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¡Pobre Marx!
por Aníbal Romero  
domingo, 27 noviembre 2011


Desde su apartado rincón en el infierno, Carlos Marx observa estupefacto el curso de los eventos en la Europa actual y se pregunta: ¿Qué pasó con mis profecías? Tiene razón al sorprenderse. El escenario europeo no podría contradecir de modo más flagrante la ortodoxia marxista. En medio de una generalizada crisis capitalista los pueblos votan contra la izquierda y por los conservadores. Entretanto los partidos de izquierda, que se presume deberían al menos sostener el principio leninista de la “primacía de la política”, se dedican más bien, como en Italia y Grecia, a llevar al poder gobiernos tecnocráticos, incoloros, inodoros e insípidos, para que realicen la tarea inequívocamente política de imponer la austeridad y someter a los trabajadores y la clase media a una severa reducción en sus niveles de vida.

Uno no deja de asombrarse ante lo que ocurre. Es obvio que la izquierda europea, para regocijo de quienes criticamos sus banalidades, sufre la más grave de las enfermedades: la que extravía los espíritus y les pierde sin remedio. Esa izquierda, que debería ser la primera en entender la naturaleza ultra-capitalista del llamado proyecto europeo, es sin embargo su principal defensora, enredándose en consideraciones idealistas acerca de la “identidad cultural” y otras abstracciones por el estilo, que habrían hecho llorar, o quizás arrastrarse de risa, a sujetos como Lenin y Trotsky.

En efecto, la Unión Europea es en su esencia el vehículo a través del cual las corporaciones del viejo continente intentan competir en un mercado global capitalista, acosado por tiburones gigantescos como EEUU, China e India. Frente a semejante realidad la izquierda europea se dedica mansamente a defender el Estado de Bienestar socialdemócrata, cuyos precarios cimientos se agrietan de manera patente y cruel, dejando a la deriva las quimeras seculares de una prosperidad siempre creciente, ilusión óptica bajo la que ha vivido Europa estas pasadas décadas.

El espectáculo hipnotizante, por su palpable inexorabilidad, de la decadencia del Euro, en lugar de alegrar los corazones de los socialistas europeos les pone a temblar. Y es que esa izquierda europea se ha integrado tanto al sistema imperante que ya ni se atreve a organizar protestas o liderar a los sindicatos. Su propuesta es puramente administrativa y no política. Lo que ofrecen es gerenciar más eficazmente el Estado de Bienestar, concepto tan en quiebra como los bancos franceses. Ni siquiera osan asumir el poder cuando las cosas se ponen difíciles, y cual corderitos se suman al coro de los “técnicos”, en empeño inútil para reemplazar la política con espejismos burocráticos.

Desde luego, siendo la vida un proceso dinámico, hasta en la esclerótica Europa de hoy el colapso de la izquierda tradicional abrirá las puertas a la radicalización de algunas de sus partes, y quizás el viejo Marx reciba un poco de oxígeno en medio de los vapores sulfurosos, una vez que los sectores extremistas se organicen y comiencen, en clave leninista, a lanzar consignas que respondan a las “ineludibles exigencias del momento histórico”. Europa apenas inicia un camino que la conduce directamente a la radicalización de la política, de izquierda y derecha. El terremoto económico que la estremece a raíz del derrumbe del sueño, más grave de lo que se admite, tiene un potente impacto social. ¿Qué respuestas articulan las fatigadas élites europeas, ahora que sus utopías se desvanecen? ¿Tienen aún interés y fuerza para dar a la libertad del ser humano una oportunidad, en vez de asfixiarla más y más?

 
 

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