He tenido la inmensa fortuna de leer en
semanas recientes un par de estupendos libros, que deseo
comentar en esta nota. Me refiero a los dos tomos de
memorias del gran escritor húngaro Sándor Márai, quien se
quitó la vida en 1989. Se trata de obras
extraordinariamente bien escritas, con honda pasión y
suprema lucidez. Las traducciones al castellano parecen
bastante adecuadas, y en realidad ambos volúmenes,
Confesiones de un burgués (CB) de 1923, y
¡Tierra, tierra! (TT), escrita luego de que
Márai dejase definitivamente su país en 1948, despiertan
inmediato y sostenido interés.
El primer volumen hilvana varios temas, que
son desplegados armoniosamente y se entremezclan una y
otra vez. El primero es la descripción de la última fase
del “período burgués” de la historia europea, período que
se extiende, en términos generales, desde el siglo XVII y
hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Márai
nos proporciona una pintura llena de nostalgia de una
etapa histórica creativa, que alcanzó grandes hazañas del
espíritu con base en una vocación humanista de sólidos
valores, centrados en la dignidad y libertad del
individuo. La burguesía europea, principal responsable de
las grandezas y miserias de ese tiempo, fue el ámbito
humano donde creció y se formó Márai, en el seno de una
familia católica de la Europa central. Esa burguesía era
conservadora y romántica, segura de sí misma, acostumbrada
a una abundancia manejada con hábitos de moderación, y
capaz de equilibrar los negocios con la alta cultura.
Señala Márai que en Kassa, la pequeña ciudad húngara de su
infancia, con sólo cuarenta mil habitantes, “vivían y se
enriquecían cuatro libreros”. (CB, p. 49). El autor
se define con orgullo como “burgués”, y explica el
significado que el término tuvo para él: “Ser burgués
nunca ha sido para mí una categoría social; siempre he
considerado que se trata de una vocación. La figura del
burgués representa para mí el mejor fenómeno humano creado
por la cultura occidental moderna, justamente porque el
burgués es quien ha creado la cultura occidental moderna…”
(TT, p. 136). Esta reivindicación del papel creador
de la burguesía europea vincula de manera estrecha los
libros de Márai con las también sobresalientes memorias de
Stefan Zweig, El mundo de ayer, así como con la
novela de Thomas Mann, La montaña mágica. En todas
ellas se percibe la misma añoranza, llena sin embargo de
espíritu crítico, por un mundo que sus autores conocieron
y amaron, un mundo que escondía profundas grietas detrás
de su aparente estabilidad y esplendor, y que experimentó
una irreparable catástrofe entre 1914 y 1918.
Otro tema relevante del primer volumen es
el estudio de una personalidad en evolución, de su
infancia, adolescencia y juventud hasta 1934, del
despertar de una vocación de escritor, del amor, las
alegrías, desazones y conflictos que de un modo u otro a
todos nos afectan, y ante los que respondemos de diversas
maneras. Se trata de un ejercicio intelectual sobre el que
Goethe formuló un modelo en su Wilhelm Meister, y
al que Márai aporta una descarnada sinceridad y penetrante
mirada analítica. El primer tomo cubre el período de
postguerra hasta el ascenso de Hitler al poder, y Márai
realiza interesantes, divertidos y amargos apuntes sobre
Alemania, Francia, Italia e Inglaterra, países en los que
pasó temporadas durante esos años. Sus observaciones sobre
el carácter, peculiaridades, virtudes y pequeñeces de
alemanes, franceses, italianos e ingleses son en ocasiones
hilarantes, otras veces lastimosas y tragicómicas.
El segundo volumen, ¡Tierra, tierra!,
es algo distinto en cuanto al tono, menos íntimo, más
volcado hacia el contexto histórico, pues en sus páginas
Márai narra el fin de la Segunda Guerra Mundial y la
llegada del Ejército Rojo a Budapest, la conquista gradual
del poder absoluto y el establecimiento del totalitarismo
por parte de los comunistas, y por último la decisión de
abandonar su Patria y asumir las consecuencias del exilio.
¡Tierra, tierra! es un libro desgarrador, que como
el anterior pone de manifiesto lucidez y honestidad a toda
prueba. Me impresionaron en especial las observaciones de
Márai sobre los soldados rusos, que “se mostraban
infantiles, a veces salvajes, otras nerviosos y tristes,
siempre chocantes e imprevisibles”; y afirma lo siguiente:
“hay en los rusos algo diferente, algo que una persona de
educación occidental no es capaz de comprender. No
pretendo calificar, juzgar o criticar este aspecto
diferente, simplemente lo constato” (TT, p. 41). Su
análisis acerca de la naturaleza del comunismo, la fuerza
implacable del proyecto de dominación soviético sobre la
Europa oriental, la doblez y maldad de los comunistas
húngaros, todavía resultan inquietantes, a pesar de que ya
ese sistema opresivo no exista. Con singular perspicacia,
Márai indica que lo primero que el comunismo mata es la
verdad: “El comunismo no puede existir sin el terror,
porque un sistema cuyas dimensiones no son humanas sólo
puede ser aceptado por la fuerza, con métodos
inhumanos…Quien no la ha conocido no puede imaginar cómo
es la técnica de la telaraña. La Araña, mientras teje
hilos que acabarán asfixiándolo todo, acaparándolo todo,
trabaja en perfecto silencio. Lo que era natural ayer, la
existencia de distintos partidos políticos, la libertad de
prensa, la vida sin temor, la libertad de expresión
individual, seguía existiendo al día siguiente, pero había
perdido sangre y vigor” (TT, pp. 232, 337).
¡Tierra, tierra!
Finaliza con el relato de la decisión de Márai de dejar
Hungría, y es posiblemente la más melancólica sección de
la obra. Creo de interés citar el extenso párrafo donde el
autor explica lo que a fin de cuentas le llevó a dejar
atrás tanto de su mundo: “…comprendí que tenía que irme
del país, no sólo porque no me dejaban escribir
libremente, sino…porque no me dejaban callar libremente.
Si un escritor, en un régimen parecido, no reniega de todo
lo que ha heredado por nacimiento, educación y
convicciones, de su clase, su cultura, su espíritu burgués
y humanista, de la versión democrática del desarrollo
social, si no reniega de todo ello, lo convierten en un
muerto viviente, o bien…en un muerto de verdad” (TT,
p. 395.). Y culmina con esta frase conmovedora: “si no
puedes impedir convertirte en culpable, debes irte de tu
país” (TT, p. 396).
Una breve reseña como ésta no es capaz de
hacer justicia a dos tan excelentes obras literarias como
las comentadas. Su lectura me estimuló a conocer más del
autor, y puedo asegurar al lector de estas líneas que
novelas como El último encuentro y La herencia
de Eszter son pequeñas obras maestras. Márai es un
escritor notable, y sus memorias son un magnífico logro
intelectual.