Tuve
el inmenso honor de conocerlo personalmente y admirar su
gran cordialidad y su extraordinaria cultura. Fuimos hasta
San Casimiro con nuestro amigo Tulio Álvarez para
recogerlo y reunirnos en Caracas en un almuerzo con amigos
comunes, hondamente preocupados por la tragedia que ya se
avizoraba y hoy parece enseñorearse sobre nuestra patria.
Deseábamos conocer su opinión sobre los destinos de éste
su bienamado, nuestro bienamado país. Me impresionaron su
franqueza, la profundidad de sus palabras, la sencillez
con que se refería a su vida pasada y en la que destacara
como uno de los más importantes príncipes de la iglesia,
no sólo de Venezuela sino del mundo entero. Y la
naturalidad de su fe, inconmovible, siempre alegre y
juvenil. Su verticalidad y su defensa intransigente de los
valores cristianos. Recuerdo cómo, en cuanto subió al
vehículo en que lo traía a Caracas, pidió nos
encomendáramos a una beata que veneraba, de la que nos
contó vida y milagros con entusiasmo juvenil. Hasta en sus
invocaciones gustaba de la gente sencilla, humilde,
popular. Como quienes le rodeaban en el retirado caserío
cercano a San Casimiro, donde pasó su retiro luego de ser
autorizado a dejar el Vaticano por el Papa Juan Pablo II.
En ese encuentro informal nos dio una lección de sabiduría
política, de integridad moral, de grandeza y patriotismo.
Nos relató su vida pasada desde su juventud en Roma y sus
trabajos en tareas de primera importancia en el Vaticano.
Se refería a Juan Pablo II y a Benedicto XVI con profundo
respeto, pero con la natural simpatía de un Par Inter
Pares, de quien había compartido con ellos días y días de
trabajos conjuntos. Había sido mano derecha del Papa
Peregrino y su principal asesor en asuntos de derecho
canónigo, del que era uno de los más profundos
conocedores. Fue así, como al pasar, que supimos de sus
paseos por los espacios del Vaticano y la Roma inmortal
junto al cardenal Ratzinger, uno de sus entrañables amigos
y compañeros, elevado al máximo rango eclesial bajo el
nombre de Benedicto XVI. Había estudiado teología y
filosofía en Bonn, entonces capital de la Alemania
Federal, y hablaba su idioma con absoluta fluidez. Como
otros idiomas, políglota y culto como era.
De allí la sorpresa de ver unidos en una misma figura una
gran cultura universal con la sencillez de un hombre del
común, un hombre de nuestro pueblo. Fiel a los principios
de la iglesia y a su humilde y sencilla venezolanidad era
al mismo tiempo un demócrata ejemplar. Intransigente
frente al crimen político, a los abusos de autoridad, a la
charlatanería, la prepotencia, la corrupción y el estupro
que se han apoderado de su amado país tras las falsas
vestiduras del socialismo. Luchó desde su juventud contra
el totalitarismo soviético que pretendía apoderarse de
Italia, en donde se encontraba realizando sus estudios. Y
jamás se dejó embaucar por los cantos de sirena de
teologías engañosas e infecundas. El mensaje de Cristo
estuvo para él siempre indisolublemente vinculado con la
idea de la libertad, de la emancipación, de la plena
vigencia de los derechos humanos. Del auxilio y
solidaridad con los pobres y la lucha por terminar con la
miseria, en todas sus expresiones.
El pueblo de Venezuela pierde en él a su mejor, a su más
insigne, a su más preclaro hijo. La Iglesia, a su gran
príncipe. La lucha por la libertad y contra la ignominia
imperante es el mejor y el único homenaje que debemos
rendirle.
Dios lo tenga en su gloria.
sanchez2000@cantv.net