Dado su
precario conocimiento de la historia, que no pasa de la
lectura mal digerida, de la Venezuela Heroica de
Eduardo Blanco y sin una formación política que le diera
soporte ideológico a su sueño de convertirse en dictador,
Hugorila recurrió a un bodrio de su invención que llamó
El Árbol de Las Tres Raíces. Saco de gatos donde
enmochiló a Bolívar, Simón Rodríguez y Zamora, para usarlos
como el señuelo que atraería a todo tipo de aventureros, sin
más estatura moral que la ambición y la falta de escrúpulos
donde se colaron militares de la catadura de Ramón Rodríguez
Chacín, delincuentes civiles como la Lina Ron, y el taimado
José Vicente Rangel.
Hugorila se
apropió del prestigio de Bolívar, para erigirse en su
heredero y dejó en el camino a Simón Rodríguez porque no
entendía eso del humanismo civilista, que tanto predicaba el
maestro del Libertador. Zamora tuvo mejor suerte, por era el
motor del odio de clases, que le inculcó, el demagogo
Antonio Leocadio Guzmán, razón por la que Hugorila lo
convirtió en el paradigma de las huestes sanguinarias de su
izquierda disociada.
Fue así como
Lina Ron, su más virulenta seguidora encontró sin saberlo su
símil en la historia, entre las hordas de Ezequiel Zamora:
el criminal Martín Espinosa, un ex bonguero de El Pao, de
quien Zamora decía: “el odio represado en el zambo es
nuestro mejor aliado”. Un violador de mujeres a las que
decapitaba, después que sus trece fieras, como llamaba a sus
lugartenientes, saciaban sus bajos instintos. Martín
Espinosa y Tiburcio, su brujo particular, han sido señalados
como los peores asesinos en la historia de nuestras
contiendas civiles.
Al grito
“¡Mueran los blancos y los que sepan leer y escribir!”, este
par de criminales reclutó negras muchedumbres que llenaron
de espanto la guerra federal. Ante su proximidad y la de sus
hordas, los godos se batían en fuga sin combatir. Sin
embargo, la conducta de Espinosa y su cancerbero, no sólo
era sólo reprobada por el enemigo, sino también por los de
su bando. Tantos desmanes hicieron que Zamora terminara
fusilándolo junto con sus trece lugartenientes con nombres
de fieras.
Algo a lo
Hugorila no le dio importancia porque en los crímenes de
Martín Espinosa había encontrado el origen de su odio de
clases. La verdadera piedra angular de su resentimiento
social, que convirtió en su doctrina. Hallazgo que la
delincuente Lina Ron llevó la praxis, en los asaltos al
rectorado de la UCV, al Palacio Arzobispal y a Globovisión.
Impunidad que estimulan otros delincuentes como Valentín
Santana que ven en la ferocidad de Lina la reencarnación de
Martín Espinosa, por considerarla una de las ideólogas más
talentosas de las hordas chavistas. ¿Alcanzará Lina Ron y
sus secuaces, un castigo ejemplarizante cómo el que mereció
Martín Espinosa y sus trece fieras?
Ref. Herrera
Luque, Francisco. Los 4 reyes de la baraja.