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algo ha quedado claro tras estos ocho años de
tribulaciones, particularmente desde el despertar de la
sociedad civil con ocasión del decreto 1011 y la
conformación de un sentimiento, una acción y una
práctica inédita de oposición militante en nuestro país,
es que la mitad opositora de nuestra sociedad – por
cierto la más dinámica, productiva, profesionalmente
capacitada e intelectualmente desarrollada del país –
existe por sí y para sí, casi a pesar de los liderazgos
que a lo largo de este problemático período han asumido
ocasionalmente la conducción de sus asuntos
coyunturales.
Es cierto: dada la profunda crisis y la casi
extinción de los partidos políticos – causa y
consecuencia de la emergencia del caudillismo
autocrático a fines de los noventa – dichos liderazgos
han debido emerger casi a su pesar desde los diferentes
sectores de la vida nacional y por imposiciones
circunstanciales: empresarios, dirigentes sindicales,
líderes comunitarios, intelectuales y profesionales de
la política. No importa la circunstancia enfrentada, que
si juzgamos por los resultados prácticos, el más exitoso
de todos los ocasionales liderazgos opositores - no
debiéramos olvidarlo precisamente ahora, cuando se nos
comienza a cocinar al fuego lento del petkoffiano
"totalitarismo light" - fue el que impuso la renuncia
del presidente de la república y su ominosa derrota
política y militar del 11 de abril. Lo que tales líderes
fueron capaces de hacer o no hacer una vez obtenido el
Poder, es harina de otro costal. A pesar de la tortuosa
escritura impuesta post festum y a costos descomunales
desde Miraflores, el juicio de la historia aún está
abierto. La herida no ha cicatrizado.
De creerle a este CNE, de cada diez
venezolanos por lo menos cuatro rechazan al teniente
coronel y al régimen contra natura que le está
imponiendo al país. Eso, a nivel de la percepción
política y de la conciencia en sí y para sí de esa
gigantesca y altamente politizada masa opositora, capaz
de renacer de sus cenizas con cada envión que lo
requiera. Que si vamos más al fondo de la cuestión y nos
preguntamos por lo que piensa y anhela el conglomerado
nacional, por lo menos 8 de tales diez venezolanos se
declaran anti comunistas, defienden la propiedad privada
y el libre mercado como el más deseable de los sistemas
socio-económicos, no consideran pecaminosa la riqueza y
consideran al sistema de convivencia democrática como el
más decente y deseable de los sistemas políticos. Diga
el régimen lo que diga y pretenda lo que pretenda: hasta
ahora no ha logrado conmover los pilares de la
hegemonía cultural impuesta por cuarenta años de
democracia y dos siglos de vida independiente en
Venezuela. El opositor venezolano continúa siendo un
demócrata militante. Y ese comportamiento vital no lo
extirpará el régimen con medidas de corte fascista y
totalitario, como las que le arden en la punta de los
dedos contra nuestros medios más emblemáticos. Para
lograrlo tendrá que oprimir en bruto: y eso, bueno es
recordárselo al Sr. Petkoff, se llama totalitarismo a
secas, sin adjetivaciones indulgentes.
2
Son hechos constatados por todas las
investigaciones y encuestas existentes. Es más: a nivel
del imaginario y la conciencia política de los adeptos
al teniente coronel se verifica una fisura insuperable
entre la simpatía espontánea y la identificación
inmediata con el caudillo y el universo ideológico que
lo sustenta. La adhesión a Chávez se verifica en un
nivel intelectual pre-lógico, propio de atávicas
tradiciones caudillescas en las masas más retrasadas de
la Venezuela heredera del universo rural del siglo XIX.
Y es inseparable de la relación premio-castigo propio de
comportamientos sociales primitivos. Es un fenómeno
extemporáneo, que tiene lugar en sedimentos ultrapasados
por la conciencia más evolucionada del país. Quítele al
caudillo el premio de la mano, y allí se desinfla su
liderazgo: sin taquilla, no hay socialismo del siglo XXI.
Puro Pavlov, nada de Lenin. Convertir esa adhesión
simpatética y espontánea de masas no emancipadas, de
naturaleza atávica, en fuerza motriz de procesos
socio-políticos más sofisticados, como una revolución
socialista, es algo absolutamente problemático. La
relación entre el caudillo que premia y la masa que
aclama debe retroalimentarse sistemática y
permanentemente. La adhesión nunca es plena y absoluta,
producto de la razón. Es reflejo condicionado de una
ancestral cultura populista. Como lo demuestran todos
los casos de caudillismo populista en Venezuela y
América Latina.
Nada más lejos del universo motriz y la
cultura opositora que esa relación de conveniencia
crematística y subordinación material que lastra y
macula al chavismo. El opositor venezolano procede por
convicción, no por conveniencia. Defiende altos valores
intelectualizados en la conciencia de la modernidad: la
libertad, la justicia, la democracia. Y actúa por
motivos de altruismo nacional: es un patriota que ama a
su país y quisiera verlo situado a la cabeza de la
región en su marcha hacia la prosperidad, el éxito, la
justicia.
Estamos ante dos mundos diametralmente
diversos y paradojales. Un proyecto altamente
sofisticado como el del socialismo - el único que se
conoce, el científico formulado por Marx y Engels en el
siglo XIX -, pensado como superación del capitalismo al
integrar valores superiores de la civilización, requiere
precisamente de un capitalismo altamente evolucionado,
de un proletariado consciente y de los valores que le
acompañan: de todo lo cual carece absolutamente esta
Venezuela marginal, monoproductora y petrolera. Tener
que recurrir a la subvención, la franela y la gorra, el
transporte gratuito, el almuerzo y la mesada para
lograr una escuálida movilización de masas es confesión
directa de un fracaso manifiesto. Aquí, sin billete no
salta el mono. Para Marx, el socialismo era impensable
sobre los hombros de esos factores sociales degradados
que llamara lumpen proletariado. El
socialismo, incluso el tropical que convocara Fidel
Castro a comienzos de los 60, no es posible con mesnadas
marginales y zarrapastra mendicante: exige del llamado
“hombre nuevo”, capaz de sacrificios materiales y
absoluta y superior entrega espiritual como de una
condición sine qua non. Y de líderes civiles, no de
militares golpistas. Vaya el discurso del presidente de
la república en el Panteón Nacional como prueba en
concreto de que tales valores están ausentes incluso del
liderazgo supremo de esta sedicente revolución.
3
Sin comprender la naturaleza del opositor
venezolano y el carácter "por ahora" tendencialmente
totalitario del régimen, no hay liderazgo que pueda
asumir a plenitud, con conciencia y vigor la conducción
política, social, cultural de los demócratas venezolanos
contra la tentación del totalitarismo. Y lo que es más
importante: articularlo tras una estrategia de Poder, un
Proyecto Nacional y una auténtica Revolución Política a
futuro. Que es lo que está planteado como requerimiento
histórico por los nuevos tiempos de la modernidad y la
globalización. Desde luego: es una falacia pretender que
Manuel Rosales es el único y exclusivo responsable de
haber puesto en pie el porcentaje que - de creerle a las
autoridades oficialistas del CNE -, se obtuviera el 3D.
Ese porcentaje es un capital estable, un fondo
permanente, un recurso vivo y siempre latente de la
oposición venezolana. Y no es mensurable porcentual,
cuantitativamente: es un valor cualitativo, esencial e
intransferible de nuestra cultura democrática. Es un
bien siempre a disposición de quien se atreva a asumir
los retos de la Venezuela Democrática y enfrentar a
quien pretende acabar con ella. Lo sorprendente
cuantitativamente es más bien lo contrario: ese capital
tocó fondo. El porcentaje electoral obtenido el 3D –
siempre de darle crédito a este CNE – es el más bajo
obtenido por la oposición en las cuatro contiendas
electorales en que ha enfrentado al chavismo: 1998,
2000, 2004 y 2006.
Más que al crecimiento de las mesnadas
electorales del oficialismo, tiendo a pensar que tal
caída se debió a errores estratégicos de la concepción
global de la campaña opositora. Una campaña exitosa
debió haber atendido a la correcta caracterización de
los valores políticos, culturales, sociales, nacionales
e internacionales de la oposición venezolana. Debió
haber caracterizado correctamente al régimen - no una
mala democracia, sino un totalitarismo en proceso. Y
entregarle la conducción de la campaña a quienes
representan de manera cabal la oposición a dicho
proyecto, no a quienes simpatizan con ellos o banalizan
sus tendencias totalitarias.
Creemos que los temas prioritarios a ser
discutidos hoy por la oposición venezolana - no
importan color ni condición - tienen que ver con este
fenómeno: la caracterización de nuestros valores, la
definición de nuestro proyecto nacional, la creación y
desarrollo de los mecanismos que contribuyan a
fortalecerlos intelectual, ideológica, orgánicamente. Y
a encontrar y destacar a las figuras auténticamente
capaces de representarlos. Para enfrentar de manera
inclaudicable e incondicional e imponerle un dique de
contención a un régimen totalitario como el que se nos
pretende imponer. Nada más grave que caer en manos de
quienes no comparten dichos valores, muestran
debilidades congénitas con los anti valores del
oficialismo, muestran una grave pusilanimidad a la hora
de defender los más sagrados principios de la libertad y
la democracia y caen seducidos por ofertas
crematísticas, manejos de populismo doloso, caudillismos
de menor cuantía.
Desde luego: para evaluar nuestra fuerza,
calcular nuestros bienes y efectuar un balance de lo que
somos y lo que queremos, debemos prescindir de auto
engaños y manipulaciones dolosas. El 3D se sufrió una
terrible, una dolorosa, una grave derrota. Hay que
investigar las razones. Conformarnos con la
autocomplaciente aseveración de que tal campaña nos sacó
de abajo, es apostar muy bajo a nuestra inteligencia y a
nuestra credibilidad. Creer que el magro resultado –
siempre de creerle a este CNE oficialista – fue producto
de la genialidad de una campaña extraordinaria y un
extraordinario candidato es una sencilla tontería. La
oposición tiene esa fuerza monumental – sea quien sea
quien la comande y motive. El objetivo no es constatar
tras cada medición electoral que somos el porfiado 40%
de la población ciudadana de Venezuela que se resite a
arrodillarse, como insisten en señalarlo quienes del
lado oficialista temen la expresión de una verdad mayor.
Es convertir esa fuerza cultural, económica, social y
políticamente tan poderosa en un factor indoblegable
que sepa exigir las reglas del juego propias de una
democracia. Si tal juego se librara dentro de marcos
democráticos. Y sea capaz de ir mucho más lejos, si así
lo quiere y exige el adversario.
Ese es el desafío del futuro liderazgo:
acoplarse con el sentimiento opositor y asumir su
conducción con coraje y grandeza. Es innegable que
Manuel Rosales parte desde una excelente plataforma.
Podría desbaratarla si no atiende a la gravedad del
momento y no comprende la circunstancia histórico
universal que vivimos. No necesitamos un gobernador.
Necesitamos un líder capaz de fundirse en cuerpo y alma
con uno de los conglomerados sociales y políticos más
valiosos de América Latina. Para ponerse desde ahora
mismo al frente de sus luchas en defensa de nuestros
derechos, impidiendo la consumación de las perversas y
declaradas intenciones totalitarias del régimen. Para
construir la gran, la inmarcesible patria que nos legó
Bolívar.