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Hugo Chávez o jugando a la política
en el Parque Jurásico
(segunda parte)
por Antonio Sánchez García  
domingo, 7 enero 2006


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En 1958, cuando se le pone fin a la dictadura de Pérez Jiménez y se da inicio al período más pacífico, próspero, homogéneo y coherente de la historia venezolana - si bien con graves dificultades, tropiezos y desviaciones -, el conocido como de la Democracia de Punto Fijo o, según la nomenclatura al uso, Cuarta República, se vive el meridiano histórico del siglo. En Cuba, que también salía de una dictadura y vivía una situación en muchos aspectos semejante a la venezolana, los acontecimientos conducen a la revolución socialista, arrastrando tras suyo a un continente entero. Los costos de esa opción asumida entonces por Fidel Castro para Cuba y varias generaciones en América Latina están a la vista: una espantosa tiranía que ya se prolonga por casi medio siglo, decenas de miles de muertos y la ruindad causados por la radicalización, las reacciones dictatoriales y ese medio siglo perdido para un continente extraviado. En Venezuela, se optó en cambio por la antípoda: la construcción de la democracia. Según lo señala el historiador inglés Hugh Thomas en su enjundiosa introducción a la tercera edición de Venezuela: Política y Petróleo, de Rómulo Betancourt,* tales opciones fueron absolutamente contrarias al sentido que las circunstancias históricas permitían presagiar. Antes que Venezuela, era Cuba la que parecía predestinada a culminar su periplo histórico desembocando en una democracia capitalista:

“En ese momento parecía que, de los dos países, Cuba tenía mayores posibilidades de establecer una democracia…Pero dentro de poco más de un año estaría sufriendo una nueva tiranía mil veces más dura que la de Batista. Por otra lado, Venezuela, que tenía una infraestructura económica mucho menos desarrollada, logró establecer un sistema democrático, que desde entonces ha soportado dos cambios completos de gobierno por vías pacíficas y parlamentarias y también una ofensiva bien organizada de la Izquierda Castrista.”

Culpables por esta escritura política a redropelo de las propias determinaciones históricas fueron las dos más notables figuras políticas del siglo: Fidel Castro y Rómulo Betancourt. Desmintieron al materialismo histórico, para el cual los sistemas políticos han de ser la necesaria e inevitable expresión de las determinaciones socio-económicas. Reivindicando en cambio el valor de las personalidades en el curso de los procesos históricos, como lo querían los dos grandes pensadores de la historiografía anglosajona: R. W. Emerson o Thomas Carlyle. “No hay propiamente historia, hay biografías” había enseñado aquel, mientras para éste “la historia es la ciencia de innumerables biografías”. Aunque no está demás mantener la advertencia de este quid pro quo como telón de fondo de los acontecimientos que ahora mismo se están sucediendo en Cuba y en Venezuela, cuando aquella por efecto de la agonía de Fidel Castro podría estar buscando cambios democratizadores mientras la Venezuela de Hugo Chávez parece anhelar el retorno al delirio castrista de los años sesenta. Para nuestros efectos, valga señalar que Fidel Castro y Rómulo Betancourt se convertirían en referencias esenciales para la región y en mortales y recíprocos enemigos. Tanto, que para poder implementar su proyecto histórico de una democracia moderna para Venezuela, Betancourt debe enfrentar a Castro en el terreno político interno, en el diplomático regional y en el directamente militar. Lo vence en todos los frentes: luego de erigir la doctrina Betancourt en eje central de su política exterior – romper relaciones con todos los regímenes dictatoriales de la región, lo que provoca un atentado en contra suya del dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo que por poco le cuesta la vida - logra la expulsión de la Cuba castrista de la OEA, derrota políticamente a la izquierda castrista en Venezuela y aplasta militarmente a la avanzada cubana que invade territorio venezolano para desarrollar una guerra de guerrillas a mediados de los 60, dirigidos por el famoso comandante Arnaldo Ochoa Sánchez, héroe de Ogaden, a la cabeza de algunos próceres de la actual oposición venezolana, como Teodoro Petkoff, Héctor Pérez Marcano, Pompeyo Márquez y Américo Martín, entre otros. A pesar de esa tremenda ofensiva castrista, el país se hace a su andadura democrática construyendo el régimen político más estable de América Latina en medio de las turbulencias que sacuden al continente. Si bien queda una profunda y rencorosa huella no saldada en Fidel Castro, quien jamás olvida la humillación. Esperará paciente y tozudamente por el momento de la venganza, siempre a la búsqueda de hacerse con el petróleo venezolano, seguro que de caer en sus manos, le permitiría el control de América Latina y un papel estelar en los destinos del mundo. Ya volveremos al tema.

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Es el comienzo de la Venezuela petrolera y democrática. Una primera visión crítica nos obliga a dividir esa etapa de nuestra historia en dos sub períodos: el primero que incluye desde Betancourt hasta Rafael Caldera y abarca los primeros quince años de gobierno democrático (1959-1974); y un segundo sub período, que comienza con Carlos Andrés Pérez (1974- 1979), continúa con Luis Herrera Campins (1979 – 1984) y Jaime Lusinchi (1984-1989) para terminar con el turbulenta y accidentado segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez (1989 – 1993). Tal diferenciación tiene más que ver con las grandes tendencias que caracterizan a los respectivos gobiernos que a la naturaleza de los mismos. El primero de esos períodos, si bien en lo político y social completamente rupturista con el pasado fundado por Gómez y continuado por Pérez Jiménez, en el ámbito del desarrollo económico se muestra mucho más integrado y cónsono con las grandes tendencias del crecimiento generado en las décadas anteriores. Se verifica una continuidad en el esfuerzo hacia el desarrollo dentro de una ruptura política e institucional. No obstante, los cambios introducidos en dicho sistema luego de la nacionalización del petróleo y el alza de sus precios a partir de la crisis energética de 1973 son tan notables, que modifican sustancialmente y en profundidad el sentido impreso hasta entonces al curso del país. Es entonces cuando en el ámbito económico y social se verifica un auténtico “punto de quiebre” que le imprime otra dirección a la sociedad venezolana: es el inicio de la debacle. Finalmente, y luego de la caída, enjuiciamiento y prisión de Carlos Andrés Pérez, que culmina el período, se abre una fase de transición a cargo de Ramón J. Velásquez y Rafael Caldera. Si para los efectos estrictamente descriptivos esta fase de transición es asumida conceptualmente como parte de la llamada Democracia de Punto Fijo, lo cierto es que strictu sensu no corresponde a tal etapa. Es importante destacar entonces que según nuestra percepción, dicho período democrático no se extiende más que hasta el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, profundamente perturbado por el Caracazo del 27 de febrero de 1989 y los golpes de Estado del 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992. Que lo hieren de muerte. No deja de ser relevante el hecho de que de esos cuarenta años de vida democrática, veinte años son dominados por las figuras de Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, suerte de caudillos democráticos que arrastrarían a la ruina a sus respectivos partidos.

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Para los efectos nacionales e internacionales, este período de nuestra historia es el de la Venezuela democrática convertida en refugio para los desterrados de Centro y Suramérica en medio de los graves desajustes políticos que le son contemporáneos. Sin contar con el exilio anti franquista que allí echara raíces en los años cuarenta y cincuenta. Durante esos años terribles vivieron en Venezuela como refugiados políticos algunos de los más importantes dirigentes de la Unidad Popular y la DC chilena, tales como Aniceto Rodríguez, Sergio Bitar, Claudio Huepe, Esteban Tomic, Enrique Silva Cimma, Renán Fuentealba, Anselmo Sule, Carlos Morales Abarzúa y decenas de miles de chilenos de a pie. Algunos de esos altos dirigentes protegidos y respaldados espiritual y materialmente por sus partidos hermanos. La inmensa mayoría, con puertas abiertas y trabajos estables. Venezuela y sus dos partidos democráticos – AD, socialdemócrata, y COPEI, socialcristiano - se convierten en faro de orientación política para los grupos de presión política que luchan por instaurar regímenes democráticos en sus respectivos países. Así es como bajo el influjo de “adecos” y “copeyanos” nace el embrión de la Concertación chilena en junio de 1975, cuando líderes como Renán Fuentealba, Aniceto Rodríguez, Anselmo Sule y una docena de otros dirigentes chilenos se encuentran en Colonia Tovar, a las afueras de Caracas para concertar un acuerdo que tardará otros 13 años en convertirse en realidad. Es la Venezuela que promueve la paz y la democracia en Nicaragua y El Salvador. El Comandante Cero, Napoleón Duarte y Violeta Chamorro se convierten en personajes respaldados por sus congéneres venezolanos. Tanto, que el apoyo financiero que le brindara Carlos Andrés Pérez a la recién electa presidenta nicaragüense le costaría el cargo y lanzaría a Venezuela por el despeñadero. Por cierto, un apoyo absolutamente insignificante - diecisiete millones de dólares - en comparación con los miles y miles de millones de dólares con los que Hugo Chávez compra el respaldo de sus aliados o financia las elecciones de sus pupilos. En esa Venezuela también encontró respaldo político y financiero el sevillano Felipe González, de quien se cuenta que entró clandestinamente a España en el avión del vicepresidente de la Internacional Socialista, el entonces presidente venezolano Carlos Andrés Pérez. Ni qué decir de la colonia de exiliados cubanos, integrados a la comunidad democrática venezolana para siempre. No está demás recordar aquí también – la moneda tiene dos caras - la fraternidad venezolana hacia el exilio voluntario provocado por el allendismo: Hernán Briones o Carlos Cáceres, por ejemplo, ingenieros vinculados a la clase empresarial chilena recibidos con los brazos abiertos por generosos y solidarios empresarios venezolanos. Hubo muchos otros de sus congéneres que la usaron como trampolín, para terminar residiendo en los Estados Unidos o en Europa. Sirvieron luego de importantes fichas tecnocráticas y políticas en el gobierno del general Augusto Pinochet. Para no hablar del exilio argentino y uruguayo, que también encontró en Venezuela el refugio en espera de mejores tiempos. Son cientos de miles los desterrados de las dictaduras del Cono Sur que sobrevivieron gracias a la solidaridad venezolana. ¿Lo habrán olvidado?

Una constitución, la de 1961, ocho gobiernos de cinco años cada uno, de los cuales dos presidentes reelectos – Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera -, además de la más ingente obra de desarrollo de infraestructura, educación, economía y cultura hicieron de Venezuela la sociedad más dinámica, democrática, próspera y estable de América Latina. De tres universidades con que contaba la Venezuela perezjimenista, Hugo Chávez se encuentra cuarenta años después y habiendo sido electo por los mismos votos que respaldaran en el pasado a AD y COPEI y gracias a elecciones pulcras y decentes, como no las habría nunca más en su régimen bolivariano, un país con más cien institutos de altos estudios y una élite profesional y académica de primera línea. Con el más alto índice de post graduados en universidades norteamericanas y europeas becados por el Estado y su Fundación Gran Mariscal de Ayacucho. No se necesitaba ser rico para doctorarse en Harvard o en Cambridge. Es una democracia ejemplar para los estándares de América Latina, entonces arrasada por las dictaduras militares, si bien asentada sobre un terrible talón de Aquiles: la dependencia petrolera, expresada en el reparto de los ingresos fiscales como fuente de legitimación política. Y un saldo no resuelto en diferencias sociales. Lo que se hizo dramáticamente manifiesto y se aceleró a partir de la estatización del petróleo y la fundación de PDVSA en 1975, con el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, cuando se triplican los precios del petróleo, se triplica el presupuesto y se multiplica exponencialmente la deuda externa, la estatolatría y la megalomanía tercermundista de la Venezuela Saudita. Es el punto de quiebre que rompe con la tendencia al sólido crecimiento de la economía venezolana y empuja hacia la crisis en todos los ordenes de la vida nacional.

Es interesante recordar el catálogo de deudas pendientes con el desarrollo de una democracia moderna que, según el mismo Hugh Thomas, acechaban a la recién estrenada democracia venezolana: “Por supuesto, Venezuela es un país que todavía tiene muchos problemas. Entre los problemas a resolver están: la tasa de natalidad muy alta, la distribución de riqueza muy dispareja, el desequilibrio grave entre las ciudades (especialmente Caracas) y el campo, y la incertidumbre de lo que pudiera pasar al término de su actual etapa petrolera.” Lo escribe mirando al futuro en un presente – 1977 - que ya estaba decidiendo en el sentido contrario al que el mismo Thomas recomendaba y que, en lugar de continuar la senda de la resolución paulatina y más bien previsora y hasta conservadora de sus predecesores, se lanza al abismo del delirio de la Gran Venezuela y la megalomanía tercermundista de Carlos Andrés Pérez. Atrás quedaba el crecimiento económico sostenido, la extraordinaria estabilidad de la moneda, una cierta continencia moral y un sentido del servicio público y decencia política que fueran ejemplares con los gobiernos de Betancourt, Raúl Leoni y el primer Caldera. Incluso de disciplina fiscal y control social bajo la dictadura de Pérez Jiménez, que erradica los cinturones de miseria que luego, con la democracia, el boom petrolero y la abundante oferta de trabajo para mano de obra no calificada de los países limítrofes, crecen exponencialmente. Sumándose al ingente problema de la alta tasa de natalidad reseñado por Thomas. Es el resultado residual de la prosperidad petrolera y la mano abierta de un país que no conoce de chovinismos ni de xenofobias atrayendo a cientos de miles de “desterrados de la pobreza”: sobre todo desde los países andinos y caribeños. Ante la carencia de una política económica orientada al crecimiento de la economía privada, la generación de puestos de trabajo y el desarrollo industrial, quedarían sujetos a la asistencia estatal. Pronto constituirán un grave problema político y social. Y servirán de carne de cañón electoral del caudillismo redivivo en todas sus vertientes.

CONTINUARÁ

(*) Rómulo Betancourt, Venezuela, Política y Petróleo, Seix Barralt, 1979.

sanchez2000@cantv.net

 
 

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