólo es el comienzo.
Es hora de que el presidente Chávez se entere.
Es hora de que Eleazar Díaz Rangel, José Vicente Rangel y
Desirée Santos Amaral, que Ernesto y Vladimir Villegas,
que Jesús Romero Anselmi y los restantes periodistas con
quienes en el pasado lucháramos contra las injusticias de
turno y hoy se han montado en el destartalado aunque
suculento y dispendioso carro del régimen abran los ojos y
comprendan lo que antaño practicaran con hidalguía: que la
lucha por la libertad de expresión, la justicia y la
democracia no es un asunto de oportunidad personal. No es
un asunto de ambiciones y acomodos individuales. Es una
obligación moral, un compromiso ético y profesional. Que
los favores no son eternos, que los gobernantes suben y
bajan y que la matriz se les ha volcado dramáticamente en
contra. Basta de premios de cartón piedra, de aplaudirse
en la turbia farsa de los espejos, de pagarse y darse el
vuelto jurando que están haciendo una revolución, cuando
no están más que montando una ominosa e intolerable
dictadura. Indigna de sus propias trayectorias y sus
antaño notables y honrosas ejecutorias. De no hacerlo,
mancillan su nombre y provocan una tragedia. Todavía es
hora de evitarla.