Para
H. el temor es que no reciba otro microcrédito y el trabajo de lo
últimos 4 años se pierda, tal y como le dicen sus amigos de
partido. Aunque no vive mejor que antes, al menos tiene su pequeña
empresa y la sensación de dignidad le llena los huecos en la
nevera. Cuando ve a sus hijos en el espacio que han acondicionado
para trabajar en casa, piensa que al menos les dejará algo para
que salgan adelante. También piensa que adelante es un lugar
incierto, pero en el barrio siempre ha sido así: el futuro es una
promesa incumplida. No cree en el presente que está viviendo, pero
al menos se ha materializado en una maquinaria y algo de trabajo,
cuando hay.
Lo que H.
necesita es alguien que le diga: lo que has logrado es gracias a
tu trabajo y tendrás la oportunidad de llegar más allá.
El caso de J. es
otro. Entró al ministerio hace 8 años gracias a un tío que
trabajaba allí y recién se jubiló. De carácter tranquilo y algo
tímido, prefiere callar cuando se habla de política para no
revelar su débil compromiso con la revolución. Ha asistido a dos
actos masivos en la avenida Bolívar, por curiosidad y para ser
visto por sus colegas, y las palabras del presidente le despiertan
un calorcito que se disipa al ver a sus hermanos desempleados. Es
uno de esos que puede decir que está más o menos, y su temor, es
que una movida de mata lo deje en la calle. Él solo quiere hacer
su trabajo, y como su tío, aprovechar el puesto para construirse
una casita en el interior.
A J. solo le hace
falta un empujoncito, alguien que le diga: tu carrera será
respetada, no habrá pase de factura.
En la cabeza de
P. ya no cabe tanto ruido. Por eso no compra prensa y ve solo
cable. Siente que hay una histeria colectiva, que en lugar de
razones se gritan pasiones, que en la obcecación por sacar al
presidente se olvidó lo que viene después. Asistió a varias
marchas en Parque del Este, pero después de escuchar los discursos
en la tarima y discutir con la gente porque decirle monos a
los chavistas le parecía un clasismo inaguantable, prefirió
quedarse en casa. Al escuchar al presidente que insulta su
inteligencia, le parece que las movidas en la Asamblea son un
atropello, pero no puede dejar de sentir cierta simpatía por ese
discurso de inclusión y justicia social. Le basta asomarse por la
ventana para saber que hay más verbo que hechos, pero del lado
contrario nada la seduce. Ha pensado quedarse en casa el 15.
Con P. es
cuestión de darle argumentos. Sin gritar, sin atacar. Un discurso
capaz de desmontar los estereotipos, de reconocer los aspectos
positivos del otro y hacerlos suyos.
Quizás la
situación de M. sea muy común. En el cerro no había médico y ahora
si hay. Que sea cubano poco le importa, lo cierto es que le curó a
dos muchachos y es un tipo simpático. El mayor se metió en una de
las misiones y sacó bachillerato. Los reales hacían falta en casa
porque la cosa esta mala, por eso le agradece al presidente que se
ocupe de los pobres. Pero la cosa está mala, es verdad, y el
gobierno promete pero no cumple. Todos dicen que la oposición los
va dejar por fuera, que los ricos volverán al poder y ellos
seguirán abajo. Ella lo que quiere es harina para las arepas y que
los muchachos consigan trabajo. Quien se lo de, tiene su voto.
Para M. y muchas
otras falta quien le diga: las cosas buenas que llegaron al barrio
ahí se quedarán y en el futuro tú serás la prioridad.
Hoy la
Coordinadora Democrática presenta el Plan Consenso País, su
programa de gobierno para la transición. Finalmente aparece la
oferta clara después de Chávez. Para los convencidos será una
razón más para votar. Para los indecisos, los que dudan, los
desencantados, serán los argumentos para el SI. Pensar que los
niveles de popularidad de Chávez son simple producto de la compra
de voluntades es querer ver la realidad a través del lente que más
conviene. Lo cierto es que su discurso pugnaz, intolerante,
hegemónico y contradictorio ha logrado disfrazarse con mantos
programáticos. Ahora es el turno de la oposición para no solo
hablarle a su gente, sino lanzar la red más allá, donde están los
que pueden inclinar la balanza a favor.
