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Maritza
Izaguirre ha tenido el acierto de recordarnos la
publicación de una obra pionera en el estudio de las
ciencias económicas y sociales venezolanas: la del gran
economista brasileño Celso Furtado. Venezolana no sólo por
ser nuestro país y sus peculiaridades socio-económicas el
objeto del estudio, sino por levantar un catálogo de
cuestiones cruciales atingentes al diagnóstico de nuestras
fallas estructurales, que con el tiempo vendrían a incidir
de manera dramática en nuestro desarrollo político.
Podemos sintetizar sus resultados en la constatación
científica de la profunda ruptura entre la Venezuela
moderna, surgida al calor del petróleo y el crecimiento
sostenido de núcleos urbanos de desarrollo, por una parte;
y la persistencia de la Venezuela retrasada, anclada en la
ruralidad de una economía agraria hace decenios estancada.
Como nos lo recuerda Maritza Izaguirre: “Convivían un
sector moderno, altamente productivo y urbano, y otro
tradicional, empobrecido y de muy baja productividad.”(El
Nacional, 7 de febrero de 2007).
Resaltaba Celso Furtado algunas perversiones
características de la sociedad venezolana de los
cincuenta: la sobre valoración del Bolívar en el mercado
internacional, promoviendo “salarios no vinculados a las
condiciones reales de productividad, lo que llevó al
encarecimiento de la mano de obra, incidió en el uso de
tecnología ahorradoras de mano de obra y restó
competitividad a la industria nacional, entre otros
efectos.” Yo agregaría otra distorsión de enorme
trascendencia: permitió niveles de vida para las clases
medias emergentes que no se correspondían en absoluto con
su verdadero nivel de cultura y productividad económicas,
generando un espejismo de muy graves consecuencias
políticas que desembocaría primero en una suerte de
democracia subsidiada y luego de la drástica devaluación
del Bolívar en un desencanto que le abriría las puertas al
golpismo militarista, mesiánico y populista. Planteaba por
ello la urgencia de desarrollar la economía, incentivar la
inversión y diversificar los núcleos de desarrollo
económico. Entonces centrados en el monumental desarrollo
de las obras de infraestructura y la industria de la
construcción, que, como lo recuerda Izaguirre “al ser una
actividad capital intensiva, temporal y concentrada, no
contribuyó como se esperaba a la generación de empleo
estable y bien remunerado”.
A nuestro efectos, importa subrayar el hecho capital que
Furtado resalta en su estudio: “La dualidad, caracterizada
por la presencia de una población analfabeta, con
carencias de salud, trabajo y alimentación, en viviendas
inadecuadas, la mayoría habitante de las zonas rurales y
las áreas marginales urbanas, (que) contrastaba con la
otra Venezuela, moderna, competitiva, liderada por el
petróleo, la construcción, el comercio y las finanzas.”
Un hiato entre retraso y modernidad que, potenciado hasta
sus máximos extremos gracias al desarrollo tecnológico de
las comunicaciones, la masificación de los medios y la
globalización, se han convertido en una gigantesca bomba
de tiempo. Sólo faltaba el caudillo inescrupuloso y
manipulador para quitarle la espoleta.
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En otro contexto histórico
aunque motivado por la premonición del desarrollo que ya
se encontraba en ciernes y amenazaba con convertirse en el
grave problema que hoy enfrentamos, Arturo Uslar Pietri
había alertado ya en 1936 en su famoso editorial del
periódico AHORA sobre la gravedad de la ruptura
estructural de la sociedad venezolana – la retrasada rural
y la moderna urbanizada -, como efecto de la incontrolada
y salvaje economía petrolera y la urgente necesidad de
atender a la diversificación de la economía nacional
planificando nuestro desarrollo. En una frase que haría
historia: “sembrando el petróleo”. La obra de Celso
Furtado y los análisis de la CEPAL no hacían más que darle
densidad científica y fundamentación estadística a la que
constituía una angustia de nuestra élite política post
gomecista.
Mal que bien, durante los cuarenta años de vida
democrática, se intentó paliar tal perversión estructural.
Si bien los efectos de la planificación fueron más
notables en el ámbito político, educativo y cultural que
en el propiamente económico. Creamos una sociedad moderna
con pies de barro. El espejismo generado en los años
cincuenta, fortalecido con los altos ingresos petroleros,
particularmente luego de la crisis energética de mediados
de los setenta, empujó a la sociedad venezolana al abismo
de un consumismo perverso y a falsas salidas políticas
ante el cuello de botella de la propia crisis económica.
La modernización no hizo más que acrecentar las brechas y
profundizar las desigualdades. La pérdida del poder
económico de que disfrutaran las clases medias las condujo
a distanciarse de su compromiso político con la democracia
echándolas en brazos del golpismo militarista. El
mesianismo y la demagogia populista hicieron el resto.
Venezuela se desbarrancaba hacia su más lejano pasado: la
así llamada República Liberal Autocrática.
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A las fórmulas de desarrollo
intentadas por los diversos gobiernos democráticos
–siempre prisioneros del rentismo petrolero – ahora se
intentan fórmulas autoritarias bajo otro espejismo: esta
vez el del llamado socialismo del siglo XXI. Se ha
avanzado suficientemente en la vía política, levantando un
régimen dictatorial cuyas apariencias democráticas sólo
constituyen concesiones formales ante un mundo
decididamente democrático.
El proyecto es tanto o más dependiente de la renta
petrolera. Pues si el remedio propuesto por Furtado y el
sentido común recomendaban diversificar la economía,
incentivar las inversiones y desarrollar un auténtico
aparato industrial capaz de generar riqueza, esta fórmula
pretende aniquilar lo logrado, hacer tabula rasa de la
economía privada y retrotraernos a la Venezuela gomecista.
Es el regreso a la ruralidad pre industrial bajo un
gobierno despótico rojo-rojito. Un gigantesco salto atrás.
Entre el delirio del proyecto y la racionalidad de algunos
de sus funcionarios más preclaros el abismo se acrecienta.
El economista Domingo Maza Zavala recomendaba en una
entrevista reciente “poner orden en la maraña”. Reconocía
desconocer el significado y los contenidos del “desarrollo
endógeno” y “el socialismo del siglo XXI”, - si él, un
académico y un científico de renombre no los conoce,
¿quién otro podrá hacerlo? - indicaba que “cualquier
proceso de transformación debería tomar en cuenta las
variables concretas de la economía” y volvía a poner el
dedo en la llaga: “cómo convertir una economía petrolera
en una economía reproductiva integral. Además entender que
ésta sigue siendo una economía de mercado, donde la
proporción determinante del empleo formal es privado. Sin
ese sector no puede haber una transformación viable” (El
Universal, 4 de febrero de 2007).
Se cumplen cincuenta años de
la pionera publicación del trabajo de Celso Furtado. Las
aguas siguen estancadas. Como si entre Celso Furtado y
Maza Zavala el tiempo se hubiera detenido.
sanchez2000@cantv.net