“Todo tiene su tiempo: de amontonar las piedras o de
lanzarlas…de dar calor a la revolución o de ignorarla, de
avanzar dialécticamente uniendo lo que deba unirse entre
las clases en pugna o propiciando el enfrentamiento entre
las mismas, según las tesis de Iván Ilich Ulianov.”
Hugo Chávez a Carlos el Chacal, 3 de marzo de 1999.
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La urgencia parece dictar el ritmo del
presente ante los ciegos acontecimientos que se avecinan.
El presidente, ducho en el arte de acelerar o retardar su
proceso, en empujar con todas sus fuerzas o esperar
pacientemente por el momento más apropiado – siempre con
un proyecto de largo plazo, tan ajeno a sus opositores y a
la voluntad nacional – parece haberse decidido por el
atajo. Vuelve a la desesperación de juventud, que lo
llevara a levantarse contra el poder establecido y
protagonizar un fracasado golpe de estado, creyéndolo el
mejor y más directo camino hacia el cumplimiento de sus
ambiciones. Para terminar dando un rodeo de seis años:
exactamente como Fidel Castro. Cuarenta años atrás. Y casi
tantos como Hitler, setenta años antes. La historia se
repite. Y los protagonistas, así calcen botas de siete
leguas, como el sargento austriaco, o alpargatas, como
nuestro teniente coronel, tienen no pocos genes en común.
Basta un elemental balance de la historia
política de la república desde el 4 de febrero para
comprender la tremenda habilidad con que Hugo Chávez ha
sabido – consciente o inconscientemente – manejar su
sentido de las oportunidades y pisar el freno o el
acelerador de su protagonismo. Ese mismo balance demuestra
que es él quien ha llevado las riendas de este desastre.
La oposición político partidista ha demostrado una total
incapacidad para comprender el signo de los tiempos y
adecuar sus relojes a un país adecuado a los tiempos de la
modernidad y la globalización. Se dejó atropellar por la
regresión y la barbarie. Estamos a punto de comenzar a
pagar el precio.
Hoy, cuando Chávez fuerza la barra y nos
empuja al golpe constitucional, vuelve la oposición que lo
sustenta a demostrar su carencia de sentido histórico. Él
piensa en grande – así el resultado sea catastrófico.
Estos muy en chiquito, buscando dónde guarecerse ante el
tsunami. Las desgracias, bien dice la sabiduría popular,
nunca vienen solas.
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¿Por qué se apuró tanto en convocar la
constituyente “originaria” inmediatamente después de ser
electo en 1998 y retardó hasta el límite de lo imposible
el cumplimiento de los lapsos constitucionales para
permitir el Referéndum Revocatorio, convertido mediante
malas artes en plebiscito? Porque le convenía a sus
intereses. ¿Por qué la oposición no se opuso al apuro o la
tardanza? Porque no comprendía sus intereses. Chávez ha
usado el manejo del tiempo a su favor. Es quien toca el
tambor: la oposición ha bailado a su ritmo.
Lo explicó con meridiana claridad para quien
quisiera entenderlo en la estrafalaria carta que le
escribiera a Carlos el chacal apenas se hiciera con el
gobierno – siempre pensado como plataforma circunstancial
para dominar el Poder total: “Todo tiene su tiempo: de
amontonar las piedras o de lanzarlas…de dar calor a la
revolución o de ignorarla, de avanzar dialécticamente
uniendo lo que deba unirse entre las clases en pugna o
propiciando el enfrentamiento entre las mismas, según las
tesis de Iván Ilich Ulianov.” Se lo volvió a explicar
con revolucionaria paciencia al periodista chileno Manuel
Cabieses, a quien de paso le dio una lección de política.
El hombre sabe estrujar sus posibilidades y sacarle el
tiempo al tiempo. Mientras empantana a sus opositores.
Hoy comprende que el tiempo de la historia
real corre en su contra, que cada día que pasa se
estrechan sus posibilidades, que la insólita acumulación
de errores y el manejo absolutamente irresponsable y
dispendioso de los recursos puede conducirlo al abismo.
Que el maná que ha permitido y financiado sus desvaríos,
gracias a cuyos recursos le ha roto el espinazo a las
fuerzas armadas, ha comprado anuencias entre sus pares, ha
satisfechos las ansias de sus mesnadas y anestesiado a los
sectores sociales que se le oponen ha entrado en una grave
crisis y pronto puede alcanzar el colapso. He allí la
crisis ad portas: PDVSA – la única fuente de recursos y
palanca esencial de la revolución – está al borde de la
extenuación. Y las tensiones acumuladas en el aparato
económico nacional amenazan con desatarse, generando un
escenario muy semejante al del viernes negro o al que
recibiera a Rafael Caldera. Con el agravante de un país
partido en dos, enguerrillado y pronto a desbarrancarse
por la ingobernabilidad.
Un cuadro dantesco. Y quien mejor lo conoce,
pues es quien lo ha dibujado, es él mismo. Ante el cual
cabe, como siempre ante las crisis terminales, dos grandes
alternativas: ser su víctima propiciatoria y quemarse en
el fuego desatado o utilizarla para terminar de lograr el
máximo propósito. El poder total. De allí el apuro: montar
un parapeto legal para tiempos extremos y poder tomar la
sartén por el mango enmascarado en una seudo legalidad.
Suficientemente maquillada como para atemperar las
eventuales protestas internacionales. Que para las
nacionales, ya comienza a bastar con las milicias y los
acomodos en los mandos de las fuerzas armadas. Y, last but
not least, con la contribución de una oposición timorata,
ciega, pusilánime y desconcertada.
3
La peligrosa proximidad al epicentro de la
crisis definitoria ha acarreado, como no podía ser menos y
de acuerdo al clásico guión de los procesos
revolucionarios, un terremoto en las filas del propio
chavismo: los sectores democráticos que reconocen el
liderazgo de Hugo Chávez pero temen el salto al vacío de
una dictadura abierta y total se ven enfrentados al sector
duro, castrista, totalitario. Que empuja de manera
inmisericorde hacia el golpe de estado y el
establecimiento simple y puro de una dictadura castrista.
Con la liquidación inmediata de los derechos democráticos
fundamentales: propiedad privada, elecciones, educación
libre, derechos ciudadanos. Lo que según Chávez no estaba
a la orden del día en noviembre del 2004, cuando fijara su
bitácora para estos tiempos, ya golpea a las puertas: la
dictadura del partido único en manos del comandante.
En 2005 un ex comandante guerrillero de triste
recordación como jefe militar pero fiel hasta el tuétano
al guevarismo más inclemente – hoy en tareas de
adiestramiento miliciano – confesaba que Chávez tenía los
días contados. No era el hombre para esta circunstancia.
¿Pensará lo mismo al día de hoy, cuando el líder avanza
hacia la imposición del marco “legal” que le permitirá
terminar por asfixiar las libertades públicas y
entronizarse como el segundo Fidel Castro de América
Latina?
Estará deshojando la margarita. Como clásico
caudillo populista – Perón, mucho más que Fidel Castro, es
su arquetipo – tiende al bonapartismo: situarse por sobre
las parcialidades y jugar con ellas hasta obtener un
equilibrio en su propio y personal beneficio. Mirará
asimismo hacia el componente militar, una incógnita
siempre presente para quien sepa que como bien decía Luis
Herrera Campins que los militares son leales hasta que
dejan de serlo. Y observará por el retrovisor la merienda
de negros en que ha desembocado la oposición partidista, a
la que sin duda podría aplastar sin ninguna conmiseración.
Nada más fácil que derrotar al enemigo cuando está
dividido por su propia dinámica.
Lo que debe complicarle el panorama no es la
oposición partidista: es el país real. Un país que así
tenga grandes sectores que le reconocen su liderazgo no
parece dispuesto a pasar por las horcas caudinas del
castrofascismo. No acepta perder los derechos ciudadanos
y, así sea pobre de solemnidad, espera con ansiedad por la
oportunidad de poseer algo y convertirse en propietario.
Una cosa es respaldar el proceso a cambio de becas y
misiones, y otra muy distinta hacerlo por imposición
dictatorial y a cambio de un paraíso ilusorio. El pueblo
chavista es venezolano: apuesta al “cuánto hay pa’eso”,
no al socialismo del siglo XXI. A la libertad, no a la
represión totalitaria. A la democracia, no a la dictadura.
Quiere verle el queso a la tostada. No conformarse con
mendrugos. Y lo cierto es que en las actuales
circunstancias y con una PDVSA al borde del colapso el
queso comienza a esfumarse. Pronto, mucho más pronto de lo
que nos imaginamos, faltarán incluso las tostadas. Y
volveremos al eterno ritornelo del rechazo al mandatario y
su régimen, al odio y la venganza. La historia volverá a
repetirse.
¿Qué harán entre tanto los estudiantes? ¿Cómo
se manifestarán ante la circunstancia los sectores
juveniles, que piensan el futuro y sólo ven nubarrones? El
21 de noviembre de 1957 se desató la gran huelga nacional
del estudiantado venezolano. A pesar de lo cual, el 2 de
diciembre de ese mismo año, Pérez Jiménez arrasó en su
plebiscito. Para terminar tomando las de Villadiego un mes
después, acorralado por una rebelión cívico-militar.
¿Será el futuro que nos espera?
sanchez2000@cantv.net