Chávez está aterrado. Y
da un paso atrás y hacia la derecha, como lo ha hecho antes de
cada proceso electoral
“No me engañáis, aunque de rojo vistáis” – le decía
el mosquetero Cantinflas al Cardenal Richelieu en su maravillosa
sátira de la obra de Alejandro Dumas. Lo he recordado al ver al
caudillo granate disfrazado de azul, esgrimiendo una ramita de
olivo en una mano y sosteniendo una blanca palomita amaestrada
en la otra. Bien podríamos parafrasear a Mario Moreno
diciéndole: “Yo te conozco mosco y aunque de azul vistáis, no
me pitáis”.
Es tarde para remendar el entuerto de ocho años de
delirios revolucionarios, de extremismo visceral, de entreguismo
fidelista y guerrillas continentales. Ha corrido demasiada
sangre, ha regalado demasiado dinero ajeno, ha provocado
demasiadas ruinas y demasiados sufrimientos como para creer que
volveremos a caer seducidos por los cantos de sirena de sus
alitas en los hombros y sus laureles plateados en las sienes. A
Chávez se le ven las pezuñas debajo de su azulada piel de
cordero. Y la sangre inocente debajo de sus guantes de
terciopelo.
¿Por qué este violento giro al centro de quien ha
hecho de la izquierda mundial su guarida? ¿Por qué este súbito
pacifismo en Nicolás Maduro, el mismo que hace unos días armaba
una gigantesca alharaca en Nueva York culpando al imperialismo
norteamericano de todos nuestros males y hoy se rasga las
vestiduras criticando a sus socios norcoreanos por haber hecho
explotar una bomba nuclear?
La razón es clara como el agua: Chávez está
aterrado. Y da un paso atrás y hacia la derecha como lo ha hecho
antes de cada proceso electoral. A ver si emborracha a la clase
media y la lleva a bajar la guardia. A ver si abre las llaves de
seguridad y deja escapar la presión insoportable de una mayoría
que no se lo cala más. Pero esta vez con un inevitable
agravante: la oposición está unida, tiene un rostro popular,
está blindada contra la demagogia telenovelera y está dispuesta
a cobrarle muy caro el desastre de esta pesadilla.
La jugada sigue un guión como dictado en La Habana
por Fidel Castro: “pide perdón Hugo, arrodíllate, que ese pueblo
es bolsa y todo lo olvida”. Pero precisamente por seguir al
consejero: ha ido demasiado lejos. No hay vuelta atrás. Peor
aún: vistiendo de azul descuida a sus franelas rojas, sometidos
al asalto de Mi Negra. De modo que la movida puede salirle al
revés.
Va palo abajo. Lo esperaremos en la bajadita.