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Haití ad portas
por Antonio Sánchez García  
jueves, 1 marzo 2007



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Era absolutamente inevitable: un gobierno tan incapacitado para gerenciar, dirigir y conciliar y tan capaz para enfrentar, dividir y destrozar el tejido económico, social y político nacional, no podía menos que traer el país a los albañales de la inoperancia, el peculado, la violencia y la desintegración que nos afecta. Estamos al borde de caer al abismo haitiano. De seguir las cosas por el rumbo determinado por el teniente coronel y sus sargentones – Rómulo dixit - , nos espera la depauperación, el caos, el más feroz de los canibalismos y la auto mutilación. En pocas palabras, así suene a horrendo neologismo: nos estamos haitiando.

Por cierto: de convertirnos en un segundo Haití no nos salvaron los hombres; nos salvó la naturaleza. Quítele a Juan Vicente Gómez el insólito ex abrupto de La Rosa, el pozo más descomunal de petróleo conocido hasta entonces en la historia, según reseñara en portada el New York Times, y tendríamos a la muerte de Gómez un país devastado, empobrecido y esquilmado. Poco menos el mismo cuero seco que legara la Guerra Federal. Sin tener con qué alimentar a sus habitantes empobrecidos. Pronto a ser presa del más feroz de los canibalismos políticos, como lo temiera hasta el espanto el llamado padre de la patria. Si hasta la aparición del petróleo el país viviera de la exportación de café y cacao, en franca decadencia por la evolución de la economía mundial, ¿cómo hubiera enfrentado Venezuela las exigencias de la modernidad a la muerte de Gómez? Es cierto: la generación del 28 había reunido a lo mejor de la juventud progresista del país. Pero sin petróleo, ni trabajadores petroleros, ni huelgas, ni la aroma a modernidad de los pozos perforados, los aires del nuevo siglo no se hubieran esparcidos por la patria devastada. Para fortuna y desgracia de Venezuela, el proyecto de modernización pudo ser impulsado gracias al financiamiento petrolero. Que subvencionó la democracia, atrajo una significativa inmigración de mano de obra calificada y permitió la aparente modernización del país.

Haga un esfuerzo de imaginación, quítele al país los ingresos petroleros, haga desaparecer sus efectos urbanizadores y la capacidad para atraer inversiones y mano de obra, y se encontrará con una desagradable sorpresa. Hasta el trienio, los hombres de Venezuela no habían hecho mucho por poner en pie una economía diversificada, una industria a la altura de los tiempos y una sociedad digna del siglo XX. Estuvimos a un tris de ser la Haití sudamericana. Éramos una hacienda cuartelera gobernada por sargentones corruptos y represores. Una gigantesca Rotunda, un cuartel, un campamento. Es la verdad, así nos duela.

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El horror a la haitización – la isla dejada a la deriva de la ira, la voracidad destructora y el canibalismo de sus esclavos libertos – fue lo que llevó a la sacarocracia – como llamara a la burguesía cubana el gran historiador Manuel Moreno Fraginals - a liquidar en ciernes todo capricho independentista. El ejemplo de los vecinos con el levantamiento de los esclavos a fines del siglo XVIII y la gran emigración dominicana que llegó a refugiarse en las costas cubanas tuvo un efecto devastador sobre la conciencia conservadora de la aristocracia cubana, blanca, racista y odiosamente reaccionaria. No fue causal que Cuba no se independizara: su burguesía prefirió esperar, como en los hechos, a que los Estados Unidos le sirvieran el plato de una seudo democracia tutelada por la doctrina Monroe y la enmienda Platt. Si hasta estuvo dispuesta a venderle el país al empresariado norteamericano a medidos del siglo XIX. Y así, con sus esclavos liberados pero controlados por el gendarme necesario, fue que la burguesía cubana se hizo a la modernidad. Siempre a medias, siempre dictatorial, siempre tutelada. Hasta que llegó el comandante y mandó a parar. Para instaurar la más represiva, la más totalitaria, la más abusiva de las dictaduras. Por cierto, racista hasta los huesos. ¿Ha visto usted un solo ministro negro a la vera del gallego Castro Ruz?

Porque podrán la Marta Harnecker, Hans Dietrich e Ignacio Ramonet cantar loas y misas y rasgarse las vestiduras por la llamada revolución cubana: en los hechos, un proceso de depauperación no muy alejado del modelo haitiano. Sin los militares rusos financiando la atávica incapacidad productiva de la sedicente revolución cubana y sin el petróleo venezolano regalado a manos llenas por los militares venezolanos, Cuba estaría a ciegas, con velones y a nivel de su trágica pobreza. Una versión ilustrada y marxistoide de Haití. Eso es Cuba: Haití regentada por un comandante blanco que juega a la violencia de la ilustración dieciochesca. Como si lo hubiera imaginado Alejo Carpentier: el siglo de las luces.

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En una reciente entrevista recordaba Germán Carrera Damas – conciencia histórica nacional – los consejos de Rómulo Betancourt a Luis Muñoz Marín para que se asociara a los Estados Unidos como forma expedita de mantener la integridad de la isla y evitar su haitización. Porque también a Puerto Rico la amenazaba esa trágica y reincidente enfermedad caribeña: seguir los pasos de Haití y vegetar en los más ínfimos y esclavizantes niveles de economía, política y cultura.

Podrá sonar desconsiderado y atentatorio contra nuestra vocación independiente. Pero, ¿de qué independencia puede hacer gala una isla vejada por una camarilla militar que hace y deshace con su pueblo, al que mantiene en los más ofensivos niveles de sub alimentación y dependencia? ¿Qué sería de Cuba sin los regalos del teniente coronel? Que por cierto, son arrancados de la boca de todos los venezolanos y de la riqueza que nos pertenece a todos. Pero de los cuales él hace un uso discrecional según el clásico criterio despótico, tiránico y dictatorial de quien se cree amo y señor de una hacienda, no presidente constitucionalmente electo de una nación libre y soberana. A punto de dejar de serlo.

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Ese es el estado al que se nos quiere conducir por las buenas o por las malas. Con elecciones trucadas o sin ellas. A crear sus condiciones sociales y económicas están dirigidas las medidas de control político, social y económico que se implementan a pasos agigantados. Chávez quiere una Venezuela rebajada a Haití: depauperada como en tiempos de Gómez. Esclavizada como la Cuba castrista. Con una masa multimillonaria de mendigos dependientes de las dádivas del Estado misionero. Y en su trono, un tirano. La nueva consigna no es divide et impera, como en tiempos coloniales. Es depaupera et impera: empobrece y reina.

Sabe que la crisis económica será el producto inevitable de la gigantesca inoperancia de su nefasta nomenclatura. Sabe que los efectos de una economía fracturada, artificialmente inflada por los ingresos petroleros y empujada al abismo de la inflación, el desabastecimiento y la devaluación serán catastróficos. Pero empuja su desenlace artificialmente, para terminar por estrangularla. Espera provocar una monumental crisis que, al paralizar todas las actividades productivas, permita su secuestro por el Estado. No le importa el caos provocado por tal estatización. Vive del humus que provoca su degeneración.

Ahora bien, cabe la pregunta acerca de la posibilidad real de que tal haitización tenga lugar y tal tiranía se entronice. El país productivo sufre y calla, en una aparente apatía, como si su estrangulamiento fuera un proceso inevitable. La tragedia de RCTV avergüenza y conmueve, porque sabe a muerte anunciada. Sin que los medios “hermanos” digan esta boca es mía. Sin que el país se alce en reclamo de su libertad de expresión. Haití ya está entre nosotros. Basta un recorrido por las zonas controladas por la cultura rojo-rojita, aquella que cierta irreverencia califica de territorio apache del chavismo, para ver su folklórica, su sórdida y desenfada expresión. Basta presenciar un debate en la asamblea y escuchar a los líderes de esta sedicente revolución para comprender que el lenguaje político, la conciencia y el nivel cultural de quienes controlan la república también se han haitianizados. Zombis del comandante.

Pero allí están los restos de cuarenta años de democracia. Ciudades modernas, decenas y decenas de universidades, orquestas sinfónicas, adultas e infantiles, industrias y empresas exitosas, una juventud empresarial y técnica, intelectualmente capaz y laboriosa. Incluso cientos de miles de nuevos vehículos lanzados a nuestras derrengadas y derruidas avenidas, en una hecatombe consumista que recuerda los peores años del carlosandresismo. ¿Serán barridas por la invasión de los zombis de esta cultura vudú que pretende aniquilarlos?

Tengo mis serias dudas. Creo que vamos al caos y la desintegración. Pero no tengo ninguna seguridad o certeza acerca del desenlace. Me cuesta imaginar que del caos y la desintegración surja un déspota para el milenio. A estas alturas de la modernidad y la globalización, ante el espanto y el estupor de la sociedad democrática globalizada. Las cartas están dadas. Pero el juego no ha concluido. La vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida.
 

HACIA EL CENTENARIO DE RÓMULO BETANCOURT

La Fundación Rómulo Betancourt, depositaria del ingente legado del más prolífico de los escritores venezolanos de todos los tiempos, que dirige su hija Virginia Betancourt, acaba de celebrar el cumplimiento de los 99 años de nacimiento del “padre de la democracia”, como acaba de llamarlo el gran historiador Germán Carrera Damas. Para celebrarlo, ha publicado dos obras esenciales: el volumen IV de su antología política, que cubre los cruciales años del trienio abierto por la llamada Revolución de octubre (1945-1948), y una selección de escritos políticos que abarcan su notable obra intelectual: desde 1929 hasta 1981, año de su muerte.

Mucho más prolífico que Simón Bolívar y sin disponer de escribanos y amanuenses a su pronto servicio, la obra de Betancourt profundiza en la caracterización de nuestra república, levanta un catálogo de nuestras más urgentes necesidades y orienta y clarifica para la acción política en momentos de grave oscuridad. Este pardo de humildes orígenes se elevó hasta “vencerse a sí mismo”, como señala Carrera Damas, sin más ayuda que su propio esfuerzo, hasta convertirse en el gran pedagogo y maestro de nuestro pueblo, el más notable estadista de la historia venezolana. Sin ninguna duda, no sólo el padre de nuestra democracia sino el venezolano más ilustre desde la fundación de la república.

Es de destacar la obra llevada a cabo por el politólogo Naudy Suárez Figueroa, encargado por la Fundación Rómulo Betancourt de compilar y prologar la obra del guatireño. Ha escrito además un importante opúsculo, Punto Fijo y otros puntos, que ve la luz conjuntamente con los otros volúmenes reseñados. Naudy Suárez es un acucioso y prolijo investigador, profundo conocedor de la obra betancourtiana, aún siendo un destacado socialcristiano.

Nada mejor que volver a las fuentes de nuestra democracia empapándonos del pensamiento de Rómulo Betancourt. En momentos en que la barbarie imperante pretende no sólo aplastar nuestros legados sino borrar de una plumada nuestras tradiciones históricas, volver a Rómulo y honrar su legado se convierten en política de sobrevivencia, en obligación moral, en imperativo categórico.

Mientras el militarismo reinante pretende reescribir la historia, es nuestra obligación salvaguardarla. La celebración del centenario de Rómulo Betancourt debiera ser efemérides de la más alta significación. Ya lo hemos planteado anteriormente y volvemos a proponerlo: sería la ocasión para declarar el año 2008 año betancourtiano y elevar a la memoria de nuestro padre democrático un monumento que haga física y material su memoria. Un bello motivo de movilización y rescate, en estos tiempos de tinieblas.

sanchez2000@cantv.net

 
 

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