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Ciencia Política en Venezuela
por Aníbal Romero  
sábado, 15 agosto 2009


(En Memoria de Arístides Torres)

La prestigiosa editorial Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar, conducida con eficiencia y éxito por el profesor Carlos Pacheco y un entusiasta equipo de colaboradores, publicó hace pocas semanas un nuevo y valioso volumen, titulado La investigación del comportamiento político en Venezuela. El libro, compilado por el profesor Herbert Koeneke y prologado por Carmen Prince de Kew, reúne varios de los principales aportes de Arístides Torres al estudio científico de la realidad política venezolana, y constituye un merecido homenaje póstumo a quien fue un verdadero pionero en el campo del análisis empírico de nuestro proceso político, además de incansable investigador y buen amigo. 

Tuve el privilegio de acompañar a Arístides Torres, Luis Castro Leiva y Gustavo Tarre Briceño, en la creación y puesta en marcha del programa de postgrado en Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar, a partir del año 1977. Juntos emprendimos esa tarea convencidos de que el país requería mayores esfuerzos, dirigidos a esclarecer su existencia política con una perspectiva rigurosa y sólidamente fundamentada. Es justo aseverar que la contribución de Torres fue clave, y los trabajos recogidos en el mencionado volumen así lo demuestran.

Por desgracia, tanto en un plano personal como en lo que se refiere al vacío que su ausencia dejó en el postgrado y la Universidad, Arístides Torres falleció en 1991 a la edad de cuarenta y cuatro años, en momentos cuando sus empeños arrojaban cada vez más lúcidos y útiles resultados. Sin embargo, su legado intelectual perdura, y en esta breve nota deseo comentar algunos de sus principales aspectos.

Creo que uno de los mayores méritos de Arístides Torres fue su decisión de abordar la investigación de los fenómenos políticos con criterio científico. ¿Qué quiere decir esto? No se trata tan sólo del apego a los hechos, pues los mismos siempre tienen que ser interpretados desde el prisma de una teoría. Se trata de un camino que comienza con la formulación de hipótesis y sigue con el esfuerzo orientado a refutarlas, mediante un riguroso análisis de la evidencia.  A través de esa óptica, Torres se ocupó de estudiar algunos de los componentes centrales del sistema político venezolano en los tiempos de la República civil, particularmente durante los años setenta y ochenta del pasado siglo. Torres investigó, entre otros asuntos, los procesos electorales y la conducta de los votantes, las actitudes de los venezolanos hacia los distintos gobiernos de la época y hacia la democracia en general, y también la situación de los partidos políticos y sus perspectivas.

Sobre cada uno de estos tópicos Torres alcanzó significativos hallazgos, que vistos desde el presente ofrecen enriquecedores materiales para dilucidar tanto las fortalezas como las vulnerabilidades de un orden político que perduró durante cuatro décadas, y que finalmente sucumbió en medio de la decadencia de los partidos, del liderazgo, de las instituciones y de los pactos que le daban vida.

Leídos cronológicamente, los estudios de Torres ofrecen un revelador testimonio acerca de la evolución de la llamada “democracia puntofijista”. Por ejemplo, en un trabajo de 1980, incluido en este volumen y titulado Crisis o consolidación de los partidos en Venezuela, Torres presentó resultados más bien alentadores sobre la salud del sistema. Allí anotó que para ese momento, los llamados electores “independientes”, es decir, sin afiliación o claras simpatías partidistas, constituían una minoría de la población, y constató igualmente que “a pesar de las numerosas críticas dirigidas al sistema de partidos venezolanos…éste se ha enraizado en la población”. Esta penetración de los partidos llegaba a todos los estratos sociales, y no había entonces sector socialmente homogéneo que pudiese “servir de base para la constitución de un movimiento político nuevo sobre la base de los independientes” (p. 97).

Cuatro años más tarde, en un estudio titulado Caso Venezuela, que fue discutido en el marco de un simposio sobre Sistemas Electorales Comparados,  Torres procuró explicar el peso específico y función de las instituciones partidistas en Venezuela, argumentando que “Aunque sea paradójico, quizás no sea aventurado afirmar que hemos tenido democracia durante estos últimos veinticinco años gracias a la partidocracia”. Según el autor, los sistemas políticos democráticos revisten características propias en cada país, y por razones históricas el caso venezolano se había conformado en torno a las estructuras partidistas con mayor fuerza que en otros lugares. Según Torres, si bien la democracia puntofijista requería reformas y ajustes, de modo de modernizarla haciéndola más representativa y eficiente, “la gran reforma del sistema político venezolano está dentro de los partidos políticos y no fuera de ellos”. (p. 126). 

El más tardío de los estudios reunidos en el volumen de Equinoccio, fue presentado por Torres en un encuentro académico sobre investigación de opinión pública, que tuvo lugar en Caracas en enero de 1990. En el mismo el autor evaluó el impacto de eventos como el “caracazo”, es decir, el levantamiento popular de febrero de 1989, así como la elevada abstención electoral que se expresó en los comicios regionales del 4 de diciembre de ese año, concluyendo que estos acontecimientos, a los que se sumaba el acelerado aumento en el costo de la vida, posiblemente estaban cambiando las actitudes de numerosas personas hacia el sistema político imperante, todo lo cual exigía “análisis sucesivos”. (p. 54).

Lamentablemente, su prematuro fallecimiento impidió que Arístides Torres continuase su esfuerzo de comprensión y análisis. No obstante, una mirada retrospectiva sobre su obra pone de manifiesto dos puntos de particular relevancia. Por un lado, que las aspiraciones de Torres con relación a la necesaria reforma de los partidos políticos venezolanos no se cumplieron, o lo hicieron sólo de manera parcial e insuficiente. En segundo lugar, debo admitir que la lectura de estos excelentes estudios me suscita novedosas interrogantes, acerca de la rápida y honda erosión que experimentó un sistema político que hasta comienzos de 1989 parecía en lo esencial muy sólido, pero que tan sólo pocos años más tarde abriría las puertas del poder a su verdugo, Hugo Chávez Frías.

Si bien es posible acumular y articular buen número de conjeturas, que en conjunto ofrecen un análisis plausible de lo que ocurrió y de las razones profundas que lo explican, creo necesario ir más allá de los procesos sociales y económicos, y explorar el terreno de las ambiciones individuales, de la miopía, limitaciones, odios y cálculos de personas concretas, que con sus acciones dominaron la escena política en circunstancias decisivas, empujando los eventos en direcciones a veces inciertas y con no poca frecuencia ni siquiera deseadas.

En tal sentido, se destaca la grieta generada en el ánimo colectivo una vez que Carlos Andrés Pérez, luego de su campaña de 1988, en la que nada hizo para despejar la ilusión de que un nuevo mandato suyo retornaría al país a la era de la abundancia y el despilfarro, anunció desde el poder que en realidad se proponía cambiar el modelo populista y dar comienzo a un período de trabajo, exigencias y austeridad. Este choque entre lo que se esperaba y lo que en efecto sucedió, seguramente conmocionó los más recónditos pilares de la sicología colectiva de los venezolanos, pulverizando en muchas personas el ya decreciente apego que experimentaban hacia la democracia de partidos. De hecho, varias encuestas de ese tiempo sugirieron que millones de venezolanos se sintieron personalmente traicionados por Pérez, cuando este último evaporó con su paquete de reformas económicas las fantasías populistas de siempre.

La ambición personal de Rafael Caldera, su decisión de aprovecharse del golpe de Estado de febrero de 1992, su demagógico discurso, que hizo trizas los pactos que hasta entonces habían sostenido el sistema, y su opción de aceptar el apoyo de la izquierda y eventualmente gobernar con ella, abandonando el partido que fundó y al que se debía, contribuyeron también de manera fundamental al colapso del “puntofijismo”.

Por supuesto, y en tercer lugar, la figura de Hugo Chávez, cuyo impacto destructivo en la historia del país no ha acabado aún, se montó en la ola del desencanto, asumió la vía electoral, y una vez en el poder, en medio de ruinosas divisiones e incesantes conflictos, dejó a un lado las máscaras reformistas, proclamando como su verdadero objetivo la radical transformación socialista de Venezuela. En función de tal propósito Chávez ha seguido en todo lo posible el modelo castrista, subordinando al país a los intereses geopolíticos de la Cuba comunista.

Los historiadores emitirán su veredicto sobre la decadencia y crisis de la democracia venezolana cuando la hora sea llegada, y no dudo que en la tarea de evaluar y formular sus juicios el legado intelectual de Arístides Torres les servirá como documento de crucial importancia, para elaborar opiniones ponderadas y empíricamente sustentadas. De allí la utilidad del estupendo volumen editado por Equinoccio y compilado por Herbert Koeneke, que rinde tributo a una persona a quien sus amigos recordamos con gran afecto, y hacia la cual sus alumnos, algunos de los cuales prosiguieron su rumbo académico, profesan genuino y merecido respeto.

 
 

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