“Ya la trinitaria se le montó encima al mango y ya no se
le apea más. Así soy yo.”
Juan Vicente Gómez
1
La
confesión de la naturaleza salvaje e invasora del déspota
más longevo de la historia venezolana y su carácter
raigal, avasallador e irrevocable, una vez que se le han
rendido los amplios portones de esta hacienda desatendida
que era – y para gran parte de nuestros compatriotas
posiblemente siga siendo – la Venezuela caudillesca, la
hizo Juan Vicente Gómez en presencia de Rómulo Gallegos, a
quien sin embargo no le dirigiera entonces una sola
mirada, rodeado como se encontraba por sus áulicos y
sumisos. Si bien lo había hecho llamar a Maracay para
expresarle su admiración por Doña Bárbara, la novela que
lo situara entre los más grandes novelistas
latinoamericanos de todos los tiempos. Y que él se hiciera
leer por uno de sus lacayos, para propio encantamiento.
Es, junto a las muchas otras visiones de su genio
inmortal, una dolorosa confesión de la lacerante
actualidad de una obra que provisto del más bello y
logrado de nuestros lenguajes literarios hurga en los más
profundos entresijos de nuestra idiosincrasia.
Parafraseando a Conrad, una visión estremecedora del
oscuro corazón de nuestras tinieblas.
La íntima y autorizada introspección en la visión
galleguiana de esa naturaleza bárbara, despótica,
deslumbrante y violenta de nuestra nacionalidad se la
debemos a una de las más importantes y lúcidas biografías
escritas en homenaje al gran escritor y político
venezolano, aparecida en la imprescindible Biblioteca
Biográfica Venezolana de El Nacional-Bancaribe bajo la
pluma de su promotor y artífice, el historiador,
periodista, diplomático y político Simón Alberto Consalvi.
Posiblemente por cercanía espiritual y política el
intelectual venezolano más capacitado para acercarse a la
vida y la obra del insigne novelista, “primer venezolano
del siglo XX”. Y ve la luz en un momento muy peculiar de
nuestro desarrollo histórico, en medio de un claro que
deja entrever cuán vigente continúa siendo el legado del
caudillismo autocrático venezolano que constituyera uno de
los grandes temas y una de las grandes preocupaciones de
Gallegos, cuán vital la barbarie de la Venezuela rural,
despótica y autoritaria que lo hace posible y encontrara
el más fiel y crítico espejo en su obra – así la
reencontremos hoy transmigrada a formas modernas del
subdesarrollo, como la marginalidad, el hacinamiento, la
violencia urbanas con todas sus execrables lacras
políticas - y cuán profundas raíces parece haber hundido
en una sociedad que con la alborada del 23 de enero de
1958 se creyó libre para siempre de sus peores fantasmas.
Terrible engaño. Como diría Cohélet, el redactor del
Eclesiastés, “nada nuevo brilla bajo el sol”.
2
El corpus novelístico
fundamental de Rómulo Gallegos – Reinaldo Solar, La
Trepadora. Doña Bárbara, Cantaclaro y Canaima – ya está
escrito y cerrado en 1935, cuando a la muerte del déspota
luego de 27 años de tiranía se permite el regreso de la
emigración y el retorno del novelista desde España, en
donde se encontraba afincado desde abril de 1932, capeando
el temporal de esa Venezuela del espanto bajo los
auspicios de una alborada política, el establecimiento de
la II República española. “El novelista estaba listo para
celebrar la muerte del dictador y regresar al país con una
obra trascendente”, escribe Simón Alberto Consalvi. Se
abrían entonces los tiempos al nuevo siglo con un
lamentable retraso de 35 años, como lo señalara poco
después Mariano Picón Salas, sin que tal coincidencia
entre un compromiso creador asumido y plenamente logrado
fuera casual: en Gallegos se verifica, como en los grandes
genios, una perfecta sincronía entre la palpitación
histórica de su pueblo y sus personales impulsos y
requerimientos vitales. Su vida es un contracanto diáfano
y luminoso a las tendencias fundamentales de la Venezuela
de ese medio siglo, las más de ellas pertinaces, oscuras y
sórdidas, así constituyan la sustancia ineludible de su
vida literaria y política. Hay en las urgencias creadoras
de Gallegos y su esfuerzo por establecer su dominio y
encontrar reconocimiento en el mundo literario y cultural
de la época una desesperada búsqueda de coincidencias con
las tareas que sabe le tiene deparado el destino. Va a su
encuentro sin miedos ni titubeos, con una grandeza propia
no sólo de los grandes creadores, sino de los grandes
hombres de Estado. Hacérnoslo comprender es uno de los
logros más destacables de esta extraordinaria biografía.
Condenada por el formato de la serie a una brevedad que
quisiéramos mucho más extensa y desarrollada, tal nos lo
deja entrever el tratamiento del riquísimo tema que
enfrenta: Venezuela en la obra del más destacado literato
de su historia.
No hablamos de determinación estructural, como quisiera
una cierta tradición de crítica textual. Ni de
coincidencias circunstanciales. Hablamos de
consubstanciación del individuo creador con su
circunstancia histórica. Vivida con una impronta vital,
sin concesiones y en una entrega verdaderamente luminosa,
profética, anunciadora. De allí que su biografía coincida
con su obra literaria y sus pulsiones con la evolución
histórica de esa Venezuela rural y caudillesca empujada a
la modernidad más por la fuerza de la naturaleza que por
la voluntad consciente de sus hombres. No es necesario
hurgar en tensiones semánticas ni en estructuralismos
subyacentes para encontrar la sobredeterminación social en
su obra: ella es el sujeto de la obra misma. Ésta, su
reflejo emancipado. De allí el tránsito sin sobresaltos
del escritor al político, siempre bajo el manto de una muy
peculiar y galleguiana forma de humanismo. Apenas asumido
y a medias resuelto entre 1959 y 1998 por la Venezuela
democrática impulsada por sus mejores discípulos, algunos
de ellos, como Rómulo Betancourt, alumnos suyos en el
Liceo Caracas, del que fuera maestro y director entre 1922
y 1930. Atisbo y realidad de una utopía posible hoy bajo
la muy concreta amenaza de su inminente desaparición.
3
Es la biografía de Consalvi
una permanente oscilación entre el crítico y el
historiador, el observador de los hechos y el protagonista
de primera fila, el testigo de cargo y el lector
apasionado: un acercamiento multifacético para el que se
requería no sólo de su formación multidisciplinaria sino
de una cercanía espiritual con un personaje que reunía
esas dotes de manera ejemplar y sobresaliente. De allí la
autoridad con que Consalvi nos permite su visión de
actores y circunstancias, el profundo conocimiento de la
sustancia histórica de que está tejida la vida de
Gallegos, su deslumbrante visión indagatoria de los
riesgos que asumía el humanista y creador adentrándose en
un mundo tan complejo, oscuro y tenebroso como el de la
intriga política y los tejemanejes del Poder en la
Venezuela militarista y reaccionaria que vivía la
transición del gomecismo a la modernidad. Para el que se
había preparado desentrañando literariamente el laberinto
de la sociedad que le tocaría en suerte dirigir. Pero para
la que no estaba preparado desde un punto de vista
estrictamente político, como era el caso del otro Rómulo,
el segundo venezolano del siglo. Esta visión no hubiera
sido posible si Consalvi, un hombre de extraordinaria
sensibilidad creadora y uno de los grandes políticos y
diplomáticos de nuestra tradición democrática, situado por
convicción, amistad y sentimientos entre ambas grandes
figuras determinantes de nuestra nacionalidad, no contara
con esa formación multidisciplinaria y esa curiosidad
poligráfica. De allí la autoridad con que nos habla de la
Venezuela galleguiana. De allí la permanente recusación a
hechos y circunstancias que nos remiten, sin lugar a
dudas, a la lacerante actualidad de Rómulo Gallegos. Al
nunca desentrañado y domeñado oscuro corazón de nuestras
tinieblas.
4
“En ese instante, el gran
escritor debió sentir ira, menosprecio, indignación. Quizá
se cuestionó a sí mismo, tanto o más que a los tres
personajes uniformados que tenía al frente, en cuyos
silencios, titubeos y miradas furtivas descifraba la
traición que estaban tramando y que, para ese momento, 19
de noviembre de 1948, a la once de la mañana, ya era
irreversible.” Resuenan en este magnífico introito al
texto de Simón Alberto Consalvi los ecos de una gran
novela posible, de un descarnado, lacerante, angustioso
realismo real. Pues, el otro, el mágico, ya ha servido
demasiadas coartadas estéticas a la barbarie crepuscular
que nos sigue atribulando y que de mágico sólo tiene la
prestidigitación funambulesca y sanguinaria de sus
caudillos. Gústenos o no, el realismo mágico ha terminado
siendo la coartada literaria que folkloriza, mistifica y
eleva a las cumbres de lo imperecedero lo que es brutal y
repugnante extravío. Desde que adquiriese carta de
nacionalidad en los cenáculos de la cultura universal, su
sujeto – el atávico y pintoresco, aunque brutal retraso de
nuestra barbarie – sirven de ilustración a cierta forma de
turismo antropológico. ¿Cómo no asombrarse y sentir
simpatías ante un patriarca que pone en venta el Océano
que enfrenta a su vitalicio palacio de gobierno?
Pero estamos ante un golpe de estado real. No es casual
que Simón Alberto Consalvi sitúe al personaje de su
biografía entre las coordenadas históricas de ese
acontecimiento nefando, reiterativo ad nauseam in la
historia republicana hasta el día de hoy y que marcara
entonces el meridiano del siglo, con todas sus miserias y
grandezas. Para Gallegos, esos nueve meses de presidencia
habrán sido un sueño ideal y una pesadilla, una utopía
posible y una tragedia anunciada. Puede que de las
variables del ánimo que le atribuye Consalvi, el
cuestionamiento a sí mismo haya estado más cercano a su
íntima realidad. Nunca había estado más próximo el país de
alcanzar la civilidad que requería y necesitaba, nunca más
frustrantes los deseos. ¿Qué atávica maldición se
interpone entre el deseo de los mejores, atentos a las
necesidades históricas que dictan los tiempos, y la cruda,
aviesa, sórdida realidad de una Venezuela hundida en el
fango de su infamia? ¿Qué fuerzas telúricas condenan todo
intento por escapar definitivamente del marasmo de la
barbarie y acceder al otro lado de la cumbre? ¿Qué
determinación histórica fundacional o qué extravío de
nuestro turbulento recorrido nos condena al fracaso
sistemático? ¿Por qué esta reiterada, esta enfermiza, esta
agobiante vuelta a los principios originarios? ¿Por qué
esta negación permanente y este regreso ritual insensato e
improductivo al crimen originario?
sanchez2000@cantv.net
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Artículo publicado originalmente en el diario El
Nacional |