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La ominosa historia de las niñas malas de Venezuela
por Angel Rivero
domingo, 30 agosto 2009


Desde que el grito de independencia rompió la quietud de la Semana Santa colonial, el jueves 19 de abril de 1810, a la mujer venezolana la envolvió el mismo fervor revolucionario que indujo a sus pares varones a lanzarse en pos de la gloria para inscribir su nombre en la historia. Luisa Cáceres de Arismendi, en el Castillo de San Carlos Borromeo de Margarita, Eulalia Buroz, en La Casa Fuerte de Barcelona, Josefa Camejo, en las calles de Coro, Juana La Avanzadora, en Maturín y las numerosas y heroicas soldaderas anónimas, que siguieron al ejército patriota en las batallas combate, son nombres y hazañas que debemos recordar con respeto.

Respeto que también merecen, las miles de mujeres, violadas y sacrificadas, por las hordas de Ezequiel. Barbarie alimentada por el odio que los demagogos liberales del siglo XIX, Tomás Lander y en especial -el más execrable de todos; el populista y gaseoso Antonio Leocadio Guzmán- sembraron en el corazón de los más humildes en el preludio de la espantosa Guerra Federal que costó al país más de 300 mil muertos, a mediados de ese siglo.

Una tradición de lucha y espíritu de sacrificio, que enaltece a las mujeres de ese tiempo porque no se entregaron voluntariamente a sus verdugos, ni se rindieron ante los dictadores sucesivos, salvo algunas individualidades que se plegaron a las veleidades de Guzmán Blanco, y las damitas encopetadas de la sociedad caraqueñas, de los días de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, que se prestaron para educar a la montaraz oficialidad andina, con miras al disfrute del poder. Mención aparte merecen, por su valentía, las honorables mujeres que arriesgaron sus vidas en la lucha contra Pérez Jiménez.

Elogio que jamás recibirán las revolucionarias colaboracionistas, de la pandilla de delincuentes que detenta el poder. Vergonzosa brigada de mujeres que no les importa que la misoginia militar las patee, con la misma brutalidad de las hordas de Zamora. Algo más, aceptan que el Hugorila las utilice para limpiar las excrecencias del régimen, las humille y soborne para que difundan los valores de una ideología condenada al fracaso y las induce a comportarse como las mujeres complacientes, de las dictaduras precedentes. Desvergüenza que jamás se vio en los 40 años de la imperfecta democracia puntofijista donde las mujeres, en funciones de gobierno actuaron con dignidad y no le besaban los pies al jefe de estado.

En la actualidad, la sumisión es la única credencial que se requiere para que, un hombre o mujer, ocupe un cargo relevante en el chavismo llevando las mujeres la peor carga, ejecutando las tareas más infames, que las expone al escarnio público – las niñas malas de la película- en desmedro de su condición femenina. Por supuesto, que ellas no están exentas de culpas y se prestan para los actos más inescrupulosos con la misma pérdida de la dignidad, de las muchachitas que se acuestan por hambre en la Cuba de los Castro, paradigma a seguir en la mal llamada revolución bolivariana.

He aquí algunas de las más conspicuas niñas malas del chavismo, que tienen sus asignados, en la Historia Universal de La Infamia:

Luisa Estela Morales, complaciente presidente del Tribunal Sumiso de Justicia, quien avala con su infinita sapiencia las truhanerías que la justicia revolucionaria, que sus probos magistrados juzgan, ecuánimemente para atornillar a Hugorila al poder.

Luisa Ortega Díaz, Fiscal General de la Nación, nada sabe de derecho, pero es experta en inventar delitos como el amañado a Manuel Rosales y se da el lujo de elaborar un proyecto de ley, sin estarle permitido, para regular la libertad de expresión.  Como fiscal, justificó la salvaje agresión a los periodistas de la Cadena Capriles. Pero no tuvo coraje para instruirle un expediente al cobarde coronel Benavides, que quiso amedrentar a la periodista Del Valle Canelón ¡Una mujer digna!

Cilia Flores, flamante Presidente de la Asamblea Nacional, ex sumariadora de expedientes policiales, quien arrastra el nauseabundo saco de resoluciones elaboradas en Miraflores y es la encargada de pastorear el rebaño de levanta manos que aprueba las más aberrantes leyes, que los diputados más jalabolas, no se han atrevido a votar, en toda la historia del parlamento. Entre ellas, la Loe, que hipoteca el futuro de los niños y la ley sapo, para consagrar la delación como virtud revolucionaria. En ese rebaño las otras niñas malas, las diputaditas de la Asamblea, se diluyen en la insignificancia de los legisladores, que nunca han  hablado ante el foro, por miedo a caer en la incoherencia de Desiree Santos o en los desvaríos de la irascible Fosforito. Ellas matan el tiempo aguardando el quince y último para comprar ropita y ellos velando las mismas fechas, para gastar el sueldo en las tascas de Las Mercedes.

Tibisay Lucena, la gordita Presidente, del Consejo Supremo Electoral, vive pensando en las dietas, el cuidado de su peinado y la tardanza de la llegada de alguna Ley para firmarla sin leer y justificar el sueldo.

Finalmente, la imperceptible Gabriela Ramirez, la heredera de la Defensoría del Puesto, todavía no sabe para qué está ahí, ni tampoco sabe qué fue lo que hizo en el cargo, la anterior nulidad que lo ocupaba, un tal Germán Mundaraín.

Todas ellas, son  el prototipo de las niñas malas, constructoras del socialismo del siglo XXI en Venezuela. El valioso aporte de la revolución bolivariana a la literatura universal cuyas historias,  el gran Mario Vargas Llosa debería recopilar para escribir una segunda versión ampliada, de su  “Travesuras de la niña mala”. El éxito está asegurado.


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