Venezuela
ha creído encontrar en el constituyentismo – con
perdón del neologismo - el remedio a todos sus males. No
ha resuelto ninguno de ellos. La prueba son las 27
constituciones que salpican nuestra atribulada historia
constitucional, las innumerables reformas y la
precariedad de casi todas ellas. Los Estados Unidos
mantienen una ejemplar historia constitucional con una
sola constitución y algunas enmiendas. Los ingleses no
poseen ninguna. Nosotros, que posemos una treintena,
todavía nos debatimos en la más espantosa precariedad
institucional.
El
constituyentismo toma el rábano por las hojas. Cree
resolver los problemas reales con un código de palabras.
Que nadie respeta ni cumple. Siguiendo la vieja
tradición jurídica de la colonia: se acata pero no se
cumple. Ninguna de dichas constituciones ha hecho
carne en nuestra civilidad, ni sus principios y
preceptos se han internalizado en el sujeto.
Convirtiéndose en el auténtico asiento del Estado, que
no es un aparato de organismos formales sino la savia
vital que alimenta la disciplina social en tanto se
encuentre internalizada en la conciencia individual y
colectiva.
A punto de
iniciar la transición hacia la plena democracia social y
habiendo reafirmado nuestra fe en la constitución de
1999 – que yo, dicho sea de paso, no cambio por la del
61, que nos garantizó cuarenta años de paz, estabilidad
y progreso – ya comienza a promoverse la convocatoria a
una nueva constituyente. Para ir hacia la formulación de
la constitución nº 28. En rigor: un atajo para salir del
régimen. Sin siquiera advertir que podría convertírsenos
en la trágica celada para perseverar en él y agravar
nuestros males.
Sigamos el
ejemplo de los chilenos, hijos del constitucionalismo de
Don Andrés Bello. Para nuestra inmensa desgracia,
ausente de nuestra tradición constitucional. La
Concertación de centro y centro-izquierda – un modelo a
estudiar muy seriamente - ha realizado en estos últimos
veinte años los cambios más notables hacia la democracia
social, el progreso y la modernidad de toda su historia
sin atender al constituyentismo: siguen amparados
por la constitución promulgada bajo la dictadura del
general Augusto Pinochet. No ha sido un obstáculo
insalvable al progreso, como no lo es casi ninguna
constitución. El obstáculo está en nuestros hábitos, en
nuestras conciencias, en nuestros corazones.
Pues no se trata
de la letra. Se trata del espíritu. No se trata de la
norma. Se trata de la realidad. Vayamos a la raíz de
nuestros problemas. Dejemos la constitución descansar en
paz. Basta con que la tomemos realmente en serio y
asumamos individual y colectivamente la responsabilidad
que a todos nos compete. No busquemos atajos para salir
de Chávez. Hagámonos al denodado y tenaz esfuerzo por
superar nuestros males. Con inteligencia, tesón y
laboriosidad.
Todo lo demás es accesorio.
La estabilidad institucional vendrá por añadidura.