En sus Reflexiones sobre la cuestión
judía Jean Paul Sartre sostuvo que el antisemitismo es
una visión racista y conspirativa de la historia y una
pasión enfermiza del espíritu. De su lado, Paul Johnson ha
argumentado que el antisemitismo daña sicológicamente a
individuos y sociedades enteras que lo asumen, como
ocurrió a España el siglo XVI, a Alemania el siglo pasado
y ahora al mundo árabe-musulmán frente al Estado de
Israel.
Todos los antisemitas se parecen pero no
son iguales. Algunos procuran revestir su odio con un
disfraz de racionalidad, otros se subordinan a una pasión
oscura y no pocos son simplemente ciegos. Hugo Chávez
pertenece a este último grupo, es decir, a los antisemitas
que lo son pero no saben que lo son o no lo admiten. Con
frecuencia el antijudaísmo ciego se esconde bajo la
presunta distinción entre las políticas de Israel y “los
verdaderos intereses del pueblo judío”, como lo expuso el
Embajador de Venezuela ante la OEA en un reciente e infame
discurso.
El antisemitismo de Chávez proviene de sus
extensos contactos con el ya fallecido sociólogo
argentino, negador del Holocausto y agente del gobierno
iraní Norberto Ceresole, cuya influencia ideológica sobre
el caudillo venezolano ha sido más honda y prolongada de
lo que se sospecha. Del antisemitismo de Chávez, que se
suma a su antiyanquismo y vocación autocrática, surge la
alianza del régimen bolivariano con Irán, alianza que
tiene aspectos políticos, estratégicos y económicos.
El avance hegemónico de Irán en el Medio
Oriente y su programa nuclear constituyen una amenaza para
Occidente en su conjunto, no sólo para Israel. Una vez que
adquiera el arma atómica un Irán fundamentalista
desestabilizará la región, acrecentará su apoyo al
terrorismo a nivel internacional y estará en capacidad de
crear a su antojo convulsiones dirigidas a aumentar los
precios del petróleo. Chávez ha escogido un aliado que
podría además arriesgarse a importar a territorio
venezolano armas ofensivas, con rango suficiente para
alcanzar territorio continental estadounidense.
Entretanto, los militares venezolanos viven en el pasado y
desconocen los peligros que enfrentan.
La ruptura de relaciones diplomáticas con
Israel pone de manifiesto el doblez de un régimen que
jamás ha condenado a Teherán, Hamas y Hezbolá por su
rechazo a reconocer al Estado judío y por su intención de
aniquilarle. Desgraciadamente Chávez no está sólo. El
antijudaísmo crece en Europa, en particular en España,
Francia e Inglaterra, acosadas por el miedo al radicalismo
islámico y a las comunidades musulmanas que albergan en su
seno, y complacidas de cuestionar con duplicidad a Israel
porque se atreve, como es su obligación hacerlo, a
defender a sus ciudadanos de un diario hostigamiento. No
pocos medios de comunicación europeos tratan a Israel de
“genocida”, asimilando el Holocausto a la lucha del Estado
judío por su supervivencia. Europa pretende lavar sus
culpas anteriores criticando a Israel y fingiendo un
balance que oculta un inconfesable fariseísmo.
El Estado judío tiene derecho a existir,
pero el mundo árabe en general y los palestinos en
particular no se han reconciliado con ello. Una paz
estable y duradera jamás será posible en tanto grupos como
Hamas y Hezbolá, así como Estados radicales como Irán y
Siria no abandonen su objetivo de destruir a Israel. La
hipocresía mundial en torno a este hecho central y clave
no debe desalentar al pueblo judío y sus dirigentes, que
tienen la solidaridad de numerosas personas que respetamos
su coraje en medio de tantas adversidades.