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Desde
que la provincia de Venezuela se convirtiera en república
y el caudillismo militarista en estructura vertebral de su
sistema político, los cambios históricos se han cumplido
entre nosotros casi sin excepción mediante levantamientos
armados, golpes de estado, asonadas o cuartelazos –
sedicentes revoluciones llevadas a cabo por hombres
fuertes respaldados por sus “sargentones”. Se ha pasado de
autocracia en autocracia. De general en generales. Con la
insólita excepción de los cambios de gobierno presididos
por magistrados civiles del único período de paz continua,
prosperidad y democracia que ha conocido el país – los
treinta y nueve años que van de 1959 a 1998. De allí hacia
atrás y de allí hacia delante, los cambios vividos por la
república han sido producto de la violencia, la
imposición, el fraude y el asalto a mano armada.
Incluso ese único período democrático – del cual nada más
y nada menos que su exacta mitad, veinte años, copados por
dos caudillos que, cual remedos del dios Jano, caminaban a
tientas hacia el futuro con los ojos fijos en el pasado –
fue inaugurado tras otro golpe de Estado, el del 23 de
enero de 1958, que derrocara a una dictadura salida de
otro golpe de Estado, el del 52, segunda parte del golpe
del 48 que se hiciera del Poder mediante el derrocamiento
de un breve interregno democrático de algunos meses
presidido por Rómulo Gallegos, electo es cierto mediante
sufragios universales, directos y secretos, pero que a su
vez fueran impuestos tras otro golpe de estado, el del 18
de octubre de 1945. En Venezuela, un golpe termina con
otro golpe. Es el desgraciado sino de nuestra tenebrosa
vida política y social.
El golpe del 18 de octubre, naturalmente bautizado como
“revolución de Octubre”, vino a trastocar el orden militar
impuesto como herencia del generalato a la muerte de Gómez
una década antes. Que había surgido a su vez de otro
golpe, el de 1908, que terminara con la dictadura de
Cipriano Castro, nacida de otro golpe de Estado o
pronunciamiento faccioso, el de 1899. Bajo el pomposo
nombre de revolución liberal restauradora. Y suma y sigue.
Venezuela ha sido, desde su independencia, una república
en armas manejada, controlada y empujada más que
desarrollada mediante golpes de estado.
Es nuestra triste verdad.
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Cuando en 1929 redactaran el panfleto En las huellas de la
pezuña, Rómulo Betancourt y Otero Silva describieron de la
siguiente forma la irrupción de Gómez en el escenario
político nacional: “La realidad es esta: Gómez, hombre de
selva, reunió un día cualesquiera a sus hermanos de
correrías y con ellos irrumpió sobre el recinto urbano. El
despojo se hizo ley; el atropello adquirió carácter y
validez jurídica, la propiedad privada perdió su sentido
de cosa sagrada para transformarse en botín de audaces
afortunados; y 10.000 bayonetas fueron desde entonces
fianza de la anormalidad erigida en sistema.” Para la
fecha, ni él ni su jefe y compadre Cipriano Castro eran lo
que hoy llamamos “militares”. Uno era simple tribuno, el
otro hacendado. Pero una vez con el Poder en la mano, lo
serían de inmediato mediante el más veloz de los
expedientes: auto proclamándose generales. Ni más ni menos
como lo hicieran todos los herederos del general Bolívar:
Páez, los Monagas, Falcón, Guzmán Blanco, Joaquín Crespo,
Cipriano Castro, Gómez, etc., etc. Para civiles, todos los
segundones que rellenan el cortejo, desde 1830 en
adelante. Pero al frente, siempre un general. Así no sea
más que un teniente coronel.
Respecto de Cipriano Castro valga la definición que nos
entrega la Wikipedia, portal de libre acceso de quien
quiera encontrar su web site: “Nacido en La Ovejera de
Capacho (la actual ciudad de Capacho Nuevo, en el Estado
Táchira) el 11 de octubre de 1859, trabajó como vaquero
durante su juventud. Gobernador de Táchira entre 1888 y
1892, fue designado en ese cargo por su protector, el
Presidente Raimundo Andueza Palacio. Cuando éste fue
derrocado, Castro huyó a Colombia, donde tras enriquecerse
creó su propio ejército. Inició una invasión de Venezuela
desde la ciudad colombiana de San José de Cúcuta,
liderando lo que llamaba Revolución Liberal Restauradora.
El 23 de mayo de 1899 cruzó el río Táchira y tras una
arrolladora campaña militar llegó el 22 de octubre a
Caracas, de donde había huido el Presidente Ignacio
Andrade. Durante su campaña aumentó su prestigio iniciando
un gobierno con una amplia base.”
Cambie nombres y retoque circunstancias. Los mecanismos
fueron los mismos: Una buena dosis de audacia e
inescrupulosidad, mucho de ambición desmedida, desprecio a
cualquier suerte de institucionalidad y suficientes
gónadas. He allí la fórmula para el perfecto idiota
venezolano. Siga las instrucciones: tendrá un autócrata
militarista ocupando el sillón de Miraflores.
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De allí que siguiendo la fórmula astronómica que calcula
la existencia de nuevos cuerpos siderales en función del
estudio de los campos gravitacionales, pueda adelantarse
el comportamiento de nuestros procesos políticos
obedeciendo a las normas estatuidas en el pasado. Nuevos
planetas o soles en miniaturas se elevan desde el
horizonte a punta de bayonetas, tanques artillados,
caballerías en el pasado y comandos de paracaídas en el
presente. Times are in changing, como decía Bob Dylan. Ya
no son 10.000 bayonetas, como en tiempos de Gómez, sino
100.000 Aka 47. La última constelación se hizo a la vida
de la nación un 4 de febrero de 1992. Siguiendo
exactamente la atávica tradición según la cual y de
acuerdo a la sabiduría del primer soldado de la república,
en Venezuela no gobierna el que quiere, sino el que puede.
Y no puede el mejor, el más decente, el más honrado y el
mejor preparado - ¡por favor! - sino el que tiene los
hierros. Y las gónadas. Así de simple. Lo dijo Bolívar
ridiculizando a Cortes de Madariaga, el presbítero caído
en desgracia por pretender gobiernos civiles con absoluta
exclusión de uniformados en armas.
¿Seguiremos la tradición histórico ferretera nacional,
según la cual “un clavo saca a otro clavo”? ¿Saldrá el
estamento militar del teniente coronel por medio de otro
teniente coronel? ¿Tal como sucediera durante doscientos
años de vida dizque republicana? Larrazábal a Pérez
Jiménez. Pérez Jiménez a Delgado Chalbaud. Pérez Jiménez y
Delgado Chabaud a Medina Angarita. Medina Angarita a López
Contreras. La muerte a Gómez. Gómez a Castro. ¿Y así hasta
Páez y la cosiata a Bolívar?
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Lo menos que da es vergüenza. No por Chávez o los
chavistas, ni por Rosales y la oposición. Que no hacen más
que reproducir consciente o inconscientemente un
comportamiento genético de una república en armas.
Vergüenza por el país que somos. Por este campamento
minero, como gusta de retratarlo Rafael Poleo.
Mal de muchos, consuelo de brutos. Y poco importa que la
mafia que gobierna a la República Argentina se aproveche
de la circunstancia, monte un circo romano para ventilar
ante la opinión pública mundial el carácter clownesco del
autócrata venezolano de turno. Y sirva de caja de
resonancia a sus patéticas incoherencias.
Lo que duele es que en el país de al lado un sindicalista
que no fue a la universidad nos de lecciones de civismo,
de altura continental, de estadismo. Y reunido con George
Bush, actual presidente de la mayor potencia mundial, deje
en el más espantoso de los ridículos a aquel a quien ha
exprimido suficientemente hasta convertirse en su
principal socio comercial en la región. A costa del
sacrificio del empresariado venezolano, la industria
venezolana, la agroindustria venezolana, la clase
trabajadora venezolana. A costa de hundir al país en la
ruina, el descrédito, el caos. Más le importa a Chávez su
poder que la nación.
Este es el saldo de nuestros atavismos. Éste, el último
producto de la genética nacional. Un teniente coronel
delirando en un estadio argentino semi vacío, lanzando
groserías e improperios contra el visitante de un ilustre
amigo. Aplaudido por una claque que agradece el
despilfarro con que el teniente coronel compra anuencias.
En verdad: el país avergüenza. ¿Habrá quienes salgan en
defensa de la dignidad nacional? ¿Si alguna nos va
quedando?
sanchez2000@cantv.net