“El estilo es el hombre”
Conde de Buffon
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El pintoresco
catálogo de injurias del presidente venezolano Hugo Rafael
Chávez Frías se ha incrementado este lunes 8 de enero,
cuando en el acto de juramentación de su nuevo tren
ejecutivo las embistiera contra una de las personalidades
políticas más relevantes de Chile y América Latina, el
Secretario General de la OEA José Miguel Insulza. La
reacción que provocara su embestida en la clase política
chilena, particularmente entre sus pares de la
Concertación, obedece a la perfección a los objetivos de
esa aparente incontinencia verbal del teniente coronel: al
fijar la atención en la supuesta violación de las
formalidades de estilo de parte del presidente de
Venezuela, pasa por alto la sustancia medular que acompaña
ese excurso y descontextualiza la gravedad del discurso
mismo. Como suele señalarse en Venezuela, constituye un
trapo rojo perfectamente condicionado para permitir el
paso del verdadero contrabando político e ideológico que
comporta: la decisión de avanzar en un proyecto socialista
que nadie ha convalidado. Dicho en otros términos: un
bizarro mecanismo de distracción lingüística que hace
tolerables contenidos absolutamente contrarios a los usos
democráticos vigentes hoy en América Latina y Occidente.
Tal folklorismo semántico como juego de prestidigitación
política se hizo característico ya desde su primera
campaña electoral, cuando irrumpiera a comienzos de 1998
en el escenario político venezolano y pasara en pocos
meses de un intrascendente 3% de las preferencias
ciudadanas a una avasallante mayoría, que atropellando a
los desconcertados partidos del establecimiento le
permitiera hacerse con el control gubernativo e iniciar su
sistemático trabajo de zapa de las instituciones hasta
lograr el desideratum perseguido en su tiempo por Salvador
Allende y la Unidad Popular: desmontar pacíficamente,
aunque con graves perturbaciones y muy fraudulentas
operaciones electorales, la democracia representativa para
hacer posible una extraña y muy peculiar e inédita forma
de transición al socialismo.
De capital importancia en ese trabajo de demolición, amén
de los fastuosos ingresos petroleros que le permitieran –
mediante el uso de una masiva e indiscriminada corrupción
- quebrar el espinazo constitucionalista de las Fuerzas
Armadas, hacerse con el control absoluto de todas las
instituciones del Estado y conformar una considerable
clientela electoral, ha sido su indudable talento
político, su carisma y su poderosa y mayéutica demagogia
populista. Como los grandes líderes históricos de masas,
ha tenido un olfato extraordinariamente desarrollado para
precisar las debilidades de su oposición y fracturarla en
sus puntos nodales. Así como una insólita osadía para
extremar sus ataques y avances tras sus objetivos de
copamiento institucional tanto como le ha sido permitido,
siguiendo la clásica jugada de extremar la partida
apostando al todo o nada para sondear el terreno de sus
apetencias. Para ello, el uso de un lenguaje barriobajero,
más propio de la marginalidad que de un estadista le han
permitido, además de pervertir mediante el lenguaje la
majestad de las instituciones y ridiculizar a sus
oponentes, preparando su criminalización política,
alimentar la ficción de que quien gobierna realmente no es
un teniente coronel con sus propias ambiciones, sino un
delegado directo de las masas mismas.
De allí la naturaleza populista y demagógica de su
liderazgo, más propio del fascismo tradicional que del
socialismo de corte soviético; y su régimen político, más
cercano a una dictadura plebiscitaria y aclamatoria de
masas que a una dictadura bolchevique de partido
revolucionario. Sin olvidar el fuerte componente
militarista y autocrático, que envuelve y peculiariza a
toda la realidad del chavismo. Bendecida, auxiliada y
asesorada por el know how del castrismo cubano.
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Las primeras manifestaciones
de ese lenguaje escatológico que se sirve de metáforas
insultantes para aniquilar conceptualmente a sus
adversarios – siempre considerados enemigos mortales
dignos de ser pulverizados, jamás como adversarios dignos
de interlocución, según los clásicos mecanismos semánticos
hitlerianos y su comprensión de la política, siguiendo los
parámetros de Carl Schmitt, como un enfrentamiento
permanente amigo/enemigo - se hicieron presentes en esa su
primera campaña electoral, cuando ofreció “freír en aceite
las cabezas de adecos y copeyanos”, refiriéndose así a la
dirigencia de los principales partidos del entonces
vigente establecimiento político venezolano. Fue un
recurso que reavivó de inmediato en la conciencia popular
el recuerdo de la guerra a muerte declarada por Simón
Bolívar contra españoles y canarios en 13 de junio de
1813, cuando los bandos en pugna pusieran en práctica ese
brutal escarmiento: degollar a sus enemigos, freír sus
cabezas en aceite y colgarlas en jaulas en las plazas
públicas. Un método de la barbarie para preservarlas tanto
tiempo como lo permitiera el efecto de la fritura.
Fue una peculiar pedagogía política basada en la división,
el enfrentamiento y la aniquilación del contrario – yo o
tú, Dios o el diablo, negro o blanco - que anticipó la
guerra real que se le venía encima a un país que en
doscientos años de independencia no había conocido otra
democracia que la que se instaurara a partir del 23 de
enero de 1958 y llegara trastabillante y a duras penas
hasta ese proceso electoral cuarenta años después, a
partir del cual sería barrida meticulosa y sabiamente con
asesoría cubana y mediante un proceso de copamiento
institucional que espera mantenerse vigente por, a lo
menos, otros mil años. Y desde luego tanto como sobreviva
el caudillo, que está a punto de imponer una reforma
constitucional que le permitiría reelegirse
plebiscitariamente tantas veces como lo crea necesario.
Siguiendo el ejemplo de la dictadura de Fidel Castro,
considerada por uno de los nuevos ministros del gabinete
recién juramentado como “el país más democrático del
mundo”.
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En el curso de estos ocho años
de gobierno ha tenido una extraordinaria y muy fecunda
imaginación para continuar esa obra de pulverización
semántica como preludio preparatorio de la aniquilación
física de sus oponentes, divirtiendo de paso a sus
seguidores, iluminados por esas ocurrencias más que por un
proyecto ideológico específico: de acuerdo a su particular
lexico de dominio político, sus opositores no son
demócratas, sino “golpistas”, si bien el único político
venezolano reo y confeso por acciones golpistas cruentas y
de nefastas consecuencias sea él mismo. No constituyen un
caudal considerable de posiciones alternativas – por lo
menos un 40% reconocido por un Consejo Electoral
absolutamente oficialista -, sino “una banda de
forajidos”, “unos ladrones”, unos “miserables escuálidos”.
Su principal contendiente electoral en 1998 recibió el
remoquete de “frijolito” – porotito – nombre del caballo
con que se presentara en uno de sus actos de proclamación.
La oposición no actúa, “pone la plasta”. Los propietarios
de los medios no deben ceñirse a la constitución, sino
“enrollar sus periódicos y metérselos por el…bolsillo”.
Incluida la alta jerarquía eclesiástica, demonizada
públicamente por el mandatario y condenada al infierno en
múltiples ocasiones. Arrastrado por su incontinencia ha
llegado a ofender públicamente a la por entonces su esposa
y primera dama Isabel de Chávez cuando en un mitin masivo
le pidiera que se preparara, “pues esta noche te voy a dar
lo tuyo”. Carcajada general, risas y ovaciones.
“El estilo es el vestido del pensamiento” escribió Séneca.
En el caso del presidente Chávez estamos ante la pura
desnudez de su naturaleza arbitraria, egomaníaca y
avasallante. Un demagogo irresponsable dispuesto a lanzar
a su país – y si se lo permite la región, al continente
entero - a los abismos de la anarquía, la disolución y la
guerra civil por satisfacer su insaciable voracidad de
Poder. Bajo los ropajes de un control totalitario de la
sociedad travestido de socialismo. Recurriendo a todas las
posibles ideologías socializantes – desde el fascismo
hasta el marxismo leninismo. Sin siquiera parar mientes en
el cristianismo primitivo, si le sirve de ocasional
ilustración a sus desmanes. Siempre bajo su máscara del
demagogo autócrata, militarista y caudillesco. De su
lengua transgresora - digna del más procaz de los
adolescentes de bachillerato, la consideró Tony Blair -
han recibido dosis de alta intensidad hombres y mujeres de
la mayor jerarquía mundial: desde Condoleeza Rice, a la
que supuso necesitada de compañía viril, que por cierto él
no estaba dispuesto a darle, hasta el mismo Tony Blair, al
que mandó al “cipote”, término venezolano con que en los
llanos se designa al miembro viril. Desde George Bush,
“borracho, imbécil, burro, diablo, genocida”, hasta
Vicente Fox, “peón del imperio”, desde José María Aznar,
equiparado a Hitler, hasta Alan García, “ladrón de cuatro
esquinas” del que hay que protegerse, no vaya a robarnos
la billetera, entre muchos otros. El turno le correspondió
esta vez al chileno José Miguel Insulza, degradado a "pendejo,
de la pe a la o" por haberse atrevido a recordar que el
cierre de RCTV, - el principal y más antiguo canal de
televisión venezolana, y obviamente el de mayor sintonía
del país entre los sectores populares, lo que atenta
contra su proyecto de dominación total - no tenía
precedentes en América Latina, que no los tiene, y
constituía una medida que podría coartar la libertad de
expresión. Bastaron esas declaraciones para que desatara
una temporal de improperios y la indignada reacción de su
entorno político, fiel y obediente a los movimientos de
ataque, así sean por ahora sólo semánticos, de su jefe
incuestionado. ¿Quién será el próximo en caer bajo la ira
presidencial?
sanchez2000@cantv.net