Éste es un día histórico.
No por azar se cumplen 50 años del otro plebiscito, el que
mediante un fraude descomunal le concedió al dictador
Pérez Jiménez una aplastante mayoría y la certeza de que
había blindado su entronizamiento por otro período
presidencial. Empujado por el movimiento estudiantil, la
iglesia, el pueblo democrático y los sectores progresistas
de las Fuerzas Armadas se derrumbó en exactos 52 días.
Quien creyó haberse burlado para siempre del pueblo
venezolano cogió sus maletas y huyó del país con la soga
al cuello. Dejando abandonado el más preciado de sus
bienes, una valija repleta de dólares, al pie de la
escalerilla de la “Vaca Sagrada”. Tal fue el terror que lo
invadió.
La historia no se repite jamás: sus desenlaces son siempre
inéditos. Pero asombran las semejanzas de las
circunstancias vividas tal día como hoy hace cincuenta
años con las que nos acompañan en este 2 de diciembre de
2007, cuando nos aprontamos a votar masiva y
mayoritariamente en contra de la mal llamada reforma
constitucional. Son los mismos factores de poder ciudadano
los que luchan hoy contra las pretensiones totalitarias
del teniente coronel Hugo Chávez. En primer lugar, los
jóvenes universitarios encabezados por Yon Goicoechea,
Ricardo Sánchez, Stalin González y Freddy Guevara; la
Iglesia, representada por su Conferencia Episcopal
Venezolana y sus figuras más prominentes: el Cardenal
Urosa Savino, Monseñor Ovidio Pérez Morales y Baltasar
Porras, Luis Ugalde y tantos y tantos distinguidos
prelados; la sociedad civil, el mayor conglomerado de
organizaciones no gubernamentales jamás estructurado en
Venezuela, vivificado por las hondas raíces democráticas
crecidas desde el 23 de enero del 58; y los sectores
castrenses, democráticos y constitucionalistas
representados de manera ejemplar por el General Raúl
Isaías Baduel.
Los nombres son otros: las instituciones son las mismas.
El enemigo, hoy como ayer, es el caudillismo autocrático,
militarista y dictatorial. Ayer Pérez Jiménez, hoy Hugo
Chávez. Con una diferencia trágica para nosotros. Aquel
dejó un país saneado económicamente, próspero y pujante.
Éste no ha dejado a su paso más que ruina, miseria y
desolación. Y un saldo en lágrimas y sufrimiento
verdaderamente aterrador: más de cien mil homicidios bajo
un gobierno que ha mostrado el mayor desprecio por la
convivencia pacífica, la prosperidad y la seguridad de sus
ciudadanos.
No me cabe la menor duda de que este gobierno tiene los
días tan contados, como los tuvo el de Pérez Jiménez hace
cincuenta años. Se derrumba por el peso de sus ignominias,
abusos e iniquidades. Ya perdió el vigor y la esperanza
que lo alimentaron hace una década. Hoy, como diría el
trovador Silvio Rodríguez, no es más que “un gobierno de
difuntos y flores”. Se sostiene por el terror, la compra
de conciencias y el fanatismo de unos pocos descerebrados.
Podrá imponernos un fraude y torcer nuestra voluntad con
artimañas, artilugios y corruptelas. Pero está condenado
al abismo.
Lo sabe hasta Fidel Castro, que tiembla en su agonía. Ya
lo ansió el diputado de la trova: Ojala que no pueda
tocarte ni en canciones.
sanchez2000@cantv.net