(En
Memoria de Arístides Torres)
La prestigiosa editorial Equinoccio
de la Universidad Simón Bolívar, conducida con eficiencia
y éxito por el profesor Carlos Pacheco y un entusiasta
equipo de colaboradores, publicó hace pocas semanas un
nuevo y valioso volumen, titulado La investigación del
comportamiento político en Venezuela. El libro,
compilado por el profesor Herbert Koeneke y prologado por
Carmen Prince de Kew, reúne varios de los principales
aportes de Arístides Torres al estudio científico de la
realidad política venezolana, y constituye un merecido
homenaje póstumo a quien fue un verdadero pionero en el
campo del análisis empírico de nuestro proceso político,
además de incansable investigador y buen amigo.
Tuve el privilegio de acompañar a Arístides
Torres, Luis Castro Leiva y Gustavo Tarre Briceño, en la
creación y puesta en marcha del programa de postgrado en
Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar, a partir
del año 1977. Juntos emprendimos esa tarea convencidos de
que el país requería mayores esfuerzos, dirigidos a
esclarecer su existencia política con una perspectiva
rigurosa y sólidamente fundamentada. Es justo aseverar que
la contribución de Torres fue clave, y los trabajos
recogidos en el mencionado volumen así lo demuestran.
Por desgracia, tanto en un plano personal
como en lo que se refiere al vacío que su ausencia dejó en
el postgrado y la Universidad, Arístides Torres falleció
en 1991 a la edad de cuarenta y cuatro años, en momentos
cuando sus empeños arrojaban cada vez más lúcidos y útiles
resultados. Sin embargo, su legado intelectual perdura, y
en esta breve nota deseo comentar algunos de sus
principales aspectos.
Creo que uno de los mayores méritos de
Arístides Torres fue su decisión de abordar la
investigación de los fenómenos políticos con criterio
científico. ¿Qué quiere decir esto? No se trata tan sólo
del apego a los hechos, pues los mismos siempre tienen que
ser interpretados desde el prisma de una teoría. Se trata
de un camino que comienza con la formulación de hipótesis
y sigue con el esfuerzo orientado a refutarlas, mediante
un riguroso análisis de la evidencia. A través de esa
óptica, Torres se ocupó de estudiar algunos de los
componentes centrales del sistema político venezolano en
los tiempos de la República civil, particularmente durante
los años setenta y ochenta del pasado siglo. Torres
investigó, entre otros asuntos, los procesos electorales y
la conducta de los votantes, las actitudes de los
venezolanos hacia los distintos gobiernos de la época y
hacia la democracia en general, y también la situación de
los partidos políticos y sus perspectivas.
Sobre cada uno de estos tópicos Torres
alcanzó significativos hallazgos, que vistos desde el
presente ofrecen enriquecedores materiales para dilucidar
tanto las fortalezas como las vulnerabilidades de un orden
político que perduró durante cuatro décadas, y que
finalmente sucumbió en medio de la decadencia de los
partidos, del liderazgo, de las instituciones y de los
pactos que le daban vida.
Leídos cronológicamente, los estudios de
Torres ofrecen un revelador testimonio acerca de la
evolución de la llamada “democracia puntofijista”.
Por ejemplo, en un trabajo de 1980, incluido en este
volumen y titulado Crisis o consolidación de los
partidos en Venezuela, Torres presentó resultados más
bien alentadores sobre la salud del sistema. Allí anotó
que para ese momento, los llamados electores
“independientes”, es decir, sin afiliación o claras
simpatías partidistas, constituían una minoría de la
población, y constató igualmente que “a pesar de las
numerosas críticas dirigidas al sistema de partidos
venezolanos…éste se ha enraizado en la población”. Esta
penetración de los partidos llegaba a todos los estratos
sociales, y no había entonces sector socialmente homogéneo
que pudiese “servir de base para la constitución de un
movimiento político nuevo sobre la base de los
independientes” (p. 97).
Cuatro años más tarde, en un estudio
titulado Caso Venezuela, que fue discutido en el
marco de un simposio sobre Sistemas Electorales
Comparados, Torres procuró explicar el peso específico y
función de las instituciones partidistas en Venezuela,
argumentando que “Aunque sea paradójico, quizás no sea
aventurado afirmar que hemos tenido democracia durante
estos últimos veinticinco años gracias a la partidocracia”.
Según el autor, los sistemas políticos democráticos
revisten características propias en cada país, y por
razones históricas el caso venezolano se había conformado
en torno a las estructuras partidistas con mayor fuerza
que en otros lugares. Según Torres, si bien la democracia
puntofijista requería reformas y ajustes, de modo
de modernizarla haciéndola más representativa y eficiente,
“la gran reforma del sistema político venezolano está
dentro de los partidos políticos y no fuera de ellos”. (p.
126).
El más tardío de los estudios reunidos en
el volumen de Equinoccio, fue presentado por Torres
en un encuentro académico sobre investigación de opinión
pública, que tuvo lugar en Caracas en enero de 1990. En el
mismo el autor evaluó el impacto de eventos como el “caracazo”,
es decir, el levantamiento popular de febrero de 1989, así
como la elevada abstención electoral que se expresó en los
comicios regionales del 4 de diciembre de ese año,
concluyendo que estos acontecimientos, a los que se sumaba
el acelerado aumento en el costo de la vida, posiblemente
estaban cambiando las actitudes de numerosas personas
hacia el sistema político imperante, todo lo cual exigía
“análisis sucesivos”. (p. 54).
Lamentablemente, su prematuro fallecimiento
impidió que Arístides Torres continuase su esfuerzo de
comprensión y análisis. No obstante, una mirada
retrospectiva sobre su obra pone de manifiesto dos puntos
de particular relevancia. Por un lado, que las
aspiraciones de Torres con relación a la necesaria reforma
de los partidos políticos venezolanos no se cumplieron, o
lo hicieron sólo de manera parcial e insuficiente. En
segundo lugar, debo admitir que la lectura de estos
excelentes estudios me suscita novedosas interrogantes,
acerca de la rápida y honda erosión que experimentó un
sistema político que hasta comienzos de 1989 parecía en lo
esencial muy sólido, pero que tan sólo pocos años más
tarde abriría las puertas del poder a su verdugo, Hugo
Chávez Frías.
Si bien es posible acumular y articular
buen número de conjeturas, que en conjunto ofrecen un
análisis plausible de lo que ocurrió y de las razones
profundas que lo explican, creo necesario ir más allá de
los procesos sociales y económicos, y explorar el terreno
de las ambiciones individuales, de la miopía,
limitaciones, odios y cálculos de personas concretas, que
con sus acciones dominaron la escena política en
circunstancias decisivas, empujando los eventos en
direcciones a veces inciertas y con no poca frecuencia ni
siquiera deseadas.
En tal sentido, se destaca la grieta
generada en el ánimo colectivo una vez que Carlos Andrés
Pérez, luego de su campaña de 1988, en la que nada hizo
para despejar la ilusión de que un nuevo mandato suyo
retornaría al país a la era de la abundancia y el
despilfarro, anunció desde el poder que en realidad se
proponía cambiar el modelo populista y dar comienzo a un
período de trabajo, exigencias y austeridad. Este choque
entre lo que se esperaba y lo que en efecto sucedió,
seguramente conmocionó los más recónditos pilares de la
sicología colectiva de los venezolanos, pulverizando en
muchas personas el ya decreciente apego que experimentaban
hacia la democracia de partidos. De hecho, varias
encuestas de ese tiempo sugirieron que millones de
venezolanos se sintieron personalmente traicionados por
Pérez, cuando este último evaporó con su paquete de
reformas económicas las fantasías populistas de siempre.
La ambición personal de Rafael Caldera, su
decisión de aprovecharse del golpe de Estado de febrero de
1992, su demagógico discurso, que hizo trizas los pactos
que hasta entonces habían sostenido el sistema, y su
opción de aceptar el apoyo de la izquierda y eventualmente
gobernar con ella, abandonando el partido que fundó y al
que se debía, contribuyeron también de manera fundamental
al colapso del “puntofijismo”.
Por supuesto, y en tercer lugar, la figura
de Hugo Chávez, cuyo impacto destructivo en la historia
del país no ha acabado aún, se montó en la ola del
desencanto, asumió la vía electoral, y una vez en el
poder, en medio de ruinosas divisiones e incesantes
conflictos, dejó a un lado las máscaras reformistas,
proclamando como su verdadero objetivo la radical
transformación socialista de Venezuela. En función de tal
propósito Chávez ha seguido en todo lo posible el modelo
castrista, subordinando al país a los intereses
geopolíticos de la Cuba comunista.
Los historiadores emitirán su veredicto
sobre la decadencia y crisis de la democracia venezolana
cuando la hora sea llegada, y no dudo que en la tarea de
evaluar y formular sus juicios el legado intelectual de
Arístides Torres les servirá como documento de crucial
importancia, para elaborar opiniones ponderadas y
empíricamente sustentadas. De allí la utilidad del
estupendo volumen editado por Equinoccio y
compilado por Herbert Koeneke, que rinde tributo a una
persona a quien sus amigos recordamos con gran afecto, y
hacia la cual sus alumnos, algunos de los cuales
prosiguieron su rumbo académico, profesan genuino y
merecido respeto.