a S.E. Rosalio Castillo Lara
De
pronto, la siesta canicular en que adormece la república
se ve leve, suavemente interrumpida por una noticia ajena
a los intereses de aquellos que pugnan por maquillar el
cadáver de la democracia venezolana. Un joven dirigente
estudiantil se ve en la obligación de asilarse en la
Nunciatura, para escapar a los esbirros del régimen, que
le muerden los talones desde que osara levantar la voz
contra la prepotencia dictatorial imperante.
Hay que acallar al estudiantado. De suyo tan calladito,
que uno se pregunta si los descendientes de los
combatientes contra Pérez Jiménez – modesto prolegómeno
del gorilaje parlanchín y manirroto que nos desgobierna -
tienen sangre u horchata en las venas. Recuerda uno esa
Federación de Centros Universitarios presididas por
aguerridos combatientes de la juventud de AD: Américo
Martín, Héctor Pérez Marcano, Moisés Moleiro, que se
jugaran sus vidas recién salidos de la adolescencia para
hacer ondear la bandera de la libertad por sobre el
pisoteado y humillado territorio materno.
Eran entonces las universidades campos de batalla por la
libertad. Particularmente la principal de ellas. Pero
nadie sabía para quién trabajaba. Para nuestra infinita e
irreparable desgracia, esas mismas universidades se
convirtieron luego en caldo de cultivo del peor y más
funesto de los gorilajes: el del marxismo-leninismo, el
del socialismo del siglo XXI, el de la humillación y el
desprecio a las más altas y dignas de nuestras herencias
libertarias. Y los descendientes de Rómulo, incapaces de
comprender la ciclópea tarea que se había impuesto el
guatireño – entronizar así fuera a sangre y fuego el
espíritu y las normas democráticas en una republiqueta
habituada a ser mandoneada y ninguneada por su escoria
militar – se hicieron al monte para servir de peones al
gorila mayor de nuestra sinfonieta tropical: Fidel Castro.
Allí perdió la universidad venezolana el rumbo que
iniciara en los cincuenta. De ser bastión democrático, se
convirtió en laboratorio de la estulticia bananera. Y el
alto magisterio que ocuparan en el pasado grandes
intelectuales venezolanos cayó en manos de pelafustanes
marxistoides, psiquiatras de tres al cuarto, historiadores
de pacotilla, medicuchos de vuelo rastrero. A esas sombras
vino a guarecerse la “casa que vence las sombras”. Y el
alto apostolado universitario se confinó en universidades
particulares.
De esos polvos salieron esos lodos. De la invasión de la
mediocridad a los decanatos y rectorados salió esta
universidad genuflexa que sirviera al golpismo más
analfabeta y brutal. Iba uno a actos de graduación, antaño
sagrados, y escuchaba al rector de turno favorecer,
respaldar y promover al golpista que hoy pasea nuestras
vergüenzas por el mundo.
Mientras, el atajo guerrillero de los mejores dejó sin
liderazgos de recambio a los partidos del establecimiento.
Castro no obtuvo todavía lo que ansiaba: apoderarse de
Venezuela –la joya de la corona – y controlar sus reservas
petrolíferas. Fue apabullado por Rómulo y unas fuerzas
armadas que entonces obedecían las estrictas normas
constitucionales y la mano de hierro del primer
magistrado. El único estadista venezolano del siglo XX.
Pero fue tan grave el desangramiento del liderazgo, tan
irreparable el extravío de esos jóvenes de la izquierda
adeca seducidas por Castro – al que sirvieran, junto a
comunistas y urredistas, de peones de conquista – que el
país se quedó huérfano de auténtica conducción política.
Y así hemos venido a dar, de tumbo en tumbo, a este
desierto vergonzante con un líder que los caricaturistas
de periódicos democráticos retratan como antaño a Pinochet,
a Rojas Pinilla y más atrás aún a Cipriano Castro. Pero el
país hace como que nada sucediera. Entramos en la
hibernación de la catalepsia. Mientras haya suculentos
ingresos petroleros y buena repartija, nos sobamos la
barriga. No importa el precio moral, no importa el
avasallamiento. Algunos periódicos involucionan y trabajan
ardorosamente para que nada parezca importante. Huele a
estival siesta llanera.
Es entonces que alguien nos comenta que Nixon Moreno se ha
asilado en la Nunciatura. Duele, pero reconforta. Un
muchacho de bien da una campanada. A ver si despertamos. Y
desde aquí le pedimos, le rogamos al Nuncio que no nos
quite a la Iglesia, uno de nuestros últimos bastiones. Le
rogamos a Su Santidad que no permita que sus mejores y más
combativos fieles venezolanos sean abandonados a su
desventura. Salve a Nixon Moreno, para que la patria no se
siga desangrando. Así la juventud, antes que salir a
luchar por su democracia, prefiera bailar al son de la
estupidez atronadora del sistema. Y en lugar de usar los
espacios conquistados a sangre y fuego los ponga a
disposición del primer rockero de la comarca.
Es hora de rescatar lo poco de dignidad que aún nos queda.
Para esa labor de profilaxis nunca es tarde.
sanchez2000@cantv.net