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La lacerante actualidad de Rómulo Gallegos
por Antonio Sánchez García  
sábado, 20 enero 2007



“Ya la trinitaria se le montó encima al mango y ya no se le apea más. Así soy yo.”
Juan Vicente Gómez

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La confesión de la naturaleza salvaje e invasora del déspota más longevo de la historia venezolana y su carácter raigal, avasallador e irrevocable, una vez que se le han rendido los amplios portones de esta hacienda desatendida que era – y para gran parte de nuestros compatriotas posiblemente siga siendo – la Venezuela caudillesca, la hizo Juan Vicente Gómez en presencia de Rómulo Gallegos, a quien sin embargo no le dirigiera entonces una sola mirada, rodeado como se encontraba por sus áulicos y sumisos. Si bien lo había hecho llamar a Maracay para expresarle su admiración por Doña Bárbara, la novela que lo situara entre los más grandes novelistas latinoamericanos de todos los tiempos. Y que él se hiciera leer por uno de sus lacayos, para propio encantamiento. Es, junto a las muchas otras visiones de su genio inmortal, una dolorosa confesión de la lacerante actualidad de una obra que provisto del más bello y logrado de nuestros lenguajes literarios hurga en los más profundos entresijos de nuestra idiosincrasia. Parafraseando a Conrad, una visión estremecedora del oscuro corazón de nuestras tinieblas.

La íntima y autorizada introspección en la visión galleguiana de esa naturaleza bárbara, despótica, deslumbrante y violenta de nuestra nacionalidad se la debemos a una de las más importantes y lúcidas biografías escritas en homenaje al gran escritor y político venezolano, aparecida en la imprescindible Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional-Bancaribe bajo la pluma de su promotor y artífice, el historiador, periodista, diplomático y político Simón Alberto Consalvi. Posiblemente por cercanía espiritual y política el intelectual venezolano más capacitado para acercarse a la vida y la obra del insigne novelista, “primer venezolano del siglo XX”. Y ve la luz en un momento muy peculiar de nuestro desarrollo histórico, en medio de un claro que deja entrever cuán vigente continúa siendo el legado del caudillismo autocrático venezolano que constituyera uno de los grandes temas y una de las grandes preocupaciones de Gallegos, cuán vital la barbarie de la Venezuela rural, despótica y autoritaria que lo hace posible y encontrara el más fiel y crítico espejo en su obra – así la reencontremos hoy transmigrada a formas modernas del subdesarrollo, como la marginalidad, el hacinamiento, la violencia urbanas con todas sus execrables lacras políticas - y cuán profundas raíces parece haber hundido en una sociedad que con la alborada del 23 de enero de 1958 se creyó libre para siempre de sus peores fantasmas. Terrible engaño. Como diría Cohélet, el redactor del Eclesiastés, “nada nuevo brilla bajo el sol”.

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El corpus novelístico fundamental de Rómulo Gallegos – Reinaldo Solar, La Trepadora. Doña Bárbara, Cantaclaro y Canaima – ya está escrito y cerrado en 1935, cuando a la muerte del déspota luego de 27 años de tiranía se permite el regreso de la emigración y el retorno del novelista desde España, en donde se encontraba afincado desde abril de 1932, capeando el temporal de esa Venezuela del espanto bajo los auspicios de una alborada política, el establecimiento de la II República española. “El novelista estaba listo para celebrar la muerte del dictador y regresar al país con una obra trascendente”, escribe Simón Alberto Consalvi. Se abrían entonces los tiempos al nuevo siglo con un lamentable retraso de 35 años, como lo señalara poco después Mariano Picón Salas, sin que tal coincidencia entre un compromiso creador asumido y plenamente logrado fuera casual: en Gallegos se verifica, como en los grandes genios, una perfecta sincronía entre la palpitación histórica de su pueblo y sus personales impulsos y requerimientos vitales. Su vida es un contracanto diáfano y luminoso a las tendencias fundamentales de la Venezuela de ese medio siglo, las más de ellas pertinaces, oscuras y sórdidas, así constituyan la sustancia ineludible de su vida literaria y política. Hay en las urgencias creadoras de Gallegos y su esfuerzo por establecer su dominio y encontrar reconocimiento en el mundo literario y cultural de la época una desesperada búsqueda de coincidencias con las tareas que sabe le tiene deparado el destino. Va a su encuentro sin miedos ni titubeos, con una grandeza propia no sólo de los grandes creadores, sino de los grandes hombres de Estado. Hacérnoslo comprender es uno de los logros más destacables de esta extraordinaria biografía. Condenada por el formato de la serie a una brevedad que quisiéramos mucho más extensa y desarrollada, tal nos lo deja entrever el tratamiento del riquísimo tema que enfrenta: Venezuela en la obra del más destacado literato de su historia.

No hablamos de determinación estructural, como quisiera una cierta tradición de crítica textual. Ni de coincidencias circunstanciales. Hablamos de consubstanciación del individuo creador con su circunstancia histórica. Vivida con una impronta vital, sin concesiones y en una entrega verdaderamente luminosa, profética, anunciadora. De allí que su biografía coincida con su obra literaria y sus pulsiones con la evolución histórica de esa Venezuela rural y caudillesca empujada a la modernidad más por la fuerza de la naturaleza que por la voluntad consciente de sus hombres. No es necesario hurgar en tensiones semánticas ni en estructuralismos subyacentes para encontrar la sobredeterminación social en su obra: ella es el sujeto de la obra misma. Ésta, su reflejo emancipado. De allí el tránsito sin sobresaltos del escritor al político, siempre bajo el manto de una muy peculiar y galleguiana forma de humanismo. Apenas asumido y a medias resuelto entre 1959 y 1998 por la Venezuela democrática impulsada por sus mejores discípulos, algunos de ellos, como Rómulo Betancourt, alumnos suyos en el Liceo Caracas, del que fuera maestro y director entre 1922 y 1930. Atisbo y realidad de una utopía posible hoy bajo la muy concreta amenaza de su inminente desaparición.

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Es la biografía de Consalvi una permanente oscilación entre el crítico y el historiador, el observador de los hechos y el protagonista de primera fila, el testigo de cargo y el lector apasionado: un acercamiento multifacético para el que se requería no sólo de su formación multidisciplinaria sino de una cercanía espiritual con un personaje que reunía esas dotes de manera ejemplar y sobresaliente. De allí la autoridad con que Consalvi nos permite su visión de actores y circunstancias, el profundo conocimiento de la sustancia histórica de que está tejida la vida de Gallegos, su deslumbrante visión indagatoria de los riesgos que asumía el humanista y creador adentrándose en un mundo tan complejo, oscuro y tenebroso como el de la intriga política y los tejemanejes del Poder en la Venezuela militarista y reaccionaria que vivía la transición del gomecismo a la modernidad. Para el que se había preparado desentrañando literariamente el laberinto de la sociedad que le tocaría en suerte dirigir. Pero para la que no estaba preparado desde un punto de vista estrictamente político, como era el caso del otro Rómulo, el segundo venezolano del siglo. Esta visión no hubiera sido posible si Consalvi, un hombre de extraordinaria sensibilidad creadora y uno de los grandes políticos y diplomáticos de nuestra tradición democrática, situado por convicción, amistad y sentimientos entre ambas grandes figuras determinantes de nuestra nacionalidad, no contara con esa formación multidisciplinaria y esa curiosidad poligráfica. De allí la autoridad con que nos habla de la Venezuela galleguiana. De allí la permanente recusación a hechos y circunstancias que nos remiten, sin lugar a dudas, a la lacerante actualidad de Rómulo Gallegos. Al nunca desentrañado y domeñado oscuro corazón de nuestras tinieblas.

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“En ese instante, el gran escritor debió sentir ira, menosprecio, indignación. Quizá se cuestionó a sí mismo, tanto o más que a los tres personajes uniformados que tenía al frente, en cuyos silencios, titubeos y miradas furtivas descifraba la traición que estaban tramando y que, para ese momento, 19 de noviembre de 1948, a la once de la mañana, ya era irreversible.” Resuenan en este magnífico introito al texto de Simón Alberto Consalvi los ecos de una gran novela posible, de un descarnado, lacerante, angustioso realismo real. Pues, el otro, el mágico, ya ha servido demasiadas coartadas estéticas a la barbarie crepuscular que nos sigue atribulando y que de mágico sólo tiene la prestidigitación funambulesca y sanguinaria de sus caudillos. Gústenos o no, el realismo mágico ha terminado siendo la coartada literaria que folkloriza, mistifica y eleva a las cumbres de lo imperecedero lo que es brutal y repugnante extravío. Desde que adquiriese carta de nacionalidad en los cenáculos de la cultura universal, su sujeto – el atávico y pintoresco, aunque brutal retraso de nuestra barbarie – sirven de ilustración a cierta forma de turismo antropológico. ¿Cómo no asombrarse y sentir simpatías ante un patriarca que pone en venta el Océano que enfrenta a su vitalicio palacio de gobierno?

Pero estamos ante un golpe de estado real. No es casual que Simón Alberto Consalvi sitúe al personaje de su biografía entre las coordenadas históricas de ese acontecimiento nefando, reiterativo ad nauseam in la historia republicana hasta el día de hoy y que marcara entonces el meridiano del siglo, con todas sus miserias y grandezas. Para Gallegos, esos nueve meses de presidencia habrán sido un sueño ideal y una pesadilla, una utopía posible y una tragedia anunciada. Puede que de las variables del ánimo que le atribuye Consalvi, el cuestionamiento a sí mismo haya estado más cercano a su íntima realidad. Nunca había estado más próximo el país de alcanzar la civilidad que requería y necesitaba, nunca más frustrantes los deseos. ¿Qué atávica maldición se interpone entre el deseo de los mejores, atentos a las necesidades históricas que dictan los tiempos, y la cruda, aviesa, sórdida realidad de una Venezuela hundida en el fango de su infamia? ¿Qué fuerzas telúricas condenan todo intento por escapar definitivamente del marasmo de la barbarie y acceder al otro lado de la cumbre? ¿Qué determinación histórica fundacional o qué extravío de nuestro turbulento recorrido nos condena al fracaso sistemático? ¿Por qué esta reiterada, esta enfermiza, esta agobiante vuelta a los principios originarios? ¿Por qué esta negación permanente y este regreso ritual insensato e improductivo al crimen originario?

sanchez2000@cantv.net

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  Artículo publicado originalmente en el diario El Nacional

 

 
 

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