Millones
de venezolanos que depositaron su voto para aceptar o
rechazar la propuesta presidencial de una mal llamada
reforma constitucional debieron esperar hasta la 1 de la
madrugada por los resultados de un referéndum que corrían
de boca en boca desde las seis de la tarde. Tuvieron que
esperar en la mayor preocupación y angustia no porque las
autoridades del CNE no tuvieran suficientes actas
escrutadas como para dar un primer boletín – a las 7 de la
tarde, como se prometiera. E ir completándolos a medida
que se les procesara, como sucedía en Venezuela en el
pasado ya no muy lejano o como sucede hoy en cualquier
país del mundo civilizado. Sino por imposición del
presidente de la república quien, según confesó en la
mayor impunidad, obligó a esperar por dichos resultados
hasta que él tuviera absolutamente claro – él, y nadie más
que él, Su Majestad el Supremo – que su derrota era
matemáticamente irreversible.
A otro con ese cuento de su moralidad ciudadana. Si tal
fuera el caso, los venezolanos hubiéramos tenido un
boletín integral, por regiones, perfectamente escrutadas.
En manos de todos los canales – RCTV con señal abierta, de
primera – de acuerdo a las tradicionales fanfarrias y los
invitados especiales de siempre: políticos de todos los
colores. De modo a seguir la evolución de las tendencias y
participar realmente en el proceso comicial. Por
imposición suya debimos, en cambio, cual secuestrados del
Poder sentirnos agradecidos porque él, el Supremo, nos
concedió la gracia de satisfacernos dándonos la migaja del
puntito y su final de fotografía.
Son muchas las preguntas pendientes. ¿Por qué algunos
medios internacionales reportaron una diferencia de entre
6 y 10 puntos a favor del NO escrutado un 80% de las mesas
de votación horas antes del “final fotográfico”? ¿Qué
papel jugaron las Fuerzas Armadas en esta decisión de
aceptar la “irreversibilidad” de los resultados? ¿Por qué
el CNE se sometió al arbitrio presidencial y tardó seis
horas más de las prometidas en darnos su boletín,
exasperando a tal grado a los dirigentes opositores, que
estos se vieron obligados a presionar amenazando con una
rebelión popular de mantenerse esa situación desesperante?
¿Podría el liderazgo opositor haber mostrado la viril
firmeza que demostró en las palabras de Antonio Ledezma de
no haber tenido constancia de que la diferencia era
inmensamente mayor que la que reconociera el CNE? ¿Fue el
resultado de fotografía una salida honorable para una
abrumadora y posiblemente definitiva derrota que el
Supremo se negó a aceptar hasta que no le quedó más
remedio?
En tanto no tengamos los detalles del proceso, no podremos
sacar las debidas conclusiones históricas del mismo. Una
cosa está, sin embargo, meridianamente clara: si la
abstención rondó el 45%, como se señala, el peso principal
del rechazo a la reforma recayó en los sectores populares.
Si su misma gente no le hubiera dado la espalda y los
poderes realmente fácticos no hubieran estado del lado de
la justicia, hubiéramos tenido otra ominosa versión del
tristemente célebre Referéndum Revocatorio.
Valga por ahora una sencilla constatación: los vencidos
bajo esta abrumadora derrota son Chávez y Fidel Castro, en
primer lugar; la asamblea y los sectores radicales del
chavismo, en segundo lugar; y el proceso en su conjunto,
en tercer lugar. El “por ahora” no tiene ya el más mínimo
valor. Lo cierto es que por ahora se ha visto obligado a
prescindir del lema fidelista “patria, socialismo o
muerte” trocándolo por el más humilde y derrotista del Ché
inmolado: Hasta la victoria siempre, venceremos.
Una amarga confesión para quien inicia su hundimiento.
sanchez2000@cantv.net