enezuela
y el mundo han tomado debida cuenta de la trascendencia
que para nuestro futuro y el de la región tendrá el
triunfo de la oposición democrática en el
referéndum-plebiscito del pasado 2 de diciembre. Joaquín
Castañeda, ex ministro de relaciones exteriores durante
el gobierno de Vicente Fox, escribe en un importante
artículo de opinión publicado en el influyente semanario
norteamericano Newsweek de un “turning point”: un punto
de inflexión. La historia de Venezuela y muy
posiblemente el de la región entera, como también lo
señalara recientemente durante su breve estadía en
Caracas el historiador mexicano Enrique Krauze, se abre
hacia nuevos derroteros. Y todo parece indicar que ese
giro hacia una nueva realidad política en Venezuela y el
continente será para mejor. Dios lo quiera para siempre.
Es de vital importancia que la sociedad
venezolana y especialmente sus élites comprendan el
significado de este hecho de tantas proyecciones. Y
luego de comprenderlo a cabalidad asuman sus
responsabilidades de liderazgo con la consciencia de la
trascendencia histórica del momento. La hora exigir
abandonar hábitos, mañas y taras de la politiquería
tradicional – las mismas que nos empujaran a este abismo
del que aparentemente comenzamos a salir –, renunciar a
las mezquindades políticas y extraer de nuestro
reservorio de experiencias y actitudes lo mejor de
nosotros. Es hora de abandonar el aldeanismo político y
mirar a ese mundo ancho y magnífico de la modernidad,
que todavía nos es ajeno. Recuperando esa Política con
mayúsculas, de que hicieran gala nuestros mayores en las
horas más esplendorosas de la fundación de nuestra
democracia, hace ya cincuenta años.
No es, pues, la hora de cacicazgos, de
jefaturas aldeanas, de clientelismos bastardos, de
ambiciones mezquinas. No es la hora de partidismos
espurios. No es la hora de parcelas, ni mucho menos de
caudillismos. Es la hora de la Política con Mayúscula
para reiniciar nuestra andadura tras la realidad de una
Patria con mayúsculas.
El 2 de diciembre, contrariamente a lo que
imaginan la intolerancia, la estupidez y la prepotencia
gobernantes, el pueblo venezolano superó la gran prueba
de su madurez democrática. Supo separar la paja del
trigo, la simpatía de la responsabilidad, la adhesión de
la conciencia, los intereses individuales de los
destinos colectivos. Ese pueblo no sólo está
suficientemente maduro para asumir sus responsabilidades
históricas. Clama por un liderazgo generoso,
responsable, ecuánime y patriótico. Que esté a la
altura de sus circunstancias.
Tres de cada cuatro venezolanos expresaron
su voluntad de oponerse al totalitarismo. Ahora exigen
que sus élites los acompañen en la construcción del
futuro. Definirlo, programarlo y prepararse desde ahora
mismo para convertirlo en realidad se convierten en un
imperativo ineludible. Es el desafío del momento.
2
Ciertamente: ese futuro, en lo inmediato, ya
ha sido definido. Quienes le dijeron NO a la Reforma
Constitucional – porque atinaron en la comprensión de
los gravísimos males que acarreaba para la República -
apuestan por la paz y la convivencia pacífica. Por la
reconciliación nacional y el entendimiento entre quienes
han estado hasta ahora cruelmente divididos. Por la
seguridad ciudadana, el derecho a la vida, el respeto a
las instituciones. Por la honestidad en el ejercicio de
las funciones públicas. Por la decencia y honradez de
nuestros dirigentes – en actos y palabras, en gestos y
actitudes. Por la protección a los desvalidos y el amor
a la patria. Por la solidaridad para con nuestros
pueblos hermanos. Pero sin descuidar ni menospreciar a
nuestro propio pueblo. Y por sobre todo: por el cuidado
material y espiritual de quienes deben vivir en
permanente zozobra, angustiados por la carencias ante
sus más básicas necesidades: seguridad, pan, salud,
trabajo, techo y abrigo. Libertad, justicia e igualdad:
nuestros ancestrales valores ciudadanos. Y respeto
sacrosanto a sus vidas. En una palabra que es preciso
reinventar en todo su magnífico esplendor: democracia.
Son valores profundamente afincados en
nuestra conciencia histórica, gravemente perturbados y
atropellados durante estos nueve años de mal gobierno.
Que, como bien ha sido subrayado por las más lúcidas
conciencias de nuestro país, no han hecho más que
amplificar, agravar y envilecer los peores aspectos de
la gestión pública de los gobiernos democráticos del
pasado. Culpables de no haber sabido materializar las
aspiraciones de modernidad que latían en lo profundo de
nuestra sociedad, estableciendo en cambio una economía
subsidiada y dependiente de nuestro principal ingreso
fiscal – el Petro-estado democrático - y haberlo
malversado para comprar conciencias y adhesiones
políticas: populismo represor y cacicazgo – El Petro-estado
socialista y autocrático.
Nuestra sociedad se debate, pues, entre
ambas tensiones: de una parte los anhelos por
modernidad, progreso y desarrollo, para lo cual ya
existen las condiciones objetivas – el desarrollo
material alcanzado durante los últimos sesenta años – y
las condiciones subjetivas – un desarrollo educativo y
cultural expresado en nuevas generaciones dirigentes,
profesionales y empresariales perfectamente capacitadas
para dirigir nuestro país y ubicarlo en el concierto
universal de las naciones más desarrolladas. Y de otra
parte las fuerzas retrógradas y conservadoras, lastradas
por prejuicios y males endémicos objetivos – el retraso,
la pobreza y la miseria - y subjetivos – la marginalidad
cultural de vastos sectores mantenidos al margen del
progreso espiritual de la humanidad y el pleno disfrute
de los bienes de la cultura y la civilización.
Esa lucha entre regresión y modernidad,
entre populismo autoritario y democracia social, entre
estatismo y libertad signan la característica esencial
de nuestra crisis. El 2D dimos un gigantesco paso al
frente hacia su resolución. Falta lo más difícil e
importante: superar las acechanzas del presente y
hacernos a la aventura del futuro.
3
El principal desafío del momento radica en
la construcción de las bases políticas, ideológicas y
sociales que permitan dicho tránsito a la democracia
social y a la modernidad de manera pacífica y
consensuada. De manera progresiva y contando con el
auxilio de todos los sectores sociales y políticos
involucrados en ella. Sin traumas ni violencias. Sin
exclusiones ni sacrificios. Sin el saldo de sangre y
vidas que lastraran desde los comienzos republicanos
nuestra vida independiente.
Ello no sólo es posible: es altamente
deseable. Es más: lograrlo con éxito es parte de la
resolución misma. Dando de paso una lección del altísimo
nivel de civismo y madurez política alcanzado por
nuestra sociedad en todos sus estratos. Que le
permitirían lanzarse a la insólita y desgraciada
aventura del arrebato más demencial conocido por la
historia del populismo y la demagogia del siglo XX
latinoamericano – la triste y desaforada historia del
chavismo, un capítulo que muchos atribuyen más a la
literatura del realismo maravilloso que a nuestra
historia política – sin sufrir en el intento los graves
y trágicos desajustes que pudieron resultar de ello: el
montaje de una espantosa tiranía. Como la castrista.
Es esencial no perder de vista que dicha
transición, que ya ha comenzado entre nosotros y que
tuviera su primera y exitosa expresión con la derrota de
la mal llamada reforma constitucional, supone un trabajo
de ingeniería política extremadamente difícil y
compleja. El comienzo de esta transición, precisamente
por constituir el principio del fin de este régimen,
está plagado de acechanzas y peligros. Los sectores más
recalcitrantes de la regresión y la barbarie siguen
afincados en los mandos de todas las instituciones del
Estado. No renunciarán de buen grado al sueño de
revitalizar las viejas taras del despotismo venezolano.
Van contra la corriente de la historia y
aspiran objetivos contrarios a la naturaleza de los
tiempos. En tanto que la transición hacia la democracia
social y el pleno disfrute de las libertades
individuales y colectivas se corresponden con el sentido
histórico de la modernidad. El primer factor necesario
como para impulsar y articular esta transición ya está
presentes: los jóvenes y sus extraordinarios liderazgos.
El segundo de ellos ya se avizora: la modernización de
los partidos políticos y su adecuación ideológica y
orgánica a una sociedad moderna, no corporativa,
clientelar ni estatólatra. El más importante de ellos ha
dado prueba no sólo de madurez cívica, paciencia y
tenacidad sino de una extraordinaria capacidad de
recuperación: la sociedad civil.
Son signos auspiciosos que apuntan hacia un
magnífico futuro. Deben ser leídos e interpretados
correctamente por nuestras élites. Refrenando
simultáneamente sus naturales impulsos corporativos.
Deslastrándose de las viejas ideologías y preconceptos.
Y abriendo sus corazones a una Política con Mayúsculas
para así construir una Patria con Mayúsculas.
A ella nos debemos.