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Estamos sobre un volcán.
Venezuela vive en estos precisos momentos la crisis más
profunda de su historia republicana. No hay un solo
venezolano que no esté sufriendo sus devastadores
consecuencias. No importa si es civil o uniformado, pobre
o rico, creyente o agnóstico. El país ha sido cruenta y
dramáticamente dividido en dos parcialidades: de una parte
una camarilla corrupta y dictatorial, que ha decidido
imponerle a la inmensa mayoría de los venezolanos un
régimen autocrático y represivo, una tiranía fascista como
no hemos conocido ni siquiera en los peores momentos de
nuestro pasado y convertir a nuestra patria en la
plataforma de lanzamiento de una guerra continental,
sometiendo y militarizando la región tras el proyecto
original del castro fascismo cubano. Corrompiendo y
desestabilizando, primero – mediante maletines de
petrodólares y círculos conspirativos - e imponiendo luego
un modelo de perversión de las instituciones para asentar
finalmente despotismos nacionales al servicio de los
afanes imperiales de Fidel Castro y su epígono Hugo
Chávez: conquistar el poder y vaciar las instituciones de
su médula democrática mediante el expediente de asambleas
constituyentes. Todo ello suficientemente adobado con
viejas recetas de control político y policial, fracasadas
históricamente y culpables de la ruina y la desaparición
de decenas y decenas de millones de seres humanos sobre
media faz del planeta: el socialismo totalitario. Sumado a
cualquier suerte de talibanismo.
Nueve años ha tardado el proyecto castro
fascista en hacerse con el Poder total del Estado
venezolano – por las buenas y por las malas – para
pretender el asalto final montando una dictadura
totalitaria de nuevo cuño. Ese asalto final y definitivo
tiene hoy nombre y apellido y está a punto de consumarse:
reforma constitucional. Es el parapeto seudo legal que
encubre un auténtico e indoloro golpe de Estado. Como lo
acaba de señalar sin ambages el soldado más importante del
proceso y a quien Hugo Chávez le debe la presidencia de la
república: el general Raúl Isaías Baduel. Se trata, ha
dicho Baduel, de un golpe de Estado constitucional, en el
mejor estilo hitleriano. Para luego, exactamente como
también lo hiciera Hitler, gobernar eternamente mediante
el expediente del estado de excepción. Sin otra
constitución que la cortada a la medida del autócrata y
sin otro objetivo que entronizar el instrumento de
manipulación, control, represión y sometimiento de las
mayorías ciudadanas: el Estado unipersonal y vitalicio en
manos del teniente coronel Hugo Chávez.
Para llevar las cosas hasta este punto de no
retorno, Chávez ha tenido que jugarse todas sus cartas y
empujar a todos sus aliados y seguidores hasta el borde
mismo del abismo. Obligándolo a romper con los sectores
democráticos de entre todos sus aliados, particularmente
el partido PODEMOS, blindarse tras los sectores más
radicalizados de su proceso – siempre bajo la atenta
observación, consejo y control gerencial de los aparatos
de dominación cubanos que hoy gobiernan en nuestro país –
y apostar al exitoso asalto final a las casamatas de la
sociedad civil: universidades, medios de comunicación,
iglesias, academias, medios educativos y el conjunto de
las organizaciones democráticas sobre las que se sustentan
las ideas y creencias que alimentan los fundamentos
democráticos, republicanos y civilistas de nuestro sistema
de vida. Es el crimen que el chavismo radical y
castro-fascista pretende adelantar a partir del propio 3
de diciembre. Que nadie se llame a engaño.
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Este golpe constitucional de facto, aunque
maquillado por un fraude referendario, ha generado
reacciones absolutamente inesperadas. Del seno de su
alianza gobernante se ha desgajado un importantísimo
sector político, hasta ahora visible en las figuras de
Podemos y el PPT, a los que en la sombra se suman
concejales, alcaldes y gobernadores a lo largo y ancho del
país, todos pertenecientes al oficialismo. Han respaldado
hasta hoy al proceso, en tanto mostraba aristas populares
y democráticas. Y mientras las andanzas totalitarias del
teniente coronel parecían simples escaramuzas de un
fanfarrón impenitente. Pero ahora, cuando ven torcerse el
camino del proceso hacia un objetivo autocrático,
personalista, despótico y autoritario sin máscaras ni
disimulos, deciden guardar silencio, dejar al caudillo
entregado a sus propias fuerzas y restarle todo respaldo.
Eso es lo que explica el patético fracaso de la
movilización del domingo último pasado en la Avda.
Bolívar.
Miente Hugo Chávez cuando declara haber estado
perfectamente informado con cuarenta y ocho horas de
anticipación de que al mediodía del lunes 5 de noviembre
de 2007 recibiría un golpe demoledor de parte del primer
oficial de la república – general y soldado de verdad
verdad, no decorativo y de pacotilla como el mismo
teniente coronel y el trisoleado que hoy le sirve de
embajador en Lisboa. De haberlo sabido hubiera movido
cielo y tierra por impedirlo o hubiera preparado una
contraofensiva como Dios y las leyes de la guerra ordenan:
no ese sainete farsesco de dos pobre hombres que sólo una
perruna lealtad y su disposición a amparar todos los
crímenes del jefe pudieron encumbrar a alturas
absolutamente inmerecidas. Patéticas, en efecto, las
declaraciones de García Carneiro y Maniglia. Y peores las
de todos los mastines que el caudillo ha echado a ladrarle
los tacones a quien le vuelve sus espaldas. En un momento
crucial y dramático para su sobrevivencia.
El frente de combate abierto por el único
soldado de su entorno y a quien le debe agradecer
encontrarse en Miraflores y no en el exilio o en una
cárcel de máxima seguridad, ha debido estremecer a las
fuerzas armadas. El golpe recibido por el proyecto
totalitario del castro fascismo el 5 de noviembre es una
carga de profundidad. Muy posiblemente irreversible. Y
seguramente sin retorno.
Pues independientemente de lo que suceda el 2
de diciembre, lo que entonces se imponga es, por su propia
naturaleza, medularmente inconstitucional: un golpe de
Estado. No importan los porcentajes con los que se
pretenda darle visos de legitimidad constitucional. Es la
parte más importante de la oración expresada con
solemnidad aquel día del juicio final por el general
Baduel. La propuesta, en todos sus incisos y parágrafos,
es anticonstitucional. ¿Podría llegar a serlo gracias a un
juego de birlibirloque electorero? La respuesta implícita
de Raúl Isaías Baduel es taxativa: de ninguna manera.
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La segunda parte de la declaración emitida este pasado
lunes 5 de noviembre por el general Baduel constituye un
ultimátum salido del seno de las fuerzas armadas: se trata
de un grave, un perentorio y urgente llamado de atención a
Chávez, al chavismo y al país entero.
Dice Baduel – y no en calidad de ciudadano cualquiera,
sino como el general de mayor ascendiente en el seno de la
institución que comandara hasta hace tres meses – que el
último expediente legal, democrático y constitucional con
que contamos para impedir la consumación del golpe de
Estado es votar NO y así rechazar la propuesta.
Implícitamente, expresa sin embargo que una vez consumado
el golpe estamos ante un nuevo escenario político y sobre
todo militar: estaremos ante un régimen inconstitucional,
brotado de un golpe de Estado. POR AHORA y como forma de
evitarlo, Baduel plantea el voto por el NO. Luego del 2 de
diciembre, se abre no obstante un abanico de posibilidades
que el régimen empuja hacia el terreno que Baduel pretende
ahorrarnos con su dramático llamado. El del enfrentamiento
final y definitivo. Que hoy por hoy luce absolutamente
inevitable.
Es la advertencia que los partidos opositores,
incluidos desde luego aquellos sectores democráticos
desgajados del chavismo, y el conjunto de los sectores
constitucionalistas de nuestras Fuerzas Armadas están en
la obligación de procesar. Más allá de votar o no votar,
de participar en las elecciones o de abstenerse, está el
hecho brutal de tener que enfrentar a partir del 3 de
diciembre un régimen de facto, ilegítimo y usurpador de la
voluntad soberana y constituyente. Un golpe de Estado que
ningún resultado electoral puede legitimar. Pues se trata
de un cuerpo de Ley cocinado a espaldas del pueblo,
impuesto a rajatabla contrariando y violando sus
principios fundamentales y legalizando la más grave
amputación y cercenamiento sufrido por la república a lo
largo de sus casi dos siglos de historia. Es un putch
disfrazado de referendo. Un golpe de Estado travestido de
voluntad popular.
Imposible calibrar por ahora cuál de las dos
vías es la más apropiada para debilitar, fracturar e
impedir el proyecto totalitario del teniente coronel Hugo
Chávez: si votar o abstenernos. El tiempo tiene la
palabra. En todo caso, cualquiera de las vías que se
escojan lejos de ser antinómicas constituyen formas
perfectamente compatibles para expresar nuestro rechazo al
golpe de Estado y unir nuestras fuerzas luego del evento
electoral para rescatar nuestra democracia. Tal cual lo
expresara el rector de la UCAB, Luis Ugalde. Exigir el
retiro de esta reforma, como lo ha hecho la iglesia, o
impedir la celebración de la farsa, como lo demandan otros
sectores, sería el desideratum. De lo contrario, iniciar
ya los preparativos para la lucha contra un gobierno
ilegítimo. Acompañados de quienes han jurado ante Dios, la
bandera y la constitución respetar y hacer respetar las
leyes de la república. Lo fundamental, por ahora, es
impedir la consumación de un régimen totalitario en
nuestra patria. Y sacar al dictador en el menor tiempo y
al menor costo posible. Para reconciliarnos luego como una
sola familia y dar paso a la construcción de la Venezuela
del futuro: democrática, pacífica, moderna, justa y
solidaria. En la que las Fuerzas Armadas vuelvan a ocupar
un papel de honor cumpliendo con su sublime obligación
constitucional: defender nuestra soberanía y cautelar los
derechos humanos de todos los ciudadanos. Sin importar
color, religión ni posición social.
Dios quiera asistirnos, para lograr esos
magnos objetivos pacíficamente. En ese su afán
constitucionalista y pacífico concuerdo plenamente con el
General Raúl Isaías Baduel. Es la voz de la sensatez que
brota de lo profundo de nuestras Fuerzas Armadas en
momentos de máximos desafueros. Que el destino nos ahorre
el mal que esos desafueros presagian.