A Pompeyo Márquez, amigo y venezolano ejemplar
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Por fin la izquierda venezolana logró su
secular propósito de acercarse al Poder. Sólo que para
lograr superar la maldición del 5% histórico y romper el
ghetto que la separaba de las masas populares tuvo que
hacerlo de contrabando, plegada entre los turbios
faldones del golpismo cuartelero y militarista de la
tradición caudillesca venezolana, escudándose tras su
cara más fea: la del teniente coronel Hugo Chávez.
Quien, si no hubiera contado con la colaboración de
quienes reinaban en Fuerte Tiuna el 4 de febrero, la
maligna complicidad de parte del Estado Mayor y la
ominosa obsecuencia de gran parte del decadente
estamento político, empresarial y mediático que esperaba
pescar en río revuelto hubiera seguido las huellas del
teniente coronel Tejero, aquel impresentable sargentón
de la Guardia Civil española que se alzara contra la
frágil democracia española a comienzos de los 80 y
pagara su insolencia, su desparpajo y su felonía con
veinte años de cárcel.
Hoy, esa misma izquierda despierta de la
ensoñación. Cuando el teniente coronel, inflado en su
tropical despropósito hasta extremos siderales y poseído
por ínfulas tan imperiales como las de sus invocados
arquetipos, muestra su verdadero rostro: el rostro más
feo de la izquierda. Que a estas alturas del partido ya
ni ella misma – la izquierda - sabe si catalogar de
extrema izquierda o de extrema derecha, si comunista o
fascista, leninista o mussoliniana. Con un solo y
supremo objetivo: restablecer en Venezuela la más feroz
de las tiranías para blindar el trono y gobernar hasta
que le abandonen las fuerzas. Y aún más allá, como lo
hizo Juan Vicente Gómez y hoy lo pretende el patético
esperpento en que ha devenido el otrora pujante líder
cubano Fidel Castro.
Ni siquiera se trata de esa izquierda
democrática que supo deslindarse del golpismo foquista
de los años sesenta ganándose los peores y más
insultantes epítetos de parte de Castro, empeñado
entonces en lograr lo que ha tardado cuarenta años en
obtener: arrodillar a la Venezuela democrática,
tragársela con infraestructura petrolera, cultura y
economía como una boa constrictor a un venado y
convertirla en su plataforma imperial en América Latina.
¿Habrán olvidado García Ponce y otros próceres del PCV
los insultos proferidos en su contra por el entonces
joven comandante Castro? Los calificó de
“monopolizadores del reformismo, cobardes, traidores”.
Incluso de agentes del imperialismo y la CIA, como suele
recordarlo no sin cierto orgullo Pompeyo Márquez.
Distanciándose de ellos para siempre, pues no habría
poder – se refería a la Unión Soviética, cuyo bloqueo
ideológico estuvo a punto de comparar con el del
imperialismo yanqui – “que nos obligue a santificar
cualquier debilidad, que nos obligue a santificar
cualquier desviación, que nos obligue a seguir una
política de compadreo con todo tipo de reformistas”.
Entre Castro y la izquierda democrática venezolana se
abrió una zanja nunca superada, nunca resuelta. Así se
la solapara con buenos modales ante la patética soledad
del tirano. Hoy vuelve a reventarle en el rostro a ésa,
su cara más fea. La del teniente coronel Hugo Chávez.
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La línea demarcatoria entre la izquierda
dictatorial y la izquierda democrática quedaría trazada
para siempre. Quien se sometiera a los dictados de Fidel
Castro tendría su santificación, su respaldo y su
dinero. Sus armas y sus combatientes. Sus maletines de
dólares y sus desembarcos: como los millones repartidos
entre sus aliados en África y América Latina y las
invasiones protagonizadas en 1966 y 1967 por Falcón y
Machurucuto en las figuras de sus más eminentes y
destacados oficiales, como Arnaldo Ochoa, Menéndez
Tomassevich y Ulises Rosales del Toro. Aquellos que por
respeto a su propia dignidad y a la bandera de su patria
se negaran a convertirse en sus lacayos, serían
execrados y maldecidos para siempre. Entonces, en la
primera línea de los “traidores y cobardes” quedaron
Guillermo García Ponce, Pompeyo Márquez y Teodoro
Petkoff. Muy pronto, cuando se acogieran a la
pacificación y se incorporaran a la vida política legal,
también lo estarían sus peones de El Bachiller: Moisés
Moleiro, Héctor Pérez Marcano, Américo Martín.
Hoy, cuarenta años después y cuando Fidel
Castro ya tiene a su estado mayor instalado en la
cabecera de playa de Fuerte Tiuna y a su G-2 en PDVSA,
en la CANTV, en La Electricidad de Caracas y en todos
los ministerios de la república, con un sátrapa a su
servicio en el propio trono de Miraflores y decenas de
miles de combatientes infiltrados como asesores, médicos
y entrenadores deportivos repartidos por el territorio
nacional, los campos vuelven a dividirse. Ya no entre
esa izquierda “reformista” – Pompeyo, Teodoro, Américo o
Pérez Marcano – y la revolucionaria – Douglas Bravo,
Prada, Luben Petkoff – sino entre los promotores de la
más feroz de las dictaduras – algunos de viejo cuño,
como Fernando Soto Rojas, de triste recordación como
comandante de las guerrillas de El Bachiller y otros
recién incorporados, como el teniente Diosdado Cabello.
Y del otro lado quienes aún sintiéndose socialistas y
revolucionarios no se resignan a someterse a las ruedas
de carreta del gomecismo decimonónico, caudillesco y
totalitario de Hugo Chávez. Se cuentan por cientos las
deserciones en la crema de la nomenklatura gobernante.
Rumian su desesperación por los pasillos rojo-rojitos
del Poder o ya salen a la palestra sin importar las
consecuencias. Algunos conocidos y de renombre, como
Ramón Martínez, Didalco Bolívar o Ismael García, otros
menos notorios pero igual o más importantes en las
huestes que ahora mismo se desgajan de las filas del
totalitarismo en movimiento.
Es la profunda, la grave, la ya evidente y
posiblemente irreparable crisis que afecta al régimen:
la lucha mortal y a cuchillo entre los sectores
dictatoriales y los sectores democráticos del llamado
proceso, entre la cara más fea de la izquierda –
caudillesca, autocrática, militarista y totalitaria - y
la izquierda civilista y democrática que, aún
sintiéndose socialista e incluso marxista, no está
dispuesta a avalar la degollina de nuestra
institucionalidad y los logros de cuarenta años de
democracia, al riesgo de convertirse en carne de
mazmorra de la inminente dictadura castro fascista que
nos amenaza, encubierta en la mascarada de un seudo
reforma constitucional. No sería ni será la última vez
que la revolución devore a sus mejores hijos.
Los inminentes cadáveres exquisitos del
chavismo castrista ya comprenden lo que la izquierda
democrática viene reclamándoles desde hace años: están
avalando un crimen del que serán las primeras víctimas.
Es de extrema urgencia tenderles un puente y unirlos al
esfuerzo por enderezar el rumbo de la patria.
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Nadie mejor para construir ese puente hacia la
disidencia del chavismo que la propia izquierda. Pero
ello debiera ser parte de una gran operación de
rejuvenecimiento y actualización de sus postulados, sus
principios y su entronque popular y democrático con las
corrientes universales de la globalización. Siguiendo
las pautas de la izquierda española, francesa y alemana,
ya hechas vida en el Partido Por la Democracia (PPD) de
Sergio Bitar, y entre los sectores que siguen a Ricardo
Lagos en el Partido Socialista, ambos en Chile, o entre
los sectores democráticos del PT brasileño, que ya
marcan sus diferencias con el añejo y trasnochado
extremismo de ideólogos y militantes de proveniencia
trotskista, siempre al obsecuente servicio del
castrismo.
La izquierda ha muerto. Me refiero a la marxista
leninista, a la trotskista, a la castrista, a la
guevarista y maoísta. A la que levantó el muro de Berlín
y todavía no despierta de entre las ruinas dejadas por
su derrumbe. Me refiero al lastre borbónico de los
viejos militantes del estalinismo que siguen pegado a
la rémora del chavismo golpista y aún no comprenden o
les aterra comprender el berenjenal en que están
metidos: esclavizados por un teniente coronel fascista.
Me refiero a las viudas de la guerra de guerrillas, a
los huérfanos de los secuestros y el terrorismo
venezolano del pasado. Me refiero a quienes se han
arrodillado ante el caciquismo militarista y hitleriano
que hoy pretende retrotraernos a los peores tiempos del
siglo XIX y XX. Me refiero también a los viejos
corruptos de la IV que medran a la sombra del tirano,
con su corte de bufones. Y hoy quisieran lavarse el
rostro con una seudo objetividad mediática.
Viva en cambio está la izquierda que está naciendo de Un
Nuevo Tiempo, de Acción Democrática, de la disidencia
chavista y de los siempre actuales líderes auténticos
del pueblo izquierdista venezolano, no importa
proveniencia ni mlitancia. Todos ellos debieran
comprender la gravedad del momento, deponer pasadas
diferencias e injurias y avanzar resueltamente hacia la
construcción de ese gran movimiento de la izquierda
democrática venezolana, capaz de aglutinar a todos
aquellos sectores que se sienten deudores y reivindican
el pasado democrático de la izquierda venezolana,
constructora de la única democracia habida en el país:
la de Rómulo Betancourt, Pérez Alfonzo, Prieto Figueroa
y tantos y tantos luchadores sociales de la izquierda
democrática y progresista.
La izquierda ha muerto. Viva la izquierda. Debiera ser
la consigna de la nueva izquierda, si atinara con el
diagnóstico y el tratamiento a nuestra grave crisis
política y espiritual. Comenzando por la construcción de
un sólido e infranqueable muro contra el totalitarismo.
Lo reclaman no sólo los antiguos izquierdistas
venezolanos, sino el país entero. Dios quiera iluminar a
sus dirigentes y darles las fuerzas y el coraje
suficientes como para atreverse a adelantar la única, la
verdadera revolución que está a la orden del día: la de
la liberalización y modernización de Venezuela. Sin
importar ni el color ni la bandería de quienes sean
capaces de liderarla. Es tarea de todos. Los estudiantes
nos están dando un extraordinario ejemplo. Sería sensato
seguirlo.