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La historia, para fortuna de los
mortales, no es un proceso unidireccional con sus
estaciones preestablecidas. Es una aventura. Un viaje a
lo desconocido cuya estación final puede predecirse muy
a grandes rasgos, en bosquejo. Pero cuya forma concreta
escapa a todas las predicciones
Es una aventura del espíritu y de la
voluntad. Que actúan sobre una situación dada. Y en cuyo
desenlace – sobre la base material de lo que el hombre
ha construido y adquiere su propia dinámica -
intervienen las fuerzas vivas y las voluntades de
hombres y mujeres, capaces de asumir la conducción y el
liderazgos de los distintos factores. Tras un voluntad
común, un consenso, un acuerdo generacional. Puede ser
incluso en determinados momentos el avatar de luchas
frontales, fuerzas encontradas que la voluntad
intelectual transforma en lucha de clases.
Lo que la historia no es ni podría ser es la
mera expresión de una voluntad omnímoda, capaz de
imponer sus caprichos. Pues en tal caso se está ante la
acción opresora, represiva, dictatorial de quien se ha
hecho circunstancialmente con el Poder de las armas. No
importa el respaldo ocasional con el que cuente. Y como
dijera un estadista francés y ya se ha convertido en
tópico: con las bayonetas se puede hacer muchas cosas,
menos sentarse en ellas.
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Ese proceso vivo y siempre actuante
que es la historia se cumplía en el pasado atendiendo a
las fronteras naturales. Si bien el progreso técnico, el
desarrollo de la civilización superó fronteras naturales
y accidentes políticos. Desde el Renacimiento la
historia comenzó a universalizarse. Nuestra historia
nacional arranca de ese proceso de integración universal
propiciado por los descubrimientos y conquistas del
siglo XV y XVI. Pero desde la revolución de las
comunicaciones y particularmente desde la segunda Guerra
Mundial, la historia se ha hecho global. Al extremo que
surgen bloques supranacionales y acuerdos continentales
que rigen por sobre las naciones.
Ello determina que la historia, ese proceso
siempre inédito y en gestación permanente, no pueda
cumplirse sin atender a los factores políticos,
sociales, económicos, jurídicos que entretejen una red
de voluntades y normas de conducta a nivel universal.
Aún no nos percatamos de la incidencia de dichos
factores en la acción individual de las naciones. La
insularidad es asunto del pasado. Una nación sólo puede
encapsularse en sí misma al precio de su propia vida. Si
renuncia al intercambio vivo, al permanente
metabolismo con la sustancia global, perece o sobrevive
en estado parasitario. No vale nada.
De allí la conciencia que los actores
políticos deben tener siempre presente: la historia es
una escritura en movimiento, imposible de ser sometida
por la violencia a guiones o partituras preestablecidas.
Y se cumple necesariamente en sintonía con el concierto
universal de las naciones, que rigen los marcos
normativos de lo que puede y debe hacerse. Desoír este
dato inevitable supone trabajar a redropelo del
movimiento histórico y preparar a conciencia las
condiciones de la propia catástrofe.
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Valgan esas consideraciones para
comprender el momento por que atraviesa la situación
histórica de Venezuela hoy. Que se ve de pronto sometida
a la acción aparentemente conjugada de dos acciones que
empujan en una misma dirección: la súbita y sorprendente
entrada en la escena política inmediata del movimiento
estudiantil, por una parte, y la acción mancomunada de
la comunidad internacional, que por primera vez fija
posición ante los acontecimientos nacionales. Ambos
factores han venido a poner de manifiesto los límites
reales – y extraordinariamente poderosos – que se alzan
como un obstáculo posiblemente insalvable a los
propósitos de imponer el proyecto político, social y
económico que bajo la etiqueta de socialismo del siglo
XXI pretende imponer el presidente de la república a la
cabeza de sus fuerzas políticas y sociales.
La incorporación del movimiento estudiantil
como un factor autónomo y dotado de su propia dinámica
en el conflicto político abierto por la radicalización
impulsada desde el gobierno, debe ser leída en el
contexto de un análisis global. Supone un hecho de
extraordinaria trascendencia: es la primera vez en la
historia de Venezuela que la juventud universitaria,
casi en su total mayoría, da un paso al frente y opta
por enfrentarse al régimen. Que ya es mucho más que un
mero gobierno, pues ha politizado y sometido a su
voluntad a factores del Estado que tendrían la
obligación constitucional de mantenerse al margen de los
conflictos políticos inmediatos: las fuerzas armadas, la
administración pública y el sistema judicial. De manera
que bien puede hablarse del enfrentamiento del
estudiantado universitario, convertido en movimiento
activo, en contra del Estado.
Una acción de esta envergadura y de esta
importancia no ha sido vivida en Venezuela en toda su
historia. La participación de la generación del 28 fue
grupal, limitada en el tiempo y sin mayor trascendencia
inmediata. Su efecto fue indirecto, en gran medida
provocado por la reacción de la dictadura y de
consecuencias tardías aunque muy trascendentales.
Constituyó el semillero de la emergencia de un nuevo
liderazgo para la Venezuela democrática.
La acción del movimiento estudiantil en las
luchas que dieron al traste con el régimen dictatorial
de Pérez Jiménez en 1958 tampoco fue global y
sistemática. Sectores estudiantiles de vanguardia,
vinculados a los partidos contestatarios del momento, se
unieron a la acción de respaldo social a un movimiento
armado. Los universitarios no actuaron en tanto tales.
Esta vez y como reacción a un hecho de
extrema gravedad, como el cierre de RCTV atropellando
todas las normas constitucionales y legales y asestando
un golpe hasta ahora desconocido a la libertad de
expresión, los estudiantes universitarios han decidido
salir a la calle y unidos nacionalmente levantar
reivindicaciones democráticas que afectan al conjunto
social. Actúan por sí, pero en un ámbito extra
universitario. Reciben la delegación innominada de la
sociedad entera. Que los recibe gozosa y con los brazos
abiertos. De pronto, Venezuela recupera su dignidad, su
autovaloración y el sentido de su destino histórico.
Este es un hecho de extraordinaria
importancia, de consecuencias aún imponderables y que
marca un giro copernicano en el estado del desarrollo
político nacional. La historia ha dado un vuelco.
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La misma razón que mueve al despertar
estudiantil y a su incorporación en la lucha política
nacional ha movido a la comunidad internacional en uno
de sus puntos más poderosos y sensibles: el llamado
Cuarto Poder. No se ha advertido con suficiente fuerza
ese hecho notable, mucho más importante y trascendente
que los propios gobiernos. La comunidad mediática del
mundo, de manera prácticamente unánime, ha condenado el
cierre a RCTV. No existe en el mundo un solo medio
informativo independiente que haya hecho causa común con
el gobierno. Y lo que es todavía más significativo: en
esa condena a la acción del régimen del presidente Hugo
Chávez han coincidido empresarios mediáticos y
periodistas, propietarios y trabajadores de los medios.
Súbitamente, Hugo Chávez ha perdido un apoyo mediático
conquistado luego de cuidadosos y muy costosos
esfuerzos. Quien fuera aclamado como el hombre del año
por su triunfo electoral de diciembre lo es hoy como el
primer gobernante que cierra un canal y se apropia
ilegalmente de sus instalaciones. Un giro tan dramático
y de tanta trascendencia como el que llevara a la
incorporación del estudiantado a la lucha por la
democracia y la libertad en Venezuela.
Independientemente de quienes, en el
entorno, saltan con la fácil réplica del golpismo, la
CIA, el imperialismo norteamericano y otras
justificaciones de baja estofa política, propias de
menesterosos mentales, ya debe estar filtrándose a la
conciencia del chavismo que el cierre de RCTV ha
supuesto el más grave e inexcusable de los errores
cometidos por Hugo Chávez. Pues ha provocado la
insuperable enemistad del más importante y poderoso de
los factores internos – la juventud universitaria – y
del más poderoso de los factores políticos globales – el
Cuarto Poder.
Luego del 27 de mayo, nada será como antes.
Los proyectos que se pretendieron imponer luego del 3 de
diciembre último han topado con un muro infranqueable. Y
posiblemente, lo que indica la profundidad del error
cometido, el proyecto ya en marcha del socialismo del
siglo XXI haya recibido un golpe mortal.
5
Luego del estrepitoso derrumbe de los
socialismos reales, la democracia es el valor
indiscutido de la contemporaneidad. Y los derechos
humanos, la sustancia nodal de la democracia. Todo acto
gubernativo que vaya contra la democracia y afecte a
cualquiera de los valores esenciales de los derechos
humanos, está condenado a la esterilidad. El precio a
quien desatienda estos hechos es el fracaso. No importa
cómo, ni dónde ni cuándo. La factura es inevitable.
Hugo Chávez, un hombre extremadamente hábil
y astuto, ya debe haberlo comprendido. Éste, su más
grave error, le ha acarreado el desprestigio y el
aislamiento internacional. No contar con otro auxilio
que el del corrupto y decadente Daniel Ortega es prueba
más que suficiente como para intentar reparar y salvar
lo poco que quede de salvable. De insistir en imponer su
proyecto toalitario, le espera la repulsa de sus ex
aliados: desde Lula a Michelle Bachelet, la izquierda
democrática terminará por darle la espalda. Con Cuba y
sólo con Cuba todo gobierno está condenado al fracaso.
Es el peor, el más fatal y el más estéril de los
aliados.
La oposición, tras ocho años de sacrificios
y descalabros, ha comprendido que todo tiene su tiempo.
Que la historia contemporánea trabaja a favor de quienes
ansían la felicidad de sus pueblos sin menoscabo de los
valores esenciales del hombre. De los cuales, los
derechos humanos y la libertad de expresión son
consustanciales al ejercicio democrático. Si aún le
queda un ápice de racionalidad, Chávez debiera
comprender que más vale un repliegue ordenado y una
retirada con la frente en alto que un salto al vacío sin
futuro ni destino.
Muy posiblemente, el proyecto del socialismo
del siglo XXI ha muerto. Lo que sobrevive es un régimen
autocrático sin el respaldo de fuerzas vivas
esencialespara un proyecto de esa naturaleza como la
juventud universitaria. Un régimen carente de fortaleza
moral, desposeído de la fuerza indoblegable de la razón.
Es el momento para que un revolucionario de verdad – y
suponemos que el Sr. Presidente lo es – grave en su
conciencia la frase más definitoria del pensamiento de
Antonio Gramsci, figura que ha comenzado a ventilar ante
sus seguidores: “solo la verdad es revolucionaria”. Si
bien cuando Gramsci la plasmó, ya hacía tiempo había
plasmado su contraria, apuntando a la porfía del
marxismo cerril, burocrático y estéril: “sólo tú,
estupidez, eres eterna”.
Que prime la verdad sobre la estupidez. Es
un imperativo del momento.